La herbolaria maya convocó a un médico norteamericano Geo F Gaumer a fundar unos laboratorios farmacéuticos en Izamal , The Izamal Quimical , Co., firma en la que colaboraba su hijo George J. Gaumer, con ellos colaboraba el famoso Dr. J. M. Gilkey , dentista norteamericano que vendía los productos en Mérida. Los laboratorios se establecieron a finales de los ochentas y subsistieron hasta los primeros años del siglo XX. De tiempo atrás se fabricaba en Yucatán. Entre los productos que cobraron un gran renombre se encontraba el “bálsamo anacardino”, derivado del marañón. Este bálsamo fue una suerte de invención del Lic. José Salvador Riera, a quien el 24 de junio de 1858, por decreto del gobierno del Estado le fue concedida una patente de exclusividad para la elaboración de este legendario producto. Don Carlos H. Rivas Carrillo fabricaba el “Aguardiente Maravilloso Rivas Carrillo”, que se anunciaba como “tónico preservativo y restaurador de la salud” y que servía “para curar la debilidad de la sangre y las alteraciones de los nervios”. Dos productos también eran muy demandados en esa época: el aceite de Ramón que servía para las señoras que estaba amamantando y los polvos de la pepita de mamey que servían como “cosmético para el pelo”, los extractos de zalzaparrilla y los de zábila que hasta hoy se usan. Años después tuvieron gran demanda, entre otros, el bálsamo Castro y el legendario “mertolatum”.