Como otras personas he sido víctima de un fraude con mi tarjeta de débito Banamex. Ha salido de mi cuenta de cheques una buena cantidad de dinero por este delito. Alguien toma los datos de mi tarjeta y los usa para pagos en línea. Cuando llamé a Banamex una señorita, que habla con una velocidad un tanto enervante, me preguntó: “¿Tiene usted su número secreto?”. “No señorita”, fue mi respuesta. “Disculpe, pero no lo puedo atender”. Me quedé en silencio unos minutos delante del gerente de la sucursal que presenciaba la diligencia. Apenas podía reponerme de mi asombro. A quien usa delictivamente los números de mi tarjeta nadie le pide número secreto alguno: cargan sin mayor trámite. Y a mí, que tengo más de dos décadas de ser cliente de Banamex, no me atienden porque no tengo un número secreto o místico. En términos del pensamiento racional de occidente esto no tiene nombre. Es la exhibición de “realismo mágico”, de un proceder fuera de la realidad. Preciso: el “realismo mágico” es típico de la literatura latinoamericana: Rulfo, Garro, Arreola, García Márquez, Borges y hasta Cortázar, son los grandes exponentes, sin prescindir de Isabel Allende. Y Banamex ya es propiedad de los norteamericanos. Empero, quizás en esto radique el desprecio con que tratan a sus clientes. Se ha dicho que el mismo Tremp, que tanto odio tiene por los mexicanos, es accionista de ese banco. No es normal un proceder tan absurdo y rudo. No se puede explicar tan fácilmente. Es algo que parte de la realidad pero que el propio Banamex vuelve de magia negra.