Se sabe que los mayas de la antigüedad pesaban que el licor los acercaba a Dios. Nada tiene de extraño: Jesús, El Cristo, se quedó en el vino, a través de él nos dejó su Divina Sangre. Los españoles no debieron haberse escandalizado ante esta concepción.  Para los mayas    la embriaguez, que no solo el vino , era cercana a la experiencia divina. Quizás por eso no era socialmente censurable que las mujeres se embriagaran hasta caer al suelo, lo que si perturbaba a los españoles. Posiblemente esta concepción ha llegado hasta nuestros días y tenga mucho que ver con los niveles de consumo de alcohol en Yucatán. El clima y el hecho de haber tenido una marca que fue identidad del pueblo, hagan otro tanto en favor de los números sorprendentes. El caso de los adolescentes debe ser atendido. Este sector está mostrando algo que puede ir más allá de la tolerancia al licor como camino para acerarse a los dioses. Es imposible no dar cabida a la teoría de que nuestras familias están demostrando algún grado de desintegración. Los número del alcohol entre los jóvenes reflejan una situación familiar. Veamos: más allá de la tolerancia por concepciones remotas, más allá del ejemplo de los mayores, nuestro jóvenes se están dejando ilusionar por la cerveza y otros caldos fuertes. El asunto llega rápido a encontrar en el alcohol el refugio para soportar la condición de todos los hombres, la de caídos. Ni la religión, ni el arte, ni la filosofía y mucho menos la ciencia parecen ofrecer alternativas a nuestros muchachos para sobrellevar el tránsito por la vida. Es la “antirialidad” del vino lo que buscan con denuedo. Entre este hecho y nuestros niveles de suicidio debe de haber una conexión. Esto es gravísimo: como sociedad no les estamos ofreciendo a nuestro jóvenes una puerta al futuro, así ellos encuentran esos caminos fatales. Las instancias correspondientes tienen que tomar en cuenta estos datos que nos ponen en un nivel destacado a nivel nacional en el consumo de cerveza y licores. Esas estadísticas algo dicen , algo están gritando y no les estamos haciendo caso. Tanto más cuando ya el alcoholismo no va solo, tiene una horrenda compañera de viaje: la drogadicción. El bienestar de una sociedad está en el bienestar de sus niños y sus jóvenes . Y nosotros no tenemos buenos números con nuestros niños y nuestros jóvenes.