Yucatán formó parte del territorio de lo que hoy es México por la fuerza. Cierto es que Chichén Itzá acusa influencia del altiplano y en toda la bendita tierra del Mayab se adoptó el culto crótalico que provino de México. Pero siempre hemos recelado de los habitantes de la gran Tenochtitlán y sus ciudades emparentadas. Todo aquel que nace más allá de Campeche es huach. En la Independencia vimos una oportunidad de separarnos. Llegamos más lejos en la década de 1840 a 1850, nos separamos y La Guerra de Castas impidió que consumáramos ese afán. Nunca nos sentimos atraídos por la Revolución y Alvarado vino a someternos por la fuerza. Pisó la bandera yucateca y despreció lo nuestro. Sin embargo, finalmente, con el advenimiento de la televisión nacional se fue logrando la colonización de nuestra tierra. Las nuevas generaciones de yucatecos están perdiendo el acento y con él se está yendo el español que se habla en Yucatán. Jacobo Zabludovsky, Raul Velasco, Chespirito y las controvertidas telenovelas lograron lo que parecía imposible: la incorporación de Yucatán y la pérdida de nuestra identidad.
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