En un poema Borges dice que con el tiempo aprendió a disfrutar algunas pequeñas dádivas de los días: el sabor del agua, la felicidad de cruzar una calle. Esto me sucedió ese día. Crucé con emoción la avenida Juárez y me interné en la gran basílica del arte en México: el Palacio de Bellas Artes, había llegado temprano: en el trópico no hay tiempo, en México tampoco, un embotellamiento anula los números. Fui a la cafetería de Bellas Artes y pedí agua, la sentí deliciosa mientras evocaba a Xavier Villaurrutia , a Novo, a Usigli, Rivera, Siqueiros, Chavez y tantos otros que caminaban por ahí. Me adelanté a la sala Manuel M. Ponce. Y vi llegar a todos: Elena Poniatwska, lindísima; a Yiyí López Portillo escoltada por su hijo Rafael Tovar, a Margo Glantz, a Mario Bellatín, a María José Rodilla, a varios académicos de la lengua, a Mike Shussler y a Rodolfo Cobos Arguelles. Ahí estaba un poeta, hijo de poeta, David Huerta. Guillermo Lavine estaba indignado porque estaban haciendo esperar a la gente para entrar.  Se abrió la noche con estrellas blancas, como en Mérida, y estrellas azules como nuestro cielo. La tierna e inteligente Carmen Beatriz López Portillo hizo la introducción que remató con un diploma que su nieta Leonora le hizo a Sara, tenía un Unicornio pintado, la niña no fue pero mandó un texto que conmovió a Sara hasta las lágrimas. David Huerta evocó la noticia recibida de Sara: William Blake, el gran poeta romántico del siglo XIX, había leído a  Sor Juana. A su vez hizo un nudo gongoriano en torno a una silvas que el poeta del barroco le envió a una monja. En el siglo XVII había hombres que se hacían adictos a las monjas y las visitaban a diario y las contemplaban con cierto ensimismamiento. Pues Góngora le mandó de regalo a su admirada, una de ellas, mondongo y flores. Esto llamó la atención de Juna José Arreola quien hizo un texto al respecto. Este análisis de David se trenzó con el homenaje a Sara. La noche fue de Elena quien abrió diciendo que los esquimales y las polonesas de Cracovia eran deudores de Sara, porque  sus esfuerzos por difundir autores mexicanos estaban por todo el mundo. Elena habló con un tinte íntimo y a la vez general. Recordó el barrio de Santiago donde nació Sarita, a sus padres, a sus hermanos. Aparecieron las arboladas avenidas de Mérida y casi un recetario de nuestra cocina. Una y otra vez le he dicho a Sara que ella se niega a ser una intelectual porque no ejerce la crítica moral sobre nuestra vida pública como lo hace Elena y lo hacía Monsivais: “te reduces a una académica”, le decía. Pero  literatura es rebelión contra la realidad y también es trasformación. La forma en que Sara trabaja para transformar las realidades temporales es esa. En la literatura está su crítica trascendente.  Leer y escribir prolonga la vida, le da tiempo al tiempo, pero aun así el alma de Sara tiene prisa: de ahí que haga tantas cosas y no duerma o duerma con los ojos abiertos mientras oye una conferencia. El alma de Sara tiene prisa porque es una mujer noble y generosa como ninguna que le urge darse a todos. Sara fue  elegida por todos los  dioses para realizar grandes cambios y por eso se ha convertido en una profeta de la literatura.  Tras el evento nos trasladamos a uno  de los espacios más bellos y mágicos de América: el Claustro de Sor Juana. ¡Qué noche nos ha regalado Carmen Beatriz López Portillo! La muerte es un proceso que comienza cuando nacemos pero el 25 de septiembre, en mi caso, se suspendió por horas.