Las Señoras de los Señores
Doña Sara Pérez era una mujer bajita, delgada y de apariencia frágil. A pesar que ya Don Pancho había roto por su cuenta la relación que mantenía con la joven Sarita, esta lo volvió a aceptar y contrajo nupcias con aquel hombre, más joven que ella, miembro de una familia acaudalada, norteño menudo y nervioso que había estudiado en Francia y en los Estados Unidos y a quien le fascinaba el baile. Se fueron a vivir a la hacienda que la familia Madero destinó para Panchito, San Pedro de las Colonias, en Coahuila. Ahí Sarita secundó con entusiasmo todas la aventuras de su marido, el comedor para menesterosos, la homeopatía y posiblemente el espiritismo de Don Pancho. También se convenció del destino superior de su marido, y si no lo hizo de todas maneras lo apoyó sin reservas mientras preparaba su gesta. Doña Sara arengaba a las tropas, recibía a miembros de clubes políticos, organizaba actos y festivales para las familias de las víctimas del movimiento. A pesar de su fragilidad era de una pieza a la hora de trabajar por la causa de su esposo. Poco le importaba a una mujer tan comprometida el que dijeran que era «el sarape de madero» por aquello de Sara P. Doña Sarita abogó por su marido cuando fue traicionado y hecho prisionero. Al cretino Henry Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos, cuando le dijo que no podía interceder por su esposo porque tenía «ideas muy peculiares» le contestó con energía: «Señor embajador mi esposo no tiene ideas sino altos intereses». Después de los trágicos suceso Doña Sara se exilió en Cuba y en los Estados Unidos para volver a la ciudad de México y vivir en el más cerrado de los anonimatos hasta su muerte en 1952.