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En las últimas décadas del siglo XIX el romanticismo brilló con singular esplendor en México y la esposa del presidente, Gral. Porfirio Díaz, respondió a las expectativas, quizás las rebasó con su cara pálida, su cintura aprisionada por un corsé, su elegancia, su discreción, sus modales aristocráticas, su fervor religioso y la clara conciencia que tenía acerca de su lugar, su posición y su dignidad de mujer, esa que prevalecía en aquella época y que es muy distinta de la que existe en la actualidad.

Carmelita Romero Rubio Castelló fue, según Mons. Guillow, la causante de la sorprendente evolución de Don Porfirio. Y es que la dulce Carmelita pretendió cambiarle al fiero y mestizo general hasta el color de la piel mediante la aplicación en la cara de una sustancia a base de arroz. La diferencia entre Don Porfirio y su esposa era de treinta y tres años, sin embargo Carmelita, y su padre Don Manuel Romero Rubio, significaron piezas transcendentes en le nuevo orden que se constituía en México. Ambos acercaron a Don Porfirio a los acaudalados de la época, a los aristócratas terratenientes y ala Iglesia, grupos de conservadores que veían en el guerrero liberal y masón a un enemigo. Y hubo más: de la oficina de abogados de Don Manuel Romero Rubio salieron muchos de los científicos y entre ellos Don José Yves Limantour, «el mago de las finanzas del porfiriato». Se dice que Don Porfirio al casarse con aquella jovencita le había advertido que sería la reina de su hogar, a ella le entregaría integro su sueldo y ella dispondría todo, mandaría sobre él y sobre sus tres hijos, pero que en su vida como político no tendría que intervenir ni pedir cuentas. Pero esta advertencia. en el caso de haber existido, quedó pequeña frente a los que Carmelita podía hacer por el presidente y su régimen. Sus refinadas maneras cautivaban en los salones y le daban a Don Porfirio un aire adicional, que también necesitaba, para parecer lo que quería aparentar: el primer hombre de México por «legitimo derecho». Otro tanto hacían las obras asistenciales que la digna esposa del presidente patrocinaba. Por esto Doña Carmelita fue «el corazón del porfiriato» y para algunos historiadores la figura estelar de la reconciliación de los dos Méxicos, el conservador y el liberar, que había estado cruentamente enfrentados por amargos periodos que evitaron el desarrollo que se vivió en los tiempo de Don Porfirio, desarrollo que se vivió en los tiempo de Don Porfirio, desarrollo que, por demás, no incluía a un buen número de mexicanos.

Carmelita era el estandarte del México conservador y Don Porfirio del liberal, masón y «reformista», ambos podía aglutinar a gran parte de los mexicanos.