Por: Jorge H. Álvarez Rendón

Corría el año de 1669 cuando las reales autoridades de esta provincia de Yucatán, bajo la gubernatura de don Rodrigo Flores de Aldana, dieron cumplimiento a un viejo sueño: inaugurar una fortaleza a atalaya como las que ya existían en Campeche, de ocho cañoneras, como defensa contra posibles ataques de piratas holandeses y británicos.

La fortaleza se puso bajo la protección de san Benito y ocupó el lugar ideal, las alturas de uno de los cinco promontorios mayas que se encontraron los españoles como restos de la vieja ciudad de Tho. En esos contornos ya existía, desde 1554, el convento «grande» de los frailes franciscanos, dedicado a la Virgen de la Asunción y conocido por todos como San Francisco.

Pasados dos siglos con grandes cambios políticos y desprecio de las tradiciones, ambas construcciones fueron vergonzosamente abandonadas y demolidas, pero, en la vecindad de su espacio, se levanta ahora un mercado donde siempre hay problemas estructurales o partidistas y que mantienen el recuerdo, tan solo por el nombre, del santo de la fortaleza.

¿Quién fue Benito?

Heiligenkreuz.St._Benedict

Vino al mundo en el año 486 D.C. como hijo de ricos terratenientes de Nursia, en el sur de Italia. Callado y obediente, se le consideró apto para los estudios, así que se le envió a Roma. Dedicado a la Retórica y el Derecho civil, acababa de cumplir los 17 años cuando tomó una decisión extraña e inexplicable para sus aturdidos padres. Quería vivir en soledad. No había entonces orientadores vocacionales ni trabajadoras sociales que ayudaran un poco.

En Oriente ya existían monjes, es decir, cristianos que se retiraban a vivir al desierto, solo o en comunidad, pero en Europa el primero de todos fue este Benito. Muy cerca del pueblo de Subiaco encontró una cueva y se instaló en ella con la idea de cumplir cuatro reglas: oración diaria, continuo trabajo, alimentación parca y pureza carnal. Nada apropiado para los flojonazos y epicúreos de hoy día.

Según su biógrafo San Gregorio, el buen Benito soportó una serie de pruebas, ya que el demonio lo tentó sin descanso y de mil maneras. Se le aparecían platos de sabrosa comida, botellas de vino azucarado y mujeres bellísimas, dispuestas al amor inmediato como actrices de Televisa; feroces perros que no lo dejaban trabajar en la huerta ni orar en paz, hordas de murciélagos buscaban acomodo en su refugio. ¿Qué no sufrió?

Como si fuera poco, apenas la fama extendió su nombre por la comarca, comenzaron a llegar otros ermitaños. Benito no podía impedir que levantaran sus chozas cerca de su mísera cueva y así, en cinco años, hubo como cuarenta monjes a su alrededor. Ahora bien, al ver que vivían cada quien a su manera, les redactó una «regla» que se convertiría en clásica norma del monacato cristiano en Occidente.

En 512, la ata jerarquía, enterada del alboroto, ordenó a Benito que se organizase más decentemente en forma de abadía, así que encontró un lugar con mayor amplitud en las cercanía del pueblo de Vicovorco, donde tuvo el gusto de que su hermana, la dulce Escolástica, llegara también para fundar una comunidad de monjas.

Desgraciadamente, al cabo de los años, al crecer el convento, comenzaron a suscitarse envidias entre los monjes, así que, tomando a los más devotos, se marchó a Montecasino, en donde estableció el que se considera el más antiguo convento benedictino (Por cierto, en 1944, la aviación norteamericana, con todo el dolor de su corazón, tuvo que bombardearlo hasta convertirlo en cenizas porque, como bastión alemán, impedía el avance de las tropas).

Como en una ocasión un monje llamado Florencio intentó envenenarlo (la copa se partió en dos penas los labios de Benito la tocaron), el santo se negó a comer lo que servían en el refectorio y se vio, para asombro de todos, que un cuervo le tría diariamente hasta su celda los sagrados alimentos: pan, uvas, galletas, queso manchego…

Benito falleció en el año 547 sin comprender bien cual sería su legado. Estableció las «horas» de oración que se respetan en todos los conventos del mundo (maitines, laudes, primas, etcétera), aportó los 73 puntos básicos que toda regla monástica debe tener y de su orden surgieron dos ramas brillantes: los cluniacenses y los cistercienses, grandes filósofos y arquitectos.

Su fiesta es el 11 de julio y es patrono de los fundidores de hiero, los mineros y los que encuentran pepitas de oro en los ríos. En 1980, Juan Pablo II lo designó protector de Europa. Se le representa en oración, con un cuervo que trae una hogaza en el pico. Si tenemos en cuenta que otra manera de decir Benito es Benedicto, el predecesor del actual papa francisco, lleva su nombre.