Por Jorge H. Álvarez Rendón
En esta Mérida linda, en lo alto de los arcos de Dragones y de San Juan, vemos la imagen de un monje que alza ambos brazos. ¿Quién es? Algunos dicen que el mismo Francisco de Asís enseñando sus estigmas, pero otros aseguran que se trataría del más afamado autor de milagros de la orden Franciscana, el venerable San Antonio de Padua.
Nació éste con el nombre de Fernando Martín Taveira Azevedo en el aristocrático barrio de Alfama, centro de Lisboa, en junio de 1195. Acababa de cumplir los dieciséis años cuando, con algo de oposición en su familia, ingresó a la orden de San Agustín para moderar sus pasiones y dedicarse al estudio. Su vocación era el magisterio y la predicación porque sencillamente era «pico de oro», es decir, hablaba precioso.
En 1220 fue enviado a Coimbra para que enseñara a los novicios y ahí cambió radicalmente su existencia, pues paseando por los alrededores de la ciudad encontró una ermita con seis monjes de la recién fundada orden de los franciscanos. Su pobreza, humildad de carácter y amor a todos los seres de la naturaleza impresionaron a Fernando, quien, a los pocos días, abandonó a los agustinos para hacerse hijo de San Francisco.
Tomó el nombre de Antonio y acudió de inmediato al gran cónclave de franciscanos que se llevó a cabo ese año en Asís. Tras escuchar al santo fundador quedó convencido de que su misión era evangelizar. Destinado en principio a las ciudades del norte de Italia, su acción abarcó incluso amplia zona del sur de Francia.
Su fama de santo comenzó una noche en Rimini cuando el campesino que los hospedaba escuchó voces como de plática en el humilde cuarto done Antonio dormía y acechando por un postigo vio al fraile que tomaba en brazos a Jesús Niño para jugar a las adivinanzas. Como pólvora corrió la fama.
Se dice que a los pocos minutos de comenzar a predicar, no había pecador o indiferente que no se moviera de piedad. Famosos avaros entregaron al pueblo sus caudales y numerosas mujeres de la vida galante cambiaron la taberna por el templo. Si acoso en las iglesias ya no había cupo para tanta gente, Antonio hablaba en las plazas. Cuando pasaba entre la multitud era frecuente que le arrancaran pedazos del hábito.
Referiremos sólo algunos de los más de cien portentosos milagros de San Antonio.
En Tolosa, cuando encontró a un grupo de herejes que negaba la presencia real de Cristo en la Hostia consagrada, hizo que encerraran a una mula una semana y sin comida alguna. Al cabo, en la plaza pública, Antonio alzó una custodia y a cien metros colocaron pienso y semillas. Cuando liberaron al hambriento cuadrúpedo, en lugar de correr hacia el alimento, vino hasta el Santísimo sacramento y, ante el pasmo de todo, se arrodilló con piedad impropia de su especie.
En Verona, como había un festival de danza y la gente no acudía a escuchar la palabra de Dios, marchó el santo en dirección al lago y llamando a los peces dijo: «Salid, animalillos del Señor, por lo menos ustedes reciban el mensaje que les conviene». Miles de truchas, rosibarbos, lisas y tilapias sacaron la cabeza entre un prodigioso platear de escamas. Se veía como mitin del peje en el zócalo.
En confesión, un joven de Bari admitió haberle dado una patada a su propia madre. Antonio dijo «mereces que te arranquen esa pierna». El penitente tomó las palabras muy en serio y con una hacha sección la extremidad pecadora. A los gritos de súplica de la madre acudió el santo, quien tomando la pierna la colocó nuevamente en su sito. Ya quisieran hacer algo semejante en el Seguro.
Víctima de hidropesía, Antonio falleció en su ciudad favorita, la culta Padua, a la edad de 36 años (1231) Un año después fue canonizado y cuando, una década más tarde, se halló su lengua incorrupta, roja y espléndida, la ciudad decidió erigirle la hermosa basílica que hasta hoy subsiste. En 1947, el papa Pio XII lo nombró Doctor de la Iglesia.
En toda la Hispanidad, a San Antonio de Padua se le pide hallar objetos perdidos y las mujeres casaderas ponen su efigie de cabeza para que les de un buen marido. Muchas usas ahora el Internet, poro es más peligroso. De ahí viene aquellos famosos fragmentos de la zarzuela:
A San Antonio
Por ser un santo casamentero…
Llévame a la verbena
De san Antonio
Que por ser la primera
No hay que faltar
Llévame del bracero
Chulapo mio…
En Mérida, hay una parroquia que lleva el nombre de este santo y se encuentra ubicada en el fraccionamiento Las Granjas.