Por.Jorge H. Álvarez Rendón
El 1o de agosto de 1733, en un solar situado a un kilómetro hacia el norte de la Plaza Mayor de Mérida, en el camino para el pueblo de ltzimná, se terminó de construir una iglesia que había sido costeada con los haberes del maestre de campo don Antonio de Figueroa y Silva bajo la única condición de que estuviese advocada a la señora Santa Ana y esto por llamarse así su difunta madre.
El maestre no sólo edificó el templo, sino que mandó trazar una plazoleta vecina, allanó el camino fu hasta la Catedral y dio los primeros pasos para un bello paseo flanqueado por aromáticos naranjos. Los restos de don Antonio, quien falleció luchando contra tos pérfidos ingleses, reposaron un tiempo en esa iglesia bajo una hermosa lápida.
Hoy Santa Ana es uno de los suburbios más conocidos y bellos de la ciudad, al inicio del Paseo de Montejo. Ahí se venden riquísimos panuchos, artesanías y otras cosas de las que mejor no hablamos. Ahora bien, ¿cuantos conocen la historia de la santa cuyo nombre lleva el barrio?.
La tradición cristiana asegura que Ana fue la madre de la Virgen Maria, pero ningún documento histórico avala dicha afirmación. Los evangelios canónicos ni siquiera la mencionan. No obstante, según los evangelios apócrifos y otros textos de escasa veracidad, a mediados del siglo I A.C. hubo en Galilea, concretamente en Nazaret, dos hermanas que se llamaron Ana y Sobé. Típicas muchachas judías, fueron casadas apenas salidas de la pubertad porque tenían la obligación de «engrandecer el pueblo de Dios con sus vientres» (Ya imaginamos la opinión de las feministas).
Ana contrajo nupcias con un tal Joaquín y su hermana desposó a Jonatán. El primero era campesino, con algunas tierritas, mientras el segundo era hombre de religión, sabio fariseo, es decir, vivía de la credulidad ajena. Sobé no tardaría en dar frutos, tanto varones como hembritas, entre estas Isabel, futura madre de Juan el Bautista, pero el vientre de Ana, aunque pasaban los años, no parecía dar señales de vida.
Como ya se decía en el vecindario que Joaquín estaba «en la lista de Dios como estéril», los esposos, decidieron llevar una vida más piadosa. Repartían sus haberes en tres partes: una para el templo santo, otra para los pobres y necesitados y la ultima para su sostenimiento. Pero, ni así, Decidieron entonces ir hasta el templo de Jerusalén.
Ahí tuvo lugar un episodio bochornoso, pues cuando Joaquín se unió a otros once varones para presentar la ofrenda conjunta «de las doce tribus», el sacerdote lo expulsó de la ceremonia porque Dios lo había marcado haciéndolo seco y sin descendencia. Hoy hubiese acudido a la Comisión de los Derechos Humanos, pero en aquel tiempo se retiró al desierto para ayunar veinte días.
Se dice que, en aquella soledad, un ángel del Señor avisó a Joaquín que finalmente alcanzaría gracia y habría valido la pena porque el fruto seria una niña de la cual habían hablado los profetas y por quien vendría la Vida al mundo. A las pocas semanas, Ana avisó a sus amistades que estaba embarazada. No todos la creyeron.
Joaquín y Ana educaron dulcemente a su hija María y no se dice que tuviesen más prole. Ahora bien, cuando Joaquín falleció, no se sabe si por los esfuerzos, su viuda se casó nuevamente con un comerciante llamado Cleofás, con .el cual tuvo otra hija (María Cleofalia), madre de Santiago el menor. Viuda por segunda vez, Ana reincidió en el casorio, ahora con un vinatero llamado Salomeno, con quien engendró una tercera hija (María Salomé).
Dice la tradición que Ana murió en el año 19, cuando su nieto Jesús aun vivía la etapa de vida retirada en Nazaret. Es patrona de las viudas deseosas de casarse otra vez y de las abuelitas que llevan a sus nietos al kinder.
En Mérida fueron célebres las fiestas dedicadas a la señora Santa Ana en la iglesia puesta bajo su protección. Comenzaban el 20 y finalizaban el 28 de julio. Había misas, rosarios y procesiones con asistencia de los alcaldes. En la plazoleta se levantaban ventas de dulces y otros comestibles. Hasta 1932, cuando la fiesta entró en agonía, se instalaban carruseles y ruedas de la fortuna.