EL CRISTO DE LAS AMPOLLAS
Por Jorge H. Álvarez Rendón
En la puerta de mi casa en el antiguo barrio de la Mejorada, durante mi ya lejana infancia, escuché este relato piadoso por boca de mi abuela materna ,doña Josefina Pasos Capetillo, cuya aptitud memoriosa era notoria y envidiable.
A mediados del año 1644, gobernando las Españas el rey Felipe IV de Austria, falleció en la villa de Hocabá el cura párroco Juan de la Huerta Maldonado, quien, por vía testamentaria, dejó a la Catedral de Mérida el ya famoso Cristo de lchmul, más conocido por el pueblo como «de las Ampollas», imagen que obraba en su propiedad desde mucho tiempo atrás.
Acondicionado para su resguardo el altar de las ánimas, costado norte del templo catedralicio, la imagen fue solemnemente entronizada, el 16 de mayo de 1645, con vistosa procesión que encabezó el alcalde Alfonso de Vargas. El moreno Cristo, con su peana de ébano, era atractivo igualmente a españoles y pardos, de ahí que su devoción meridana fue en aumento con el paso de las décadas.
– ¿Cuál fue el origen de esta venerada imagen?
En 1611 comenzó a aplicarse en Yucatán la disposición del rey Felipe III de substituir a los clérigos regulares por seculares en todas las parroquias. Se pensaba que los frailes, tras un siglo de trabajo, habían concluido con la evangelización de los idólatras salvajes. Ya era hora de dejar paso a los señores curas para que ellos se encargaran del manejo de las almas y la aplicación de los sacramentos.
En el pueblecillo de Ichmul el cambio tuvo lugar en 16211 pero debió ser con ayuda de la fuerza pública porque el párroco, fray Juan de Lozano, se negaba a entregar el inmueble a su sucesor, el presbítero De la Huerta. Este buen hombre- con excelentes amigos en el obispado comprendió que comenzaba mal su tarea, pues los frailes eran muy queridos por el pueblo. ¿Cómo atraer a su redil a las nuevas ovejas?.
Muy renuentes eran sus feligreses. Se oponían al pago de los jornales, así como del trabajo semanal voluntario que, antes ofrecían a los franciscanos. También consideraban elevados los estipendios por misas, bautizos, matrimonios y demás servicios. Incluso, los regalitos en espacie que los frailes recibían para su manutención disminuyeron considerablemente. Mal le iba a la parroquia.
Parece ser que, transcurridos cuatro años, tuvo lugar un portento cuyos detalles se divulgaron rápidamente por el poblado. Se decía que el campanero Jesús Be, al subir por las tardes a la torre del templo, había observado un, lejano árbol que parecía arder con viva luz en la lejanía. El padre De la Huerta, temiendo actos idólatras o vínculos infernales, mandó cortar el árbol y traer su madera a la sacristía.
Semanas después se presentó en el templo un joven que dijo ser español, de Sevilla, y de oficio tallista. ¿Habría algún trabajo para él? El párroco decidió encargar una imagen de la Virgen Maria con la madera recién cortada. Que fuese una Purísima Concepción. Aseguran que el orfebre pidió trabajar a destajo en la sacristía sin que nadie lo molestase. Lo raro es que no se le vieron utensilios, ni salió para comer ni cagar durante tres días.
Alarmados, el padre De la Huerta y su sacristán Chucho, tras mucho llamar a la puerta, decidieron forzarla solo para hallar una sorpresa: ni huellas del orfebre español, pero había ciertamente dejado una imagen, no de Maria Santísima como se solicitara, sino de Nuestro Señor crucificado. ¿Cómo era aquello? ¿Por qué la desobediencia? ¿Quién había sido aquel misterioso artista? ¿Acaso un ángel? La noticia emocionó al poblado, siempre ansioso de maravillas.
Fue así como dio comienzo la veneración de la imagen, cuyo prestigio aumentó en 1634, cuando un incendio consumió el templo de lchmul, pero el Cristo se mantuvo de pie, entre las cenizas del altar, aunque totalmente ennegrecido y cubierto de ampollas. Lo extraño es que, según atestiguan los documentos notariales, cuando el padre De la Huerta fue trasladado a la villa de Hocabá (1640), se llevara consigo la imagen, como si fuese de su propiedad. ¿Cómo lo permitieron los vecinos? Ese es otro misterio.
De 1645 en adelante, toda Mérida se volcaba para las fiestas solemnes. Había muchos gremios que competían en pompa para sus misas y demás rituales. Los gremios más lucidos eran los de comerciantes y panaderos, quienes pagaban hasta luces de bengala y voladores por las noches. Hubo gremios de urdidoras de hamaca, de lecheros, de matarifes, de vendedores de pájaros, etc.
Ya en el siglo XVIII, la imagen del ampollado Cristo pasó a competir en veneración y respeto con la otra imagen sacrosanta, la de la Virgen de lzamal, de ahí que, cuando alguna peste o rara enfermedad, alguna sequía prologada castigaban a la urbe, las plegarias y procesiones giraban alrededor de ambas figuras.-Se hablaba también de enfermos recuperados y gente que había sido rescatada de algún peligro.
Cristo de las ampollas,
Mira mi cuerpo mortal,
Dame cupo en el portal
De tu gracia sacrosanta.
Líbrame de las argollas
De la comarca infernal
Fue durante los años del porfiriato, que coincidieron con el auge henequenero, entre 188o y 1910, el tiempo en que las festividades del Cristo de las Ampollas llegaron a su apogeo, según relatan las crónicas de aquellos años. El obispo Carrillo y Ancona, Ermilo Abreu Gómez y otras ilustres plumas describen las fiestas como testigos. Eran famosos los sermones de elocuentes curas y las procesiones que daban la vuelta a la Plaza Grande. En los alrededores de la Plaza Grande se instalaban venteros de frutas y dulces, muchos de ellos ya desaparecidos, como las estrellitas de coco y las arepas de vainilla.
Pero llegó la revolución y, en septiembre de 19151, tuvo lugar la incivilizada destrucción de retablos y capillas coloniales de la Iglesia Catedral. Durante tres horas turbas de socialistas, junto con viciosos y truhanes de la ciudad como no se realizaría ni en la Rusia soviética, arrasaron con barretas y palos una labor de piedad popular y arte sacro de trescientos años. El Santo Cristo de las Ampollas, la venerada imagen de Ichmul desapareció aquel día.
¿Qué fue de la imagen? Testigos presenciales aseguraron que los iconoclastas la extendieron unos minutos en el atrio catedralicio, donde la orinaron, la escupieron y le dieron golpes bárbaros con picos y barretas. Después, en un vehículo de la policía judicial de Alvarado, fue conducida en fragmentos hasta el edificio llamado de la «caballería», en avenida Reforma. Algunos aseguran que, un par de días más tarde, en el mayor secreto, fue arrojada al mar por las costas de Sisal.
Una dama de la sociedad, doña Elsa Azarcoya, guardaba en un pañuelo dos clavos de plata que, aseguraba, pertenecieron a la imagen desaparecida. Según sus familiares, los había adquirido a una mestiza que aceptaba empeños ahí por el Cementerio General. Ese debe haber sido el destino de la corona con amatistas, los manipulas de seda dorada y otras joyas que lucia el Cristo. Porque los socialistas, cuando pueden, olvidan sus achaques de justicia social en su propio beneficio.
Pasada esa fea etapa de la historia local, se mandó labrar una imagen similar al Cristo de las Ampollas original, se le ubicó mas o menos en el mismo lugar y la devoción se reanudó, aunque nunca con la intensidad y vigencia de antaño. Ahora los gremios son pocos y poco activos. Las fiestas no son ni sombra de lo que fueron. Lástima.