Por Gonzalo Navarrete Muñoz | Publicado en LíneaRecta | Agosto 2015
Varios hechos hacen memorable la primera misa del V arzobispo de Yucatán, don Gustavo Rodríguez Vega. El primero es el suceso mismo, entre los otros están el mensaje en maya, un hecho sin muchos precedentes, y las lágrimas tan sentidas del Pastor por las ovejas que deja en horas tan inciertas en Nuevo Laredo. Hay otros tristemente memorables: la subida al presbiterio de las autoridades civiles y el abucheó a doña Ivonne Ortega Pacheco, quien en un acto de imprudencia extrema, sin ser autoridad de ninguna clase más allá de la la secretaría de su partido, subió a saludar al nuevo arzobispo de Yucatán. Los dos primeros episodios constituyen signos muy claros que van en concordancia con otros.
La justificación moral de la Conquista fue la evangelización, un encuentro nada sencillo. Los españoles de las primeras horas vieron en los indígenas la presencia del mismo diablo: veneraban a una serpiente, la misma que en la tradición cristiana era la encarnación de Satanás. Por otro lado había mensajes contrarios: el frontis de la catedral lo preside un escudo imperial y no la cruz de Cristo ni la imagen de Jesucristo el Buen Pastor, sino el rey y su fuerza. Si bien es cierto que Alvarado en su brutal asalto a la catedral no destruyó el escudo imperial de Agustín de Iturbide, no es menos cierto –y eso hay que agradecerlo– ningún gobierno de la Revolución tuvo la ocurrencia de poner su emblema sobre el de Agustín I, que había sustituido al del rey de España. Por otro lado en La Casa de Montejo se pueden ver a dos soldados con armadura pisando la cabeza de dos indios con detalles del demonio. Que quede bien claro: no es la cruz de Cristo la que domina al maligno: es la fuerza de los soldados del rey. Al mismo tiempo en la ciudad de Mérida no hubo un solo elemento sincrético o una manifestación que recogiera a los indios de su condición de vencidos absolutos. En México fue diferente, hubo una Virgen Morena que le habló a un indio y lo puso bajo su protección. En todo Yucatán solo hubo dos tentativas sincréticas: el convento en Izamal, sobre un pirámide a Zamná; y los Tres Reyes Magos de Tizimín. Es más, la Virgen que se apareció en Mérida, donde hoy se encuentra el templo de San Sebastián, era blanca y le habló a un blanco. Mérida fue desde su fundación, al igual que Valladolid, una ciudad para blancos. No se puede negar la inacabable lista de franciscanos y sacerdotes diocesanos que han trabajado y que trabajan con entrega con el pueblo maya. Así es la Iglesia, con frecuencia se salva por algunos de sus hombres.
En Yucatán se dio, a mediados del siglo XIX, la única rebelión victoriosa de indígenas. Ante esta situación el entonces obispo José María Guerra una Carta Pastoral dirigida a los indígenas de la diócesis. En esta Carta el obispo opina que la rebelión era algún efecto de la Justicia Divina contra los yucatecos por sus pecados y el pecado de haberse apartado del cumplimiento de los deberes cristianos. En una carta fechada el 19 de febrero de 1848, los dos líderes mayas: Cecilio Chí y Jacinto Pat, dieron respuesta a la Carta Pastoral: “….¿Por qué no se acordaron y no se pusieron alerta cuándo nos empezó a matar el señor gobernador ?…¿Por qué no se ostentaron o se levantaron a nuestro favor cuándo tanto nos mataban los blancos?… ¿Y ahora se acuerdan y ahora saben que hay un verdadero Dios?…Cuándo nos estaban matando ¿No sabían que había un Dios Verdadero ?….¿Por qué no recordaste , ni dirigiste tu mirada vuestra consideración por el verdadero Dios, cuándo nos hacían tanto daño?”. Los mayas habían cambiado de religión pero o veían en la Iglesia ni en sus pastores la voz de Dios, así crearon su propio sincretismo: La Cruz Parlante. El mensaje en maya y las lágrimas de don Gustavo, así como su recurrente referencia a los pobres como los preferidos de Dios, es una respuesta al viejo cuestionamiento. También se puede ver como una reparo ante el signo de la alianza del poder público y la Iglesia de Jesucristo. Esa misma que se ve en la catedral, en la Casa de Montejo y que alguien puede interpretar de la presencia de las autoridades en el presbiterio. Hace muchos años, mientras llevaba al padre José María Casares Ponce a la catedral, era el Vicario General, le dije: “Padre ¿Por qué no decimos que el Cristo de las Ampollas que destruyó Alvarado apareció intacto, como resucitado, y que es el que ahora vemos?”. En el más puro de los acentos yucatecos me dijo: “Qué te pasa, la fe no se sustenta en mentiras sino en la Verdad”. La ceremonia fue presidida por ese Cristo, que es el Señor de la Verdad, el Camino y la Vida.