La justificación oral de la Conquista fue la Evangelización. Con este principio nacen las Encomiendas que en Yucatán duran hasta el siglo XVIII. La Encomienda se constituía con un buen número de indígenas que se ponían bajo la catequesis de un español, preferentemente hidalgo, y a cambio de se pagaba un suma por los servicios recibidos. Como en Yucatán no había minas, ni tierras ricas para cultivos, la Encomienda se volvió la fuente de riqueza principal, junto con el contrabando que provenía de Belice. Es así como los encomenderos se volvían evangelizadores y colaboradores del Plan Divino. Así pues estos personajes se empiezan a sentir elegidos por Dios para realizar una labor trascendente en la tierra. Desde luego que todo esto dentro de la doble moral con que se fundó el Nuevo Mundo.
UN CONCEPTO PLAGIADO
Se dice que Mayab proviene de las voces mayas Ma, que es como decir no; y Ayab, que equivale a muchos. No eran muchos porque esta era la tierra de los hombres puros y santos, que no vinieron de ninguna parte: aquí fueron hechos. Cuando los españoles y criollos entendieron este concepto lo plagiaron sin reticencias. Les venía muy bien. La conquista de Yucatán fue una empresa de hidalgos, no precisamente de forajidos, sino de nobles que pretendía usufructuar los privilegios del Nuevo Mundo. Había una doble idea de superioridad: la de la hidalguía y la de ser miembro de la milicia del Señor para redimir a los indios de su condición. Así pues el concepto del Mayab les vino muy bien y lo adoptaron.
LA GUERRA DE CASTAS
La Guerra de Castas para algunos, quizás así lo veían los liberales, fue un enfrentamiento entre la civilización y la barbarie. Para los conservadores fue una lucha entre Dios y el demonio que encarnaba en los indios sublevados. De ahí que se fortaleciera el añejo concepto de una Casta Divina representada por los hombres blancos. Unos creían que la obtenían con la luz del conocimiento y otros estaban seguros que venía de la luz del Cielo.
SALVADOR ALVARADO DEFINE EL NUEVO TÉRMINO
Eran 24 familias de hidalgos que prevalecían a principios del siglo XX, lo que quedaba de los encomenderos del siglo XVI y de sus socios. Por ejemplo: los Peón, tan importantes en los siglos XIX y XX , habían llegado a Yucatán en el siglo XVIII , aparentemente a hacerse cargo de las encomiendas de los Montejo; emparentaron con los viejos encomenderos, significativamente con la familia Cámara. Algo semejante se puede decir de los Casares. Es curioso: tiempo después descendientes de estas familias emparentarían con la familia de Roque Jacinto Campos, riquísimo henequenero de Motul. Pero fue Salvador Alvarado quien redefinió el término al llamar Casta Divina a los representantes de las compañías extranjeras compradoras del henequén. Ahí estaban don Olegario Molina, que nada tenía que ver con la vieja hidalguía; don Avelino Montes era inmigrante español ajeno a la historia “divina” de los yucatecos; don José María Ponce Solís que provenía de Izamal y no era miembro de la aristocrática sociedad meridana de La Lonja. Alvarado ni siquiera se refirió a los hacendados, entre los que había muchos de origen “divino”, aunque había otros mal vistos por los aristócratas a pesar de sus haciendas y sus riquezas.
El concepto a pesar de sus modificaciones y del paso del tiempo prevalece porque es parte de la entraña cultural de esta tierra.