El siglo XIX en México estuvo marcado por las luchas entre liberales y conservadores. Tras el triunfo de la Guerra de Reforma los conservadores fueron a buscar un príncipe europeo para instalar una monarquía en México. Pensaron en un Habsburgo porque a esta familia pertenecía Carlos V. Se trataba de una suerte de restitución del orden divino que escogía a los reyes para gobernar a los pueblos. En marzo de 1864 el gobierno de Yucatán se había declarado a favor de la regencia establecida en la ciudad de México. Yucatán reconocía al imperio que encabezaba Maximiliano de Habsburgo. Yucatán tradicionalmente ha sido conservador, desde su fundación fue una ciudad que valoraba la hidalguía y la blancura de la raza. Su inclinación se vio a la hora de la Independencia, en la Guerra de Castas y en el imperio de Maximiliano y Carlota. Yucatán en los tres años que duró el imperio vio una paz que no conocía desde la época colonial. Desde luego que los yucatecos contaban con el apoyo del emperador. El mismo Maximiliano había prometido visitar Yucatán por su lealtad al imperio. Pero fue imposible que el emperador cumpliera su palabra, en cambio envió a su esposa: la emperatriz Carlota. Quien quedó impresionada y narró en diecinueve páginas su estancia en Yucatán donde tuvo como capellán al muy ilustre Crescencio Carrillo y Ancona. Maximiliano restableció el cargo de Defensor de los Indios, llevó a un grupo de indígenas a México y por efecto de las leyes del 1 de noviembre de 1865 se anularon las deudas de los indios. Maximiliano, llevado por su cariño a Yucatán, envió varias embajadas para encontrar formas de impulsar el desarrollo económico del Estado. En un gesto que fascinó a los yucatecos Maximiliano le otorgó al comisariato imperial poderes omnímodos para el gobierno de la Estado: “porque en Yucatán no se podían aplicar las leyes del Imperio”.