Por Roldán Peniche Barrera
De don Lucas de Gálvez mucho hay que decir sobre su violentísima muerte; además, como gobernador fue muy superior a Campero ya que siempre demostró su verticalidad en las cuestiones políticas. Trasciende, así mismo, como el primer gobernante caminero, esto es, que hizo caminos y caminos, y no solo los hacía al andar, como quiere Machado, sino con piqueta y todo. Yucatán se beneficio mucho con sus actividades. Pero, claro, desde luego, no era un hombre impoluto ni creo que haya uno en la faz de la tierra. Ya he dicho que gustaba de la parranda y de las faldas, a pesar de que tenía esposa en España, a la que por alguna causa había abandonado. También se hizo famoso por sus fiestas en la vieja hacienda de Walix, cuyo llagado casco todavía perdura en la Colonia Esperanza. Ahí corrían los buenos vinos de Andalucía y de la Francia, el mondongo a la andaluza y los tacos de cochinita, Sí porque no me ven a decir que no existían en el XVIII los tacos de cochinita, que yo mismo los probé en una de aquellas fiestas a la que fui invitado. Ya desde 1765 el teniente Cook -quien recorrió toda la península- habla de la cochinita, que seguramente comía en tacos. El Sr. Baeza degusta su hirviente cafe, asienta la taza y prosigue su charla de muy buena gana:
-Ahora bien, queridos amigos, si somos un tanto observadores, notaremos que el gobernador tenía enemigos por doquier: los ofendidos esposos de las mujeres que enamoraba, los comerciantes que se sentían despojados de algunas de sus riquezas y ciertos religiosos de muy alta jerarquía que no comulgaban con sus ideas. El obispo Luis Piña y Mazo era uno de sus peores enemigos. iY vaya. si conocí al obispo, que eso de «mazo» le queda muy bien pues era implacable!
-Según veo Sr. Baeza -lo interrumpo-, don Lucas era mal visto en Yucatán …
-Bueno, el pueblo, el verdadero pueblo, lo quería y lo quería bien. Aparte de todo lo que había hecho por los pobres, don Lucas hizo construir el Paseo de las Bonitas o la Alameda, donde más tarde se ubicaría la Calle Ancha del Bazar y en esta época, el maloliente mercado que lleva su nombre.
Me parece que el crimen se fraguó en la Casa de Gobierno. Yo solía acudir a las audiencias del Palacio, donde conocí a Esteban de Castro, sujeto que dominaba la lengua maya, por lo que resultaba muy útil como intérprete en las audiencias de indios. ¡Cuántas veces no pillé a de Castro conversando sotto voce en un oscuro rincón del edificio con Alfonso López, el siniestro portero de Palacio! Este López era verdaderamente de temer y ya se empezaba a sospechar de sus odios contra el gobernador puesto que este le había reconvenido varias veces por no cumplir con su trabajo y por estar siempre borracho. Estos regaños no gustaron a López, pues los había recibido en público.
-Pero algo sospecharía el gobernador …
-Claro, si hasta denostaban a don Lucas durante sus borracheras en las tabernas y tampoco parecía importarles si alguien les escuchaba. Se informo al gobernador sobre aquel chisme y éste ni tardo ni perezoso, los mando llamar, los reprendió y los envió al calabozo por unos días. ¡Gran error de don Lucas! Debió haber sido más severo con ellos. En cuanto estuvieron libres Castro y López prosiguieron sus amenazas y López juro vengarse del mandatario. A poco fue cesado de su cargo.
Los dos individuos se reunieron una vez más y acordaron el asesinato del gobernador. Previeron todo, cuidaron del más mínimo detalle y decidieron que la hora perfecta para perpetrar el crimen sería cerca de la medianoche, cuando el gobernador abandonara la Casa de Gobierno para dirigirse a su hogar en compañía de su tesorero.
El Sr. Baeza bebe un sorbo de su café y continúa:
-Para llevar al cabo su plan, López se puso un disfraz negro; hasta su máscara y su sombrero eran negros, y a lomos de un caballo se ubicó estratégicamente en la llamada esquina del Toro (calles 61 y 56) Llevaba en la diestra un largo palo que tenía amarrado en un extremo un afilado cuchillo. Temblaba y sudaba, estábamos en pleno verano y a eso de las diez u once de la noche no había un alma en la plaza. Más o menos por ese tiempo salieron el gobernador y su tesorero de sus oficinas, se introdujeron en un carruaje y partieron hacia la casa del primero donde tomarían café, jugarían una partida de naipes y hablarían de cuestiones políticas. Extrañamente, el gobernador ocupó el lado del tesorero y éste el del gobernador. Apenas había avanzado la calesa la primera esquina cuando surgió de las tinieblas la figura del hombre de negro montado en su cabalgadura … Solo fueron segundos: el jinete introdujo, a través de la ventanilla de la calesa, el largo palo con el cuchillo atado en la punta que violentamente se alojo en el pecho del gobernador. Este pensó que le habían lanzado una pedrada; a duras penas llegó a su casa: miróse al espejo y horrorizado, observó que de su pecho surgía un chorro de sangre. Los criados fueron por un doctor, que era vecino de don Lucas, pero éste declaró que nada se podía hacer, Y «es que el gobernador ya se moría» … Falleció -según se comento en esos momentos- un cuarto para las once. Entonces se escuchó el lúgubre sonido de le campana mayor de la catedral y de esta manera el pueblo se enteró enseguida de la horrible noticia.
Pero pregunté al Sr. Baeza: Si Ud. ha dicho que el gobernador toma el asiento del tesorero y éste el del gobernador, ¿cómo fue posible que el asesino le acertara a don Lucas … ? -¡Ay amigo -respondió el Sr. Baeza-, aquí no estamos hablando de amateurs! López era un experto tirador, y además, dicen que estuvo practicando antes del asesinato. O sea, hablamos de profesionales, aparte de que López gozaba de una excelente visión, aun en medio de la noche.
¡Qué puntería la suya! -Sr. Baeza -terció uno más del grupo- ¿Existe algún verdadero motivo del asesinato de don Lucas de Gálvez? Porque no me creo que los solos regaños a esos borrachínes devengan la causa de tan tremenda ejecución. El Sr. Baeza se mecía las blancas barbas y echando humo como una chimenea, razona: -En verdad le asiste a Ud. la razón. Es imposible responder de una manera categórica cual fue la causa del homicidio … o magnicidio porque estamos hablando de un gobernante. Es más, después de la muerte de don Lucas salieron a relucir versiones, pero ninguna coherente o digna de tomarse en cuenta. Involucraron a mucha gente, entre ellos a don Toribio del Mazo, sobrino del obispo Pina y Mazo y a otros más. Sin embargo, todo quedó en el más profundo misterio. Bueno, sí Ud. desea saber más del asunto le recomiendo viajar a la capital del país y consultar en el Archivo General de la Nación los veinticinco inmensos tomos de la documentación del nefasto hecho. Estos volúmenes seguramente los consultó el erudito yucateco D. Jorge Rubio Mané (de quien, añadimos nosotros, cúmplese en este 2004 el centenario de su natalicio sin que, hasta la fecha, alguien o alguna institución se haya abocado a rendirle un homenaje). Lo que si se sabe es quienes perpetraron el crimen, los dichos Esteban de Castro y Alfonso López.
-¿Hubo otros arrestados, además de don Toribio del Mazo?
-Por supuesto; el primer arrestado fue el tesorero de gobierno, el Sr. Rodríguez de Trujillo, luego don Juan José Viveros, Teniente de Granaderos del Batallón de Castilla que fungía como secretario particular del gobernador y el presbítero don Tadeo Quijano y su hermana doña, Josefa (dama de la que estaba prendado Esteban de Castro), todos los cuales evidenciaban sentadas coartadas
-¿Y cómo acabaron de Castro y López?
-Muchos años estuvieron en prisión y fueron víctimas de la tortura en las cárceles de la metrópoli. De Castro, a resultas de estos tormentos, sufrió de una vértebra dislocada por lo qué el resto de sus días, no pudiendo permanecer acostado por el dolor, se vio en la necesidad de dormir tendido como un gallo. En prisión fue condenado a enseñar la doctrina en la cárcel, pero la Corte desaprobó tal «castigo» por no serlo. Entonces lo encerraron de veras y falleció poco después. En cuanto a López, de quien dicen que una vez cometido el crimen se dirigió hacia una zanja previamente dispuesta donde cosió a puñaladas a su caballo echando el cadáver junto con su disfraz y enterrando aquellas pruebas irrefutables de su crimen pronto fue capturado y una noche, cuando procedían a interrogarlo, comenzó a sudar copiosamente y de pronto se desplomó muerto sobre las baldosas del lugar. Se detuvo el Sr. Baeza, bebió un poco de agua y nos preguntó: -¿Alguna otra cuestión, señores? Pero nada, respondimos. Nuestra curiosidad ya estaba satisfecha