Por Roldán Peniche Barrera

–Esto de ser inmortal– me confiaba con la mirada entristecida el Sr. Baeza –tiene sus desventajas. Sabrá usted que en los casi quinientos años que me han tocado vivir, he visto morir a un titipuchal de amigos y familiares… He acudido a sus funerales con dolor en el alma y me han pasado velando en las salas de pompas fúnebres bebiendo habanero o café con tal que no me venza el sueño. Y ahí, en esos sepelios he oído mil chismes y he llegado a comprender que quien menos importa es el muerto. A usted mismo, que hoy comparte conmigo la conversación y la greca de «Moncho», seguramente habré de visitarle en «Perches» o en «Poveda», ¡que más da! Pero no se crea, también he disfrutado de la vida y he atestiguado todo lo que se pueda atestiguar en cuatrocientos años…

¿Conoció usted a Felipe Manzo, «el hombre más alto del mundo»?

–No había tal, no era «el hombre más alto del mundo» pero ¡claro que era un gigante! Recalcó en Mérida por 1946, mediando el mes de febrero. El hombre, vestido de charro, rebasaba por mucho los dos metros de altura. Venía de Michoacán y lo había descubierto un tal José Borja González, que también lo administraba. La administración de Manzo dejaba muy buenos pesos. Bueno, eso de administrar gigantes es como poseer a la gallina de los huevos de oro. Era el tiempo de otro gigante, Primo Carnera, cuyos manejadores se hicieron millonarios. Pero volvamos a Manzo, nuestro manso gigante, que lo era. Yo acudí a su exhibición al teatro «Peón Contreras» donde ofreció una de sus habilidades de charro: manejaba muy bien la reata y practicaba otras suertes propias de la charrería. Cuando llegué al teatro ya estaban bien acomodados el alcalde de Mérida Profr. Artemio Alpizar Pacheco y el General de División Aureo L. Calles, Comandante de la XXXII Zona Militar. Ambos se hacían lenguas de las «hazañas» del gigante. Un ayudante de Manzo se aproximó a explicarnos que éste contaba con un sastre exclusivo que viajaba con él a todas partes.

–Sería la comidilla del día el tal Manzo…

–¡Si, hasta lo involucraron en un «cultivo» los yucatecos! Verá usted, por entonces vivía don Pepe Rosado, que entonces ya era bien viejo. Yo me decía: pero este don Pepe es tan inmortal como yo… Nadia sabía su verdadera edad aunque alguien ha dicho que cuando conoció a Felipe Manzo ya había rebasado los ochenta. La verdad es que yo no le concí de chiquito sino joven, cuando por azares del destino llegó a ser campeón de ciclismo de Mérida. Y dicho sea en su honor, fue el mejor ciclista de su época, un futuro «Naxón» Zapata o, si queremos internacionalizarlo, un Fausto Copi…

Entonces todo el mundo le apodaba «el campeón», y «el campeón» por aquí y «el campeón» por allá: ya estando viejo se lo seguían diciendo. Ya para entonces don Pepe era un «cultivado» y andaba retando a los jóvenes a competir en carreras de bicicleta o a «rendir pulso» o como dicen en el altiplano, «a las vencidas». Claro. todos se dejaban vencer del vejete y el hombre llegó a creerse supermán.

¿Pero todo esto tiene algo que ver con Felipe Manzo?

–¡Pues desde luego, mi amigo, y mucho que ver! Pues mire usted que se reúne un grupo de desocupados, de los que había tantos en el Parque Hidalgo hace medio siglo, y que acuerdan invitar a don Pepe a «rendir pulso» con el gigante Manzo… Claro, previamente se había puesto de acuerdo  con el michoacano, quien, sin conocer ni de mentadas a don Pepe, aceptó el resto, por supuesto mediando algún dinero. No recuerdo si el «match» tuvo lugar en los bajos del «Peón Contreras» o en algún café de la Mérida de 1945; sobre una mesa confrontaron sus mafias «el campeón» y el gigante, y después de un buen tiempo de inútil forcejeo, Manzo se dejó vencer y emergió como ganador don Pepe. Este celebró su triunfo con crispadas risas nerviosas y por muchas semanas no había ni quien lo fumara. Este fue uno de los casos de «cultivo» más sonados de esa época. Por cierto que por aquellos días debutó en Mérida un pequeño prodigio del piano: Agustín Anievas Arias, de sólo 9 años de edad. Yo estuve a a escucharlo: era una maravilla, y yucateco por parte de la madre, la Sra. Ofelia Arias de Anievas. Hoy aquel chiquillo precoz se anda triunfando en las grandes salas de concierto del mundo.

–¿Y que ocurrió con Felipe Manzo?–

–Después de cobrar su tajada por la faramalla de don Pepe, lió bártulos y emigró hacia la Habana. En realidad, Manzo deseaba llegar a ser campeón de lucha libre, emulando a Primo Carnera. Ignoro si lo lograría…

Vista del teatro Peón Contreras y la calle 60 a mediados del siglo XX.