Hace más dos mil cuatrocientos años los griegos inventaron un neologismo: cosmopolita. Antes de la aparición de este término el lugar de nacimiento era parte del nombre de los seres humanos: Anaxágoras de Klasomene, Tales de Mileto, Apolonio de Rodas, etc.;  uno era el lugar donde había nacido. Ser cosmopolita es ser libre y a un tiempo ciudadano del mundo conocido. Como dijera Victoria Ocampo: el cosmopolita no niega su nacionalidad, pero eso no le impide aceptar otras logrando la riqueza fraterna que exige el mundo. Finalmente se pertenece a  esta tierra y a todos los pueblos que contiene.

Una de las primeras, y más enconadas, polémicas en el país se dio en torno al nacionalismo y la universalidad. La disputa empezó en el campo de la literatura pero prosiguió con la música y algún tiempo después llegó a la pintura.

El primer compositor nacionalista mexicano fue Manuel M. Ponce, le siguieron otras figuras como Miguel Bernal Jiménez ,  Carlos Chávez y Silvestre Revueltas, quienes desde el Conservatorio Nacional de Música formaron una generación de músicos como José Pablo Moncayo, Blas Galindo, Daniel Ayala y Salvador Contreras, los que, juntos, formaron el Grupo de los Cuatro.

Julián Carrillo propuso alternativas diferentes a la escuela nacionalista .Entre sus alumnos de composición sobresalen Julia AlonsoSofía Cancino de CuevasJosé F. Vásquez, dedicados a la música tonal en la tradición clásica. Asimismo ejerció influencia en otros compositores mexicanos como Arnulfo MiramontesRafael J. TelloFrancisco Camacho Vega y Efraín Pérez Cámara. Todos ellos han quedado un poco relegados por la sombra de los integrantes de la escuela nacionalista.

Quizás  el debate tardó en llegar a la pintura por la fuerza de ese “evangelio nacional” que proclamaba la escuela nacionalista, mediante sus tres grandes apóstoles: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. No deja de sorprender que la corriente socialista de la escuela mexicana sea impulsada por los gobiernos, contrario a lo que pasaba en todo el mundo. El Estado mexicano se sostenía patrocinando a sus críticos. Como producto del debate de la pintura sobrevino la “Generación de la Ruptura”, expresión interesantísima que puede utilizarse en otros campos. A esta  generación pertenecen José Luis Cuevas, Fernando García Ponce, Manuel Feligueres, etc.; hay que hablar de un punto intermedio de gran valor: Rufino Tamayo.

La situación es explicable: tres siglos de Colonia que nos mantuvo fuera del devenir de la historia universal, un siglo XIX en que teníamos la mirada puesta en Francia , así finalmente llega la Revolución que reivindica nuestro pasado indígena , nuestro ser mestizo y  nuestra forma de vivir. La Revolución trata de liberar a los oprimidos y entre ellos ese encontraba “lo mexicano”, nuestras más valiosa tradición. De ahí la necesidad de crear un movimiento nacionalista que liberara nuestro pasado.

Esto impulsa el nacionalismo, que puede terminar siendo una fiebre riesgosa o un querer vivir como la mujer de Lot viendo la tierra. Fue la generación de Contemporáneos que con sus traducciones y puestas en escena de los autores modernos del mundo, alebrestó la corriente nacionalista e inspiró a don Ermilo Abreu Gómez a hacer la pregunta que inició todo ¿Está en crisis nuestra literatura de vanguardia? Así se proponía una vuelta a lo mexicano. La respuesta la dio el más brillante literato de su época y uno de los intelectuales más lucido  del siglo XX mexicano, Jorge Cuesta. Cuesta enloqueció no por falta de razón sino por exceso de razón, se desequilibró por esa inteligencia fulgurante a la que él servía. Dijo el poeta de Canto a un Dios Mineral: “El señor Abreu Gómez ya la hace servir-a la tradición- como escudo a la mediocridad y a la incultura”. La petición de muchos era que se cuidara de la tradición que nos nutría, nos daba sustento, que nos daba rostro ante el mundo. Dijo Jorge Cuesta: “Cuando se ha oído a un Shakespeare, a un Tendal, a un Baudelare, a un Dostoyesky, a un Conrad, pedir que su cuidara la traición”. La tradición vive y cuando lo deja de hacer y se le mantiene cuida y mantiene viva se vuelve folklore. A menudo se supone que la tradición depende de que los discípulos vayan a su tempo olvidando  que a los discípulos “no se les seduce, se les merece”. La tradición es tradición porque no muere. El nacionalismo, decía Cuesta, plantea que el individuo solo se interese por lo que tiene cerca y anda más. Así son preferibles las obras de don Federico Gamboa a las de Sthendal, diciendo: “don Federico para los mexicanos y Sthendal para los franceses”. Se conoce la respuesta concluyente de Cuesta: “Por lo que a mi toca, ningún Abreu Gómez  logrará que cumpla el deber patriótico de embrutecerme con las obras representativas de la literatura mexicana. Que duerman a quien no pierde nada con ellas:

Yo pierdo a la Cartuja de Parma y mucho más. Me atrevo a advertirlo porque por fortuna son mucho más los mexicanos  que, no sintiendo como el señor Abreu Gómez, son incapaces de decir: no son grandes nuestros artistas porque son diestros en el manejo de sus artes, sino porque han sabido rebasar sobre sus formas, sobre los aspectos, el espíritu nuevo de México, el ansia de nuestra sensibilidad”. Cuesta terminaba considerando que esa invocación a la tradición podría ser un ansia de cubrir la mediocridad, la pequeñez, de muchos artistas incapaces de ver de frente al hombre y al mundo en que habita. El hombre como especie ha cambiado poco desde los tiempos más remotos, sus pasiones, sus obsesiones, son las mismas en todos los pueblos. Cambiarán, por ventura, los colores, pero no las esencias. ¿Qué es ver a los otros sino ver una versión de nosotros mismos?

Salvador Novo que defendió la tradición que igual vehemencia que la universalidad en la literatura mexicana y que sufrió la varia batida de don Emilio, le dedicó algunos versos satíricos feroces:

 

Aqueste sorjuanete grafococo,

Desmedrado, calvillo, yucateco,

Cuyo padrote, eyaculado en seco,

Le diera el semi-ser en semi-moco

 

Este de ciencia no, peri foco

De liter-reporterico embeleco,

Me viene a la memoria si defeco,

Y en mis huevos lo espulgo si los toco.

 

Este proliferado treponema,

Esta liendre de seis en bastardillo,

Pegajoso producto del enema

 

Este que alargo para darle brillo

Este huevo de pájaro sin yema

Por abreviarlo más, este Ermilillo.

 

Los Contemporáneos fueron tachados de extranjerizantes, de maricones y traidores al ser nacional. Diego Rivera tuvo poca misericordia para ellos. Y así el temible Novo le reviró:

 

Cuando no quede muro sin tu huella,

Recinto, ni salón sin tu pintura

Exposición que escape a tu censura,

Libro sin tu martillo y sin tu estrella,

 

Dejaras las ciudades por aquella

Suave, serena, mágica dulzura,

Que el rastrojo te ofrece en la verdura

Y en sus hojas la alfalfa que descuella.

Retirarás al campo tu cordura,

Y allí te mostrara naturaleza

Un oficio mejor que la pintura.

Dispón el viaje ya. La lluvia empieza.

Tórnese tu agrarismo agricultura,

Que ya puedes arar con la cabeza.

 

La lucha librada en ese entonces y en sus réplicas posteriores, por absurda que nos parezca, es la de la modernidad contra las versiones más sombrías de la tontería.

Sthendal