Entre la colonia y el arribo de la «bella época» a Yucatán hay varios décadas preñadas de conflictos políticos y dificultades económicas en el estado. En ese sentido, par el tema que nos ocupa, no muestran mayores transformaciones a pesar de lo convulsionado de algunos pasajes. Para entonces la moda masculina ya había adoptado el saco largo con faldones que diera lugar a las levitas, también se habían hecho presentes los cuellos largos, y erguidos, con corbatas de moño que se lograban a partir de un lienzo de tela que se enrollaba en el cuello; las telas estampadas, para los ampulosos vestidos de las mujeres, empezaron a cobrar un natural auge. La industria textil de Manchester, en Inglaterra, creció y sorprendió al resto de Europa, con el consabido influjo sobre América. En estas operaciones Nathan Rothschild, miembro del célebre clan que había salido del gueto de Frankfurt para dispersarse por las grandes capitales Europeas, se había enriquecido descomunalmente. Sin embargo Yucatán pasaba por momentos difíciles y a pesar de su vinculación con el exterior no podía hacerse eco de lo que sucedía en mundo. Esta situación duró por algún tiempo, al punto de que cuando la emperatriz Carlota visitó la península de Yucatán se sorprendió de la elegancia, y belleza, de las señoritas Gutiérrez Estrada de Campeche, no reportando mayor asombro por lo visto en Mérida. Campeche era, por aquel entonces, un puerto importante, por lo tanto sus relaciones con Europa le ofrecían oportunidades que no se veían con facilidad en Mérida. Ya Stephens había escrito: «La sociedad yucateca está montada sobre un cierto pie aristocrático y se divide en dos grandes clases: una gasta pantalones y otra que es, sin duda alguna, la más numerosa, que no usa calzoncillos». Finalmente el mundo entero entró en una etapa que la historia ha llamado «La bella época». El surgimiento de una consolidada sociedad urbana, el florecimiento del comercio y la industria dieron lugar a una era de prosperidad. Surgieron los grandes almacenes parisinos, se sofisticaron los restaurantes, se ampliaron los teatros y la vida se hizo intensa. Renació el Romanticismo con una fuerza verdaderamente arrolladora, ese que hoy se ve con asombro, y hasta con sospechas de cursilería, pero que en aquellos años aparecía en los modales, en la escritura, la arquitectura, la música, la pintura y, desde luego, en el vestido. Y más ha de decirse de la poesía: se había convertido en la forma excelsa de comunicarse y quizás por eso rayaba en los excesos del patetismo. Los daguerrotipos de esa época muestran las miradas dulces y soñadoras de las mujeres y las poses gallardas y estudiadas de los caballeros. En Yucatán la «bella época» entró pisando fuerte con la revolución que implicó el auge del henequén. Circuló en el estado una cantidad de recursos nunca antes vista y lo hizo en el momento en que el mundo ofrecía una era glamorosa. Los grandes compradores del henequén eran los cordeleros norteamericanos sin embargo para dilapidara sus abultados ingresos los yucatecos volvían la mirada a donde estaban puestos los ojos del mundo: París.
Empezaron a llegar «los toilletes de terciopelo gris, con faldas plisadas, bolero, lento y vago, también a pliegues y guarnecido de cuellos bordados en la orilla con motivos de pasamanería»; «las faldas de muselina, de seda blanca, enteramente pegadas. La parte superior muy ceñida se entreabre para darle mayor amplitud. El bajo se aligera con motivos de encaje de Alencón incrustado todo alrededor y subido al centro, hacia el medio de la cola, que es muy larga». Aparecieron las pieles que costaban de 300 a 400 pesos como la piel de Breitstshwantz, que era de astracán; eran muy demandadas las franjas deshilachadas de crespón de china y los crespones de champagne. Aparecieron los casimires franceses con «pintas» a la última moda, las corbatas y pañuelos de seda, el piqué para los imprescindibles chalecos y los linos y los driles blancos o de colores. Fue a principios del siglo XX cuando se desmontaron miles de hectáreas alrededor de Mérida, como años antes se había hecho ya en el interior del estado; los desmontes perseguían preparar el terreno para la siembra del henequén. Esto implicó una transformación en el clima de la ciudad. Nos fácil establecer los grados en que aumentó la temperatura, al menos con las dos consideraciones que son necesarias: temperaturas promedio en las distintas temporadas del año y las horas que duraba la temperatura máxima en un mimo día, esto a pesar de que se cuenta con el minucioso reporte llevado por el padre Norberto Domínguez Elizalde, quien durante un par de años apuntaba las distintas temperaturas en un solo día. Lo cierto es que se puede pensar que la temperatura aumentó en las primeras décadas del siglo XX los grados necesarios par evitar el uso de traje que era generalizado durante todo el año. Definitivamente la situación se complicó con el calentamiento de la atmósfera por el debilitamiento de la capa de ozono, lo que condiciona, naturalmente, el uso de determinadas telas y modelos. Sin embargo a finales del siglo XIX se usaban sacos negros de paño y las panas lisas y labradas. También tenían demanda el olán de lino, el olán de hilo negro, el bramante, los rasos, las sedas, el crean de lino y, desde luego, la muselina.
En los zapatos también encontramos una variedad cautivadora, las antiguas zapatillas de dril negro, bordadas o lisas, con las puntas ligeramente achatadas que llegaron a ser conocidas como «chancletas de vieja» fueron sustituidas por los zapatos forrados de seda o de raso bordado o pintado a mano – sin embargo las «chancletas de vieja» no desaparecieron del todo y se siguieron usando hasta las primeras décadas del siglo XX; así podemos encontrar charoles de cueros ingleses, castores aplomados, cabrestillas negras francesas, cortes de botín de castor, cordones de cáñamo con puntas de metal, todo materia de primera para la elaboración de calzado sobre medida que hacían los artesanos yucatecos. «El Botín Azul», celebre tienda de calzado, ofrecí zapatos nacionales, franceses, austriacos, americanos y españoles. En esta época la propiedad, de acuerdo a la ocasión, era indispensable. Los señores solían usar jaquet para las mañanas y las tardes, smoquing o frac para las noches, levitas para actos oficiales o duelos, sacos de alpaca para estar en las casas, cuellos y puños duros, mancuernillas y fistoles, y los trajes de lino o de dril para el trabajo o a playa. La guayabera, de la que hablamos aparte y que llegó a Yucatán procedente de Cuba, solo era utilizada para las haciendas. Fue en la «bella época» que el término «flux» apareció en Yucatán para llamar a los sacos que en aquel entonces solían ser de «paño negro». En esta época era común que ofrecieran, en un mismo almacén, artículos importados de Europa para las clases altas y zapatos, telas y sombreros para «mestizos», pluralidad que no afectaba la imagen de un establecimiento comercial, en todo caso, por el contrario, la hacía más solvente y atractiva. Los sombreros eran parte del vestido y por lo tanto se ajustaban a la ocasión: chisteras, chisteras de «media copa», «hongos», bombines, sombreros de fieltro, de paja, de carrete y de más, eran necesarios para salir a la calle o acudir a tales o cuales eventos. Más podrá decirse de los sombreros de las damas y la evolución que los condujo a diseños complicadísimos, con alas desmesuradamente anchas, olanes, encajes, plumas, flores de telas y pedrería. Nunca como en esa época llegaron a Yucatán joyas de todo tipo: botones de perlas par alas camisas de los caballeros, o de esmeradlas rodeadas de brillantes pequeños para las pecheras de los fracs, mancuernas de perlas y brillantes, zafiros, esmeradas y rubís, y fistoles también de piedras preciosas. Los aderezos par alas damas eran deslumbrantes y, tiempo después, cuando la situación económica se tornó muy difícil fueron una vía para la restitución de la fortuna perdida.Se ha dicho que los modelos complicados anuncian la decadencia de una época y nunca podrá verse con mayor nitidez que en estos años dieron lugar a una era que, en muchos aspectos, protestaba contra ellos. Ciertamente la «bella época» pudo vivir pasajes desmedidos gracias al liberalismo a ultranza que se vivía en el mundo y que dio lugar a la acumulación de fortunas de fábula que pretendían explorar los placeres del mundo, y al hacerlo los incentivaban en otros niveles de la sociedad.
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