Ya hemos visto que en los años veinte la influencia de los Estados Unidos se empezó a sentir en el mundo, Yucatán , que seguía manteniendo relaciones con Europa, también empezó a fijarse en Nueva Orleans, Nueva York y La Habana, como puntos de cuales provenía lo moderno. Desde los años treinta, durante la Segunda Guerra Mundial y después de ella, realmente la influencia más importante venía de la Unión Americana. Las telas, los diseños y las composiciones seguían, como han seguido, los pasos de la moda norteamericana, que a su vez solía seguir, en algún sentido, a la moda europea.
En los años veinte se estableció, en líneas generales, el modelo del traje de hombre tal como hoy lo conocemos. Desde entonces hasta la fecha han variado los tamaños de la solapa, la forma cruzada o recta, el número de botones, el ancho de la corbata, las fórmulas para el nudo, el ancho del pantalón y las hombreras del saco, la presencia o ausencia del chaleco, etc; sin embargo el concepto es el mismo y en cierta forma universal. Se ha visto que antes, en «la bella época», el traje del hombre no era lo sencillo que fue después y tenía una serie de estilos que debían usarse de acuerdo a la ocasión.
Un detalle que apareció en los últimos años del siglo XIX ha atravesado más de un siglo y ha llegado hasta nuestros días: la raya en medio de los pantalones. Se dice que Alberto, el hijo mayor de la reina Victoria de Inglaterra y futuro rey Eduardo VII, en los tiempos en que era príncipe de Gales tuvo que cambiarse a toda prisa de pantalón, mientras era transportado de un sitio a otro donde presidiría un acto, tomando uno nuevo que no había sido planchado por primer vez, motivo por el cual todavía tenía las rayas de la sastrería, rayas de nuevo, sin tiempo para mayores consideraciones lo usó tal cual e impuso una moda que dura hasta nuestro días.
El traje de la mujer, desde luego, no ha observado estas pautas, en todo caso se ha enriquecido con los distintos largos y el uso de pantalón, novedad histórica que aparece en los años cuarentas pero que empieza a hacerse extensiva hasta los sesentas, que también fueron años de protestas y de cambios y que, en ese sentido, influyeron en los años siguientes. en los años treinta el vestido de la mujer se ajustaba a un largo que daba hasta la mitad de la pantorrilla, o algo más alto; se abandonaron totalmente los vestidos rectos, pero tampoco se rescató el uso de las crinolinas; se fijó «el traje sastre» en los términos que hoy lo conocemos y que prevalecería hasta la siguiente década, todavía para los treintas el sombrero de la mujer era común tanto el de «ala ancha» como el «recortado».
En los cuarentas, con clara inspiración norteamericana empezaron a aparecer los vestidos estampados con fondo blanco, de tela ligera con alguna mezcla de derivados de petróleo, de faldas anchas aunque sin crinolina; realmente el nylon era un signo de modernidad. El peinado de las mujeres con raya en medio y alto, recogido atrás, todo muy bien fijado, hacía el complemento del atuendo y símbolo de la elegancia. Surgió el romanticísmo norteamericano, el de «Casablanca», el gran clásico del cine que hasta hoy sigue cautivando. Era un romanticísmo más fresco, menos formal y, tal vez, menos fingido. Este romanticismo prevaleció en la década de los cincuenta y en los primeros años sesentas tonificado por las figuras, y las historias , Grace Kelly Jackie Bouvier y amenizado por las canciones de Frank Sinatra.
La guayabera le empezó a ganar terreno al traje y lo hizo en forma contundente; se fabricaban guayaberas para toda ocasión pero, eso si, todas blancas. Se ha dicho que el antecedente remoto de la guayabera puede encontrase en Filipinas, donde era muy común utilizar camisas de cuatro bolsas; de Filipinas pasó a Cuba, donde se le introdujo los tableros bordados, y de ahí llegó a Yucatán. La guayabera sustituyó al traje, tanto par el día como para la noche, el cima ya había sufrido el gran cambio y por eso era necesario encontrar una nueva fórmula para evitar sus estragos. Se podían usar guayaberas de algodón con alguna otra combinación, pero las requeridas para los actos solemnes o para las noches habrían de ser de lino. Desde entonces y hasta la fecha la guayabera permite a los yucatecos estar bien vestidos para cualquier ocasión, a pesar del aire de formalidad que la envuelve.
México llegó a cerrarse totalmente al exterior lo que implicó, al menos, tres cosas: el surgimiento de una industria textil y del vestido mexicana, la permanencia de las modistas y los sastres y el florecimiento del contrabando, sobre todo el de telas; Yucatán vivió esta época con particular intensidad a partir de sus cercanías con Belice desde donde entraban gran cantidad de telas y géneros de mercería no sólo para el mercado peninsular sino para todo el sureste. La moda se encontraba en los «Figurines» que servían para las modistas o en el extranjero, a donde se acudía con frecuencia; surgió también un servicio muy particular: traer ropa de los Estados Unidos sobre.
Los cincuenta volvieron a poner de moda las cinturas ceñidas y las faldas anchas con crinolinas, ambas prevalecieron hasta los primeros años de los sesenta en que volvió nuevamente el concepto de Chanel: vestidos rectos y diseños sencillos. Surgió el concepto de la «minifalda» y otros más que cobraron fuerza con todos los movimientos de protesta juvenil que se desataron por todo el mundo. El rock, que había aparecido en la década de los cincuenta, se volvió más radica y se dio en torno a él todo un movimiento «Los Beatles» hicieron una de las grandes revoluciones den la historia de la música. Sin embargo las agitaciones juveniles no llegaron a Yucatán como pudieron llegar a otras ciudades de provincia., al menos no llegaron en los sesenta, en todo caso a mediados de los setenta hubo violentas agitaciones estudiantiles pero animadas por intereses políticos y con muy poca autenticidad. Para sorpresa de todos, incluidos los sabios, como prendieron las agitaciones juveniles de los sesenta se apagaron, se desvanecieron no sin dejar huellas de dolor en los casos de las represiones violentas.
Los setentas fueron, hasta cierto punto, años insípidos que parecían no asimilar los cambios de las décadas pasadas. Sion embargo dieron lugar a las solapas y los cuellos anchos y mantuvieron los pantalones «acampanados» que habían aparecido al final de los sesentas. Caso similar se dio con la mezclilla, tela para esclavos en las plantaciones de algodón de la Luisiana, cobró auge y se instituyó por derecho propio. La mezclilla cruza los años con singular frescura y parece no tener a la vista un horizonte de vida. Desde luego que su percepción, al menos en la sociedad yucateca, ha cambiado: en la década de los setenta a los alumnos del Centro Universitario Montejo se les prohibía llevar a clases pantalones de mezclilla, al finalizar los noventas un pantalón de mezclilla es el uniforme de los alumnos del Colegio Montejo.
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