Esta etapa de transformación radical requiere, para ser definida cabalmente, la mención de un médico extranjero que durante 2 periodos impulsó la medicina en el estado. Harald Seidelin fue traído a Yucatán en la época en que se inagura el nuevo edificio del hospital O’Horán, en el año 1906, siendo director de la escuela de medicina el Dr. Augusto Molina Solís.
Seidelin era un bacteriólogo de origen danés que se aplicó con esmero a la investigación de enfermedades tropicales.
Antes de él la sífilis sólo se diagnosticaba por la clínica y en la parasitosis intestinal únicamente se conocían la tenia y las lombrices. Harald Seidelin fue el que encontró varias enfermedades del intestino hasta entonces empíricamente conocidas en su etiología: amiba disentérica y los tricocéfalos; en las enfermedades de la piel sólo se usaban los medicamentos, ignorándose los elementos productores de la enfermedad; Seidelin, con la dedicación de su genuino espíritu científico, encuentra parásitos y hongos que explican cuadros clínicos dermatológicos hasta entonces desconocidos.
Seidelin enseña en Yucatán la reacción de Wasserman para diagnosticar la sífilis, que se dice fue usada por primera vez en todo México. En el anfiteatro de disección trabajó incansablemente haciendo la autopsia de todos los enfermos fallecidos en el hospital, poniendo así las bases de la anatomía patológica en nuestro medio.
Fue un gran estudioso de la fiebre amarilla, que llegó a padecer, logrando que su propia enfermedad fuera un caso de estudio, pues apuntó minuciosamente los síntomas y la evolución. Las placas de Seidelin para diagnosticar la fiebre amarilla fueron usadas a mediados del siglo XX para certificar un brote epidémico en Chiapas. Se afirma que Seidelin tiene en medicina interna el mismo papel que Sauri y Guzmán tuvieron en cirugía.
Extraña, realmente, que el centro de investigaciones de la universidad no lleve su nombre y si el del investigador japonés Hideyo Noguchi que sólo hizo diecisiete días en Yucatán, según minuciosa investigación realizada por nuestro colaborador el Dr. Arturo Erosa Barbachano, y que sus observaciones sobre la fiebre amarilla las realizó en Centroamérica y no en nuestro estado. A todas luces fue una elección desafortunada la del nombre del investigador japonés, convendría estudiar un cambio por la del célebre bacteriólogo Harald Seidelin.
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