Por Alfonso Gasque Casares 

La traza que prevaleció por varios siglos en Mérida delimitaba la ciudad de la calle 50, al oriente, a la 70 al poniente; de la 75 al sur a la 47 al norte, justo en Santa Anna que coronaba el primer paseo de la ciudad, que iba de la plaza al flamante templo, en lo que hoy es la calle 60. A finales del siglo XIX se dieron los primeros movimientos pronunciados hacia el norte con la concepción de dos avenidas: La Reforma y El Paseo Montejo, más ambicioso este último. Cuando llegó don Porfirio en 1906 se abrió la Pérez Ponce para que en la 50 el presidente tomara el tren que lo llevaría a Mejorada. En esos años el oriente tenía su encanto, precisamente de El Jesús a Mejorada. Otro movimiento importante se da con la inauguración de la Avenida de La Paz y sus majestuosos edificios: El Centenario, La Penitenciaría, El Hospital O’Horán y El Asilo Ayala. Posteriormente se abriría la Avenida Colón que unía el poniente con el oriente pero siempre en el territorio del norte. Así podrían proclamar los meridanos que en esta zona se encontraban los vestigios del “paraíso terrenal”. Si durante la Colonia Mérida estuvo dividida por castas, vemos que esta división se exhibió en el siglo XIX y el XX en el crecimiento de la ciudad y en establecimiento de una nueva división: el norte y el sur. Sin entrar a mayores consideraciones podemos asentar que la frontera la marca la calle 47 EN EL NORTE Y LA BARDA DEL AEROPUERTO que ES LA MURALLA EMBLEMÁTICA DE UNA SUERTE DE GUETO QUE ENCIERRA A LA MÉRIDA PROFUNDA La barda del aeropuerto es una cicatriz dolorosa en la ciudad. Pareciera que tras esta muralla se tolera la proliferación de bandas y otras formas de vida convulsa y, al mismo tiempo, impide que la gente del sur invada con facilidad el norte. El asunto toma mayor dimensión si como se dice la primera idea de Ciudad Blanca la da el hecho de que Mérida haya sido considerada “la capital de los blancos” y Chan Santa Cruz “la capital de los indios”. Esta segmentación la proclama la ciudad: el norte es uno, moderno y aristocrático; y el sur, en condiciones diferentes. En el sur viven “el huiraje”, “la indiada”, los nacos; en el norte “los hidalgos”, los “hijos de algo”. Ha habido cambios en los últimos años, no cabe duda, pero han sido insuficientes para revertir esta vocación de la ciudad que entraña tantos perjuicios. Parece que se asume que el sur, la Mérida no elevada sino la profunda, puede tener otras condiciones de vida propias de su geografía: proliferación de bandas juveniles, iluminación deficiente, poca presencia policíaca en comparación con el norte-no habrá policías pero si está el penal que ofendería al norte- poco equipamiento urbano y una clara división con el resto de la ciudad. Muchos son los desafíos que Mérida presenta , uno de ellos que reclama atención es la “Mérida profunda”. Ahí está la mayoría de la población y es posible que se estén incubando problemas que luego lo serán de toda la ciudad. No podemos cerrar los ojos a esta realidad que nos ha acompañado durante tanto tiempo. El reto no es solo de la autoridades sino de todos los que vivimos en esta hermosa ciudad que “bajó de los cielos” y que, en un México atormentado por la violencia, no ha perdido su beatitud.