Por Roldán Peniche Barrera

callejerias 4

Continúa de Callejerías: Un inmortal Yucateco

Dejamos, en nuestra pasada entrega, a nuestro informante el Sr. Baeza, disponiéndose a beber su segunda greca de la mañana en el Café de Moncho mientras nos hace partícipes de las infinitas historias que ha vivido en su también infinita edad. He dicho que nuestro personaje viene e ser hijo (¿putativo?) de uno de los conquistadores que acompañaron a don Francisco de Montejo en su irrupción a Yucatán en el siglo XVI. Pero he olvidado decir que conocí al Sr. Baeza por intermedio de su sobrino y querido amigo nuestro Fausto Baeza (hoy difunto). Ello acaeció hará unos cuarenta años o un-poco menos. Pasado algún tiempo compartí la mesa de café del Sr. Baeza en la que figuraban ciertos pasmosos ancianos con los rostros terribles del Moisés de Miguel Ángel e intimidantes voces gravedosas. No sé, acaso ellos fueren inmortales también.

Fausto Baeza me había informado sobre su tío: «Es un tío raro -me confiaba- y desde mi niñez lo recuerdo tal como ahora lo vemos. Usa el mismo sombrero y el mismo bastón. Su barba ha sido blanca desde que tengo memoria y es conservador a ultranza. «Nsé cuantos años haya cumplido.»

Ahora, mientras lanzaba bocanadas de humo, el viejo acababa de explicarme cómo un solitario limpiabotas, el negro «Timbilla», había liderado a la chusma borracha y destruido las grandes reliquias y el órgano de la catedral de Merida el año de 1915. ; (Él hábil tipógrafo Antonio Novelo ha mostrado en su libro «Mérida la de Yucatán», por primera según creo, fotografíes de los destrozos ocasionados por la befa y la canalla en el mayor templo de Yucatán aquella calurosa noche

-Este «Timbilla» era un negro cubano llamado José Godínez Crespo que había recalado por acáx -me dice el Sr. Baeza-. Muchas veces me lustró las botas (Baeza usaba, o usa, botas a lo Fox y a lo Cervera) pero lo deseché por otro limpiabotas porque siempre andaba borracho. Y no lo culpo en parte, pues el hombre era un contrahecho empezando por sus inútiles piernas. Había instalado su alta silla en los corredores del Palacio de Gobierno, muy próximo al hoy desaparecido café «Ambos Mundos» de don Juan Ausucua, a unos pasos de la sorbetería «El Colón,».

-¿Frecuentó usted el «Ambos Mundos»? -preguntamos.

-Mire joven -responde sin pensarlo dos veces-. Yo .era, cliente fijo de ese lugar y amigo del propietario el Sr. Ausucua, el inventor de la «cafetera rusa». Ahí novedad de los primeros años del siglo- atendían meseras a la clientela. Eran los tiempos de los pianistas de café: en el «Ambos Mundos» (hoy en ese lugar se encuentra el restaurant «Nicte-Ha». Nota del autor de esta columna) tocaba el maestro Leopoldo Martínez, quien no era yucateco. Al «Louvre» pertenecía «Tacho», Monsreal que tocaba por la sola comida, a veces un emparedado, y las propinas que el público quería regalarle. Recuerdo que el «gato» Lara, poeta exquisito y maestro de literatura, aprendió a calmar su hambre de estudiante gracias a su amigo «Tacho» quien le enseñó que eso se consigue engullendo una barra de francés remojada en un vaso de agua. Ese era todo el alimento de los jóvenes estudiantes en los años veinte.

-¿Algún personaje popular que usted recuerde del «Ambos Mundos»?

-Recuerdo a Estanislao Varela y Pena, español un tanto chiflado el cual estando de visita en Mérida, enfermó y perdió su barco y ya nunca regresó a su tierra. Como se moría de hambre, se dedicó buscar chamba; caminó por el Paseo Montejo y tocó a la puerta de la residencia de la familia de Regil-Peón a la que contó su odisea. Convencidos de su mala estrella, lo contrataron como jardinero. Ya nunca más abandonaría la casa hasta su deceso en 1940. Cuando le conocí, todavía joven, era un tipo normal pero con el tiempo se operó en él una transformación dramática y poco a poco se tornó místico, profundamente religioso y excéntrico. ¡Si hasta conversaba con las flores en pleno Paseo Montejo! O a veces daba en pronunciar largos y aburridos sermones ante los árboles del Paseo, a los cuales tomaba por personas. Claro, nadie le hacía caso pero él no paraba de sermonear a todo lo que se le ponía enfrente.

¿A qué atribuye Ud. Sr. Baeza, ese dramático cambio de personalidad de Estanislao… ?

-Corren muchos chismes por ahí, por ejemplo, según el finado cronista don Panchito D. Montejo Baqueiro, Estanislao fu e testigo presencial del ahorcamiento de un criminal ordenado por el Gral. Alvarado. Yo estaba ahí esa mañana y a todos nos sobrecogió aquella escena pero al que le fue peor fue a Estanislao palideció abrió desmesuradamente los ojos y creo que hasta se orinó en los pantalones. De pronto se puso de hinojos y con la mirada perdida, comenzó a orar ante el cuerpo del ajusticiado al propio tiempo que se golpeaba el pecho con la mano derecha.

Con todo, descreó que la sola visión del ahorcado le haya provocado la insania. No, la demencia de Estanislao fue paulatina. Al principio era un cultivado y nada más y claro que los meridanos lo convirtieron en su hazmerreír. Todavía recuerdo como si fuera ayer la rutinaria entrada de Estanislao al «Ambos Mundos» a eso del mediodía. Ya todos estaban aleccionados y lo recibían con olés y con chiflidos, y el propio pianista, el maestro Martínez, le daba la bienvenida con «El Mantón de Manila» de «La Verbena de la Paloma», entonces tan en boga en la ciudad. El escándalo era mayúsculo, además por su vestimenta que amerita una descripción: su camisa, de subido color rojo, carecía de mangas; usaba pantalones azules, arrollados hasta la rodilla y se tocaba con una boina vasca color azul marino, la que adornaba con plumas de ave. De su cuello colgaban diversas cadenas con medallas religiosas «así como escapularios con imágenes de santos». Gastaba bastón «con una puya en uno de sus extremos» y ¡sorpréndase! andaba, descalzo o de cuando en cuando, con unas viejas alpargatas catalanas. Para entonces hasta se había dejado crecer las barbas y el bigote. Ya se imaginará usted porque Estanislao era caldo de cultivo. Además, vivíamos la época de los cultivados y los cultivadores: el «Vate» Correa, el «vate» Roche, el «Pichorra», todos ellos poetas humorísticos. Y ya comenzaba a figurar Maximiliano Salazar Centella, «el Poeta del crucero», otro cultivado que daría mucho que hablar con el tiempo De pronto el Sr. Baeza hace un alto en la conversación y se dirige al mesero: -Oiga mozo sírvame otra greguita pero traígamela bien caliente. La anterior se me enfrió.

Durante todo este tiempo nuestro interlocutor se ha fumado casi una cajetilla de «Delicados». Sin que se lo preguntáramos nos confía:

-Me gusta el cigarro fuerte, de hombres. A mí no me engañan con esos perfumados cigarrillos norteamericanos que no sirven para nada. A veces me doy el lujo de un habano pues los puros también me gustan. Asimismo prefiero el café fuerte. Lástima que no hay expreso por acá…

El Sr. Baeza conoce la vida y milagros de todos y cada uno de los parroquianos del Café de Moncho:

-Muchos han pasado a mejor vida me explica con un dejo de melancolía. Yo los he sobrevivido a todos y algunos con los que empecé a cafetear hace treinta años hoy ya son unos viejos amargos. En cambio míreme a mí … No en balde voy a cumplir quinientos años y todavía acudo a los cafés y de tarde en tarde me bebo mis coñaques. Claro, durante el largo lapso de mi vida he sufrido muchos quebrantamientos, pero he de reconocer que los buenos ratos no han sido pocos. De hecho ví el nacimiento de Merida y soy testigo del inicio de la erección de la catedral y de la Casa de Montejo. Por 1558 o 59 sostuve una larga conversación en maya con el caudillo Ñachi Cocom, entonces un viejo enfermo de asma quien ya había mudado de nombre: se llamaba don Juan Cocom, y había sido bautizado para darle gusto a los españoles. Pero este Cocom era un pillo de siete suelas pues a pesar de mostrarse un fervoroso practicante del catolicismo que acudía a misa todas las mañanas y se confesaba y comulgaba, en realidad por las noches se ocultaba en una cueva para adorar a sus demonios, a sus ídolos mayas -Es decir que nunca abandonó sus herejías.

-Nunca jamás. Dicen que hasta practicaba sacrificios ante las efigies de sus ídolos, no sé si de seres humanos o si de animales.

Y aunque sabemos que el Sr. Baeza era un enemigo natural de los indios y podría estar exagerando, sí hemos leído en los libros de historia acerca de la herejía de Cocom, quien sólo fingía practicar la religión cristianas pues en verdad continuó adorando a sus ídolos de piedra. Le otorgamos de nuevo le palabra al Sr. Baeza.

-En sus ritos paganos el mentado don Juan Cocom se hacía acompañar de su hermano Naiza Cocom, quien también sería bautizado y tomaría el nombre de Lorenzo Por los años sesenta de aquel siglo este Lorenzo fue acusado de ofrendar corazones de niños en una de sus ceremonias. Don Juan falleció en 1561 acaso pensando que todas sus hazañas guerreras no habían servido para nada ante la realidad de la conquista española. Alguna vez, ya al borde de la muerte, me confesó que le dolía al alma morir de viejo. «Los caudillos no están para morir en su hamaca, ya viejos … -Balbuceó -Yo sufrí un destino equivocado: yo he debido ser muerto por una bala española en mitad de una batalla contra los extranjeros. He debido ser ultimado en olor de juventud. ¿De qué me ha servido la vejez … ? «Y acaso tuviera razón Cocom pues es cierto que fue el indio maya más bravo que yo hubiese conocido. Todavía sigue siendo un misterio el porqué, en la plenitud de sus capacidades, determinara deponer las armas y entregarse a los españoles … (R. P.E.)