Las Señoras de los Señoresmargarita-maza-y-benito-juarez

La intervención francesa exhibe, al menos, a dos mujeres  Doña Margarita Maza de Juárez y la emperatriz Carlota. Doña Margarita era hija de la familia donde trabajaba Don Benito Juárez. Uno de los primeros éxitos de Don Benito fue haberse casado con la hija de la familia que lo protegía. A pesar de esto Doña Margarita supo apoyar las luchas de su esposo, las de liberales contra conservadores, en los tiempos de la Reforma, y la de la Intervención Francesa. Los documentos y las cartas de la época muestran dos cosas: que Doña Margarita y Don Benito se querían realmente y que ella estaba junto a él en todas sus causas. Posiblemente nunca pretendió participar activamente, aunque su presencia a lado del Benemérito fue considerable. Se dice que cuando la princesa Inés le Clerq de Salm Salm fue a verla para abogar por la vida de Maximiliano, Doña Margarita le aclaró que ella no intervenía en los asuntos de su marido. Inés le Clerq era una mujer bellísima, tierna y frágil, que ya se le había arrodillado a Don Benito por la misma causa que la llevó ante Doña Margarita. Quizás por esto Doña Margarita le dijo a la joven mujer aquella que no pudiendo obsequiar sus deseos ponía a su disposición su cocina que era lo único sobre lo que ella mandaba. Pero la tal Doña Inés no resultó tan inofensiva: de vuelta a Europa hizo correr el cuento que no pudo juntar las cien mil monedas de oro que Juárez le había pedido por el indulto de Maximiliano.

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María Carlota Amalia Victoria Leopoldina Clementina, fue la hija bien amada, y más consentida, del inmensamente rico rey Leopoldo I de Bélgica. Casó con un príncipe de la casa del águila bicéfala: Maximiliano de Habsburgo, hermano del legendario rey Francisco José, esposo de la bella Sissi sobre la cual se han rodado varias películas. Maximiliano era un hombre indolente, sin energía, un reverendo flojo. En su castillo de Lombardía se dedicaba a lo que le gustaba: no hacer nada. En cambio la inquieta Carlota se escribía con la mitad de Europa en busca de un trono para su marido. Carlota no fue el gran amor de Maximiliano, se dice que éste estuvo perdidamente enamorado de María Amalia de Braganza y que nunca se pudo reponer de su muerte prematura. Aunque también son bien conocidas las presuntas inclinaciones de Don Maximiliano, esas que lo hicieron viajar a Brasil con un amigo dejando a su esposa en la isla de Madeira, las mismas que le hacían mantener relaciones cercanas con su secretario particular. Se sabe que Maximiliano, que frecuentemente era espiado por las mujeres del servicio, y hasta por algunas damas de la corte, mientras se desvestía o se bañaba, no hacía visitas, ni diurnas ni nocturnas, a la alcoba de su imperial esposa. Sin embargo, las hablillas y las infamias en contra del malogrado emperador exploran todas las teorías, se ha afirmado también que mantuvo un tórrido romance con la hija del jardinero mayor de la casa Borda de Cuernavaca y que de esos amores nació un niño que llegaría a ser coronel del ejército Francés y que terminó fusilado por espía.

Concepción Sedano se llamaba la joven con la que, se dice, se consolaba el emperador. Maximiliano no tenía talla de estadista ni nada que se le pudiera parecer remotamente. Privilegiaba el dictarle a su secretario las reglas del protocolo que el atender los asuntos de estado. Se preocupaba de las órdenes y las condecoraciones que entregaba el imperiode quien se debía sentar junto a quien en las múltiples fiestas y bailes que organizabaesto cuando no estaba cazando mariposas. Poco se sumergía en los grandes problemas de aquel México que no acababa de aceptarlo. Muy por el contrario Carlota era, según Don Fernando del Paso, una autentica «Mujer de Estado«. Maximiliano la nombró regente y cuando este salía y ella se ocupaba de los negocios públicos era cuando realmente México tenía un gobernante, esto además de que cumplía lo que se esperaba de la esposa de un hombre público en México: «dispensar asistencia». Visitaba hospitales y orfelinatos, daba donativos y fundaba instituciones como el Comité Protector de las Clases Menesterosas, la Casa de Maternidad e Infancia y la Casa de Partos Ocultos, sitios donde madres solteras podían dar a luz a sus hijos evitándose el escándalo, por esto, y porque solía decir que México era el hijo que Dios no les había dado, la gente la empezó a llamar «Mamá Carlota» . Sin embargo tomó la extraña decisión de abandonar México e ir a Europa en busca de una ayuda que no necesitaba tan urgentemente. Es bien sabido que la emperatriz Carlota tenía una considerable fortuna y que, inclusive, desde México seguía aumentando sus cuentas europeas. Tenía recursos que le hubieran permitido mantener la farsa del imperio por, al menos, tres años más. De ahí que haya nacido la teoría de que Carlota salió de México por estar embarazada, posiblemente del oficial de su escolta con el que había vivido un tórrido romance cuando estuvo de visita en Yucatán. Visita quepor cierto, narró a sus parientes europeos en ¡diez y nueve páginas! De ese documento se desprende lo que le Impresionó Yucatán y su gente. Lo cierto fue que la infeliz Carlota perdió la razón y vivió muchos años más en un castillo belga atormentada por las sombras de su vida y del trono de «cactus erizado de bayonetas» en que pretendieron asentarse ella y su principesco esposo.  Finalmente Vicente Riva Palacio escribió unos simpáticos versos sobre el segundo imperio mexicano y uno de los más celebres se refiere a la emperatriz:

La nave va en los mares,

botando cual pelota,

adiós mamá Carlota,

adiós mi tierno amor.