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Todos los pueblos necesitan un día nacional, una fecha en que se exalten los valores de la Patria, los símbolos convenidos e inclusive los héroes confeccionados: fijos y cambiantes. Serán asiduos aquellos capaces de resistir las inclemencias de los políticos y sus discursos. Los héroes también son de moda. Pero el caso de nuestra fiesta nacional es particularmente simpático: Hidalgo no se levantó el 16 de septiembre contra la dominación española, muy por el contrario: su gritó fue “¡Viva Fernando VII!” El cura de Dolores se levantó contra la invasión francesa a España y la imposición de José Bonaparte-“Pepe Botella”, llamado así por su adicción a las bebidas espirituosas-. Las posturas tomaron otro rumbo después. El mismo José María Morelos y Pavón sí pretendió la independencia de España pero estuvo dispuesto a hipotecar la nación a los Estados Unidos para conseguir los recursos necesarios para la lucha. Finalmente con la consumación de la independencia vino el gritó de “¡Viva México!” Esto sucedió abriéndose la segunda década del siglo XIX.

Sin embargo a finales del mismo siglo Francia había acaparado la atención de nuestros líderes. Esto a pesar de que ya habíamos sufrido la intervención francesa que aspiró a hacer del desventurado y heterodoxo Maximiliano un emperador. Sorprendente: don Porfirio, tan seducido por el afrancesamiento, fue un bravo guerrero que combatió la intervención. En fin, fue también antirreleccionista y duró décadas en el poder.

En 1910 se conmemoró el primer centenario de nuestra independencia y la ocasión era propicia para celebrar la modernidad que don Porfirio le había dado al país. Para las clases acomodadas los logros eran espléndidos: la paz-desconocida por largos períodos-, la consecuente reconciliación de liberales y conservadores y la abundancia que solo podían ver los “iniciados”, los demás no existían o eran sujeto de dominio. El país tenía dueños: los latifundios estaban escriturados. Con ese ambiente se celebraron las inauguraciones y los banquetes, de todos ellos se guardó memoria porque eran memorables. Uno de los banquetes más celebres se llevó a cabo el 3 de julio de 1910 en el salón de actos de la Cigarrera Mexicana, ubicado en la calles de Bucareli, anteriormente llamado Paseo Nuevo. Para decorar el salón se utilizaron 10 mil rosas, 20 mil claveles, 3 mil gardenias y 2 mil metros de guirnaldas. El servicio fue épico: 13 mil platos, 1500 platones, 11 mil copas de diferentes tamaños, 20 400 cubiertos de plata, 350 meseros, 16 primeros cocineros, 24 segundos y 60 ayudantes, todo bajo la dirección del chef francés Sylvain Daumont. Este personaje protagonista de la historia culinaria de nuestro país fue traído de Francia por don Ignacio de la Torre y Mier, el levantisco y exótico yerno de don Porfirio que formó parte del famoso grupo de los 41, aquellos que en la calle de La Paz bailaban unos con otros y para los cuales Posadas tuvo poca misericordia: “Aquí están los maricones, muy chulos y coquetones”, dijo en su celebre grabado. Poco tiempo duró Sylvain bajo las ordenes del pomposo Nacho pues se independizó y abrió su propio establecimiento en el número 51 de la calle del Refugio, antes de Tlapaleros, hoy 16 de Septiembre. Para el banquete del que hacemos mención se usaron: para el consomé tres reses y tres terneras; para la sopa, cien tortugas remitidas por las pesquerías de la isla de Lobos; mil 50 truchas salmonadas traídas de Lerma; dos mil filetes de res; ochocientos pollos para risoler; cuatrocientos pavos; diez mil huevos; ciento ochenta kilos de mantequilla; seiscientas latas de espárragos franceses, noventa de hígados de ganso, cuatrocientas de hongos, trescientas  de trufas, doscientas de amaranto y cuatrocientas de chícharos; se requirieron también: 60 kilos de almendra, 160 litros de crema y 380 de leche, 2700 lechugas, un furgón de ferrocarril entero de toda clase de legumbres y diez toneladas de hielo. Además se dispusieron 240 cajas de jerez, 275 de Poully y otro tanto de Mounten Rotschild, 250 de coñac Martell, 700 de anís y de champaña Cordon Rouge para brindar con un ¡Viva México! Que requirió de traducción. Hoy el grito puede ser el mismo y también requeriría de una traducción, distinta pero no menos inminente.