Por Jorge H. Álvarez Rendón
Con las imágenes sagradas, sobre todo si son antiguas y bellas, hay que tener cuidado de vigilancia. No faltan los ladrones que se las llevan al primer descuido. Así ocurrió con el célebre icono bizantino del cual procede la imagen de la venerada Nuestra Señora del Perpetuo Socorro que los meridanos hemos ubicado en la parroquia del antiguo pueblecillo, hoy barrio, de Itzimná.
A mediados del siglo X, en el poblado de Leutro, isla de Creta, una de las principales del Mar Egeo, los vecinos erigieron una ermita de camino donde se cruzaban las vías hacia Harakas y Matala, importantes ciudades de la región sur. Al principio sólo hubo ahí una cruz de piedra, pero después el sitio fue enriquecido con una madera bizantina de 63 centímetros de alto por 42 de ancho que representaba, pintada al temple, a la Virgen María como protectora.
La pintura muestra con colores sobrios una escena del misterio de la redención. El niño Jesús observa a dos arcángeles, Miguel y Gabriel, que le muestran los signos de futura pasión: la corona de espinas, los clavos, la lanza que le atravesará el pecho. El pequeño, asustado, toma la mano de su madre, quien hace un gesto de protección, de maternal socorro, pero no mira al niño, sino a los observadores, haciéndolos partícipes de su amor.
Tres siglos fue venerada la imagen en aquel punto de Creta, donde la ermita se había transformado en capilla y atraía a miles de lugareños y visitantes de lejanos pueblos. Se decía que la imagen aseguraba las cosechas y hacía parir a los animales con pasmosa regularidad.
A fines del siglo XV, el comerciante italiano Angelino Regulano visitó la capilla, quedó fascinado con el icono bizantino y, por la noche, en un descuido de los vigilantes, se apoderó de la santa imagen con la idea de venderla a muy buen precio. No se olviden que los italianos inventaron la mafia y dieron sangre a Alfredo Capone.
El tal Regulano, sin miedo a las aduanas (que no había) se embarcó para su tierra, pero en mitad del trayecto comenzó una furiosa tempestad con la que la virgen manifestaba descontento total. Hincóse el italiano y propuso a la reina del cielo un acuerdo. Llegando a Roma la llevaría a una basílica como obsequio y ahí sería venerada por mucha más gente que un rústico paraje de Creta. Pensándolo bien, la Virgen aceptó.
Una vez en Roma, Angelino la llevó a una iglesia pequeña, porque en san Juan de Letrán o Santa María la Mayor podrían hacerle delicadas preguntas. El templo seleccionado fue san Mateo, bajo la tutela de los padres agustinos, quienes colocaron el icono en un nicho junto al altar mayor. Durante tres siglos se mantuvo en ese sitio.
En 1510 comenzaron los alegatos sobre su poder milagroso. Se decía que aquella madre que socorría a su divino hijo del temor ante el futuro, extendía su manto sobre todo el mortal que se acercase a pedirle ayuda.
Virgen sagrada
Madre del niño
Que va a morir
Quita la espada
Que tanto tanto
Me hace sufrir
De los incontables milagros atribuidos a la Virgen del Socorro sobresale el de la niña ciega a quien su pérfida abuela dejó abandonada en San mateo y salió de ahí con la vista plena y la certeza de tener una madre como ninguna. Un joven a quien un arcabuz destruyera la mano izquierda amaneció con el miembro entero y sin cicatriz alguna. Una huérfana que no tenia dote encontró una bolsa de lentejas transformada en pepitas de oro. Un gobernador de Tabasco terminó su sexenio sin dejar un centavo de deuda pública.
En el año 1798 fue calamitoso para Roma. Las tropas de Bonaparte entraron a la ciudad con saqueadora bestialidad y destruyeron treinta y dos iglesia, entre ella San Mateo. Para fortuna, los agustinos, previendo la llegada del Corso, pusieron a buen recaudo tanto el icono de l Virgen del Socorro como otras reliquias de inmenso valor.
Cincuenta y siete años más tarde, en 1855, los padres redentoristras, orden fundada por Alfonso Maria de Ligorio, adquirieron el terreno -Villa Caserta- donde alguna vez se levantara san Mateo y ahí erigen un nuevo templo, san Alfonso, dedicado a ensalzar a la Madre de Dios en varios de sus advocaciones. No paso mucho tiempo sin que un redentorista, el padre Angelo Luichini, decidiera localizar el icono de la Virgen del Socorro por toda Italia.
Localizada en un convento agustino de Nápoles, los redentoristas solicitaron a la orden hermana que les entregara el icono para colocarlo en el templo que ahora se levantaba donde había estado san Mateo. Tras seis años de negociaciones, la cesión fue un hecho y la sagrada imagen fue depositada con gran solemnidad en la iglesia romana.
Gracias al apoyo del papa Pio IX, la veneración de la Virgen del Socorro se extendió por el mundo de la mano de los redentoristas, quienes lograron que la Santa Sede otorgara a la advocación mariana el adjetivo «perpetuo» que indica el inmenso amor de María por los enfermos y los necesitados de algún consuelo.
Antes de la conquista española, Itzimná era un poblado habitado por 200 indígenas y gobernado por cacique de apellido Pech. En ese lugar existía un adoratorio al dios celeste Itzamal motivo por el cual fue destruido por los franciscanos, quienes trasladaron a la población hacia otro asentamiento llamado Chuburná, pero, temerosos de que el sitio del antiguo adoratorio siguiese siendo objeto de veneración, erigieron una ermita y después a mediados del siglo XVII, una iglesia a San Miguel Arcangel.
En 1722, para suplir ala antigua deidad, se entronizó en el templo la imagen del Cristo negro de Esquípulas, venerado en Guatemala, aunque nunca alcanzó arraigo en esta yucatecas tierras. A mediados del siglo XIX se incorporó a uno de los altares una reproducción del icono representativo de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Fue idea del obispo Carrillo Ancona (en 1892) remover al Cristo de Esquípulas (para que no ofreciera competencia al de las Ampollas) y promover las devociones semanales al Perpetuo Socorro. De ahí comenzó una costumbre entre las mujeres: acudir cada día 14 de mes a pedir por sus familias… trabajo, salud, paz.
Tras las penosas incidencias antirreligiosas de comienzos del siglo XX, la familia Martínez Campos trajo de Paris, para su propia capilla, una hermosa imagen de bulto que finalmente fue donada al templo de Itzimná en el año de 1928 y ahí se conserva hasta hoy.