Campay

Fui con mi hijo Gonzalo a cenar a Campay de la Campestre. Esta colonia levantada en los albores de los años setenta rompió con el Funcionalismo de sus inmediatas antecesoras y dio paso a una arquitectura de Disneylandia: variedad de fachadas y ausencia de estilos. Ahora su avenida principal ha sido martirizada con edificios terribles. Sin embargo la zona ha cobrado un súbito valor que aumentara con el paso del tiempo. El restaurante estaba vacío pero advertí una atmosfera más propicia, más atractiva. Había una promoción de Arroz Yakimeshi al dos por uno, pero realmente se restringía al arroz con verduras y no a todas las variedades. No hay en Mérida un lugar donde se haga un mejor Arroz Yakimeshi que en Campay: logra unas alianzas muy cariñosas para el paladar.

Pedimos una orden que tenía que venir clonada. También unos rollos de salmón con pepino y aguacate, muy frescos y ligeros. Una suerte de perversión por la presencia del mexicano aguacate. La comida japonesa es hija , como todas las cocinas, de su civilización, y así estanos ante un caso definido y muy rico pero que no prescinde del sincretismo. Nos desveló una larga conversación sobre Alemania. Yo comenté que el país era precioso: sus ciudades, sus campos, sus ríos, sus montañas con pinos altos y esplendorosos.

También era el país de los poetas románticos que tanto influyeron “El Siglo de las Luces”. Apenas me detuve en algunos de mis autores favoritos: Novalis, Holderin, Goethe, autor una frase que me obsesiona un poco: “Toda teoría es gris, solo el árbol de la vida es verde”; reparé brevemente en en Schiller , autor de “Guillermo Tell” , serie que vi en la televisión en mi niñez. Gonzalo habló de los músicos: Mozart y Wagner, pero habló de Hitler. Sin negar al monstruo , habló de su poder de liderazgo, de sus discursos algo exagerados y de la manera que levantó a Alemania de su postración tras la Segunda Guerra Mundial. Estábamos en un restaurante de filiación japonesa, solo de filiación: el queso filadelfia y los chiles toreados no corresponden a la clásica comida del Japón pero se requieren para conquistar el paladar mexicano. Quizás el menú nos llevó a hablar sobre la intervención del Japón en la Segunda Guerra Mundial. “Nada tenían que hacer”, dije. Y así terminaron: recibiendo las bombas nucleares. Ese atroz acto no fue diferente al crimen de los alemanes sobre los judíos: se mataron niños, ancianos, gente que nadie tenía que ver con la guerra. Disfrutamos de las salsas de soya y de soya con limón, tan apropiadas para los rollos y para el arroz. Dudamos en pedir unas Verduras Tempura, también espléndidas en Campay. La conversación nos llevó a Churchill. Gonzalo dijo: “Fue el vencedor de la Segunda Guerra Mundial”. Expuse mis objeciones: el verdadero vencedor fue Satalin, argumenté: se quedó con la mitad de Europa. “Roosvelt fue el causante del la caída de El Telón de Acero”, me reviro Gonzalo y evocó la influencia del cine norteamericano sobre la percepción que tenemos de la Segunda Guerra Mundial. Nada más nos atrajo del menú y salimos de Campay con la idea de volver pronto en busca de algunos hallazgos.