Una leyenda establece que los británicos contribuyeron al cultivo del arroz en América. Se dice que el capitán de navío James hurber tuvo que encararse con una tempestad severísima en las costas de Carolina del Sur. Los habitantes de estas tierras lo socorrieron y en agradecimiento el marino les regaló un saco de arroz. Desde entonces, el arroz blanco de Carolina del Sur es célebre, tan célebre como las paellas de Valencia.
Se sostiene que el arroz se empezó a cultivar entre los años 4000 y 6000 anteriores a nuestra era. El cultivo empezó en Asia Tropical, precisamente en Hemudú, emplazamiento cercano a Ningpo, en la China central. Aunque hay que considerar lo que afirman algunos expertos: el arroz salvaje existe desde hace más de 100 millones de años. Para los chinos constituye una de las bases de su alimentación; con el arroz ellos hacen fideos y licor, prácticas no adoptadas en occidente. Los moros llevaron el arroz (voz de origen árabe) cuando conquistaron la Spania latina. Sus últimos territorios estuvieron en Al Andaluz, voz que significa nuestra tierra o nuestro paraíso. En una cruenta guerra, finalmente los reyes católicos los lograron expulsar de su reducto que conservaban: Granada. “Perros”, los llamaban los españoles que tanto tenían en la sangre de árabes. Es curioso, al plato que mezcla el arroz blanco con los granos de frijol se le llama “Moros con Cristianos”, allí se reconocen parientes aun con la diversidad de colores.
Los cereales más cultivados por la humanidad son el trigo y el maíz. Por su naturaleza, cada uno tiene su explicación divina. En uno de los mitos del arroz aparece una hermosa doncella de la que se enamora un Dios y la pide en matrimonio. La doncella, antes de aceptar a su galán divino, le pidió varias cosas: una de ellas fue un manjar que pudiera comer todos los días del año sin cansarse. El Dios, muy a su estilo, envió a un emisario a que consiguiera el deseo de la amada. Nada logró el sirviente que fue en busca de la novia y discutió con ella para que aceptara otro presente. En el “estira y afloja” la mató sin querer. Aterrorizado, la entierra y de la tumba de la linda mujer brota el arroz, que se puede comer durante todo el año en un sinnúmero de recetas que nunca cansarán.
Se menciona que el arroz fue conocido en Persia y en la Mesopotamia a consecuencia de los tratos comerciales del rey persa Darío con la China y la India. El arroz tomaba un valor especial entre los chinos y así lo hicieron saber al mundo: el emperador Chen-Nung realizaba una ceremonia en la que sembraba cinco cereales: arroz, trigo, soya, mijo y sorgo. Él personalmente sembraba el arroz dándole una suerte de bendición.
A pesar de lo que se sostiene de Carolina del Sur, hay que considerar lo que dice el historiador fray Pedro Simón: que en el Valle del Magdalena, Colombia, hubo siembras de arroz en 1580. El Río Magdalena es célebre, entre otros motivos, porque en él transitaba la compañía de vapores de Florentino Ariza, el eterno enamorado de la hermosísima Fermina Daza. Ellos y otros personajes y sus historias hacen El amor en los tiempos del cólera, una de las mejores novelas escritas en lengua castellana, obra de ese genio que deja a un lado de la perfección y que se llama Gabriel García Márquez.
En las cocinas asiáticas el arroz no suele cocinarse con otros ingredientes. Se sirve solo. Ciertamente, se le aprecia en forma reverencial. Ya en Occidente el arroz se ha ido mezclando con muchos ingredientes y de maneras distintas. Casi siempre sujeto a tres procesos: lavado, frito y cocido con un fondo.
Se dice, y si non e vero e ben trovato, que los musulmanes se fascinaron con el arroz porque era un cereal que se podía transportar para dar de comer a las tropas sin necesidad de molinos ni de hornos. En la antigüedad esta propiedad era muy valorada.