Cima_da_Conegliano_Dios_el_Padre

Contra lo que pensaron los agnósticos y los ateos. Contra lo que predijeron legiones de investigadores, la religión vibra con brío  en la llamada posmodernidad. El islamismo, el judaísmo, el cristianismo y otros tantos fervores palpitan en las sociedades contemporáneas. La Iglesia católica enfrentó la separación de  los llamados ortodoxos y otras  parcelaciones antes de llegar la segunda gran rotura de su historia: la Reforma. La Ilustración la condenó con furor y otro tanto hizo Marx un siglo después. Casi todas las revoluciones del siglo XX se levantaron reprendiendo a las religiones. Pero la década de los sesenta que fue una de las dos grandes décadas del siglo pasado, la otra fue la de los maravillosos veintes,   trajo un gran ajetreo social centrado en tres puntales: la sensualidad, la relación entre los seres humanos y la relación con el absoluto. Un buen número de devociones  se fundaron como consecuencia del hipismo y sus parientes. Los años sesenta fueron una secuencia, como lo fueron los veinte, de una guerra mundial y sus pavores. Fueron un clamor de vida que llevó la mirada a Dios. Desde los tiempos del teólogo musulmán Averroes se acepta que toda religión es una forma de relacionarse del hombre con el absoluto pero también con los demás hombres.  Así es como se ha aceptado que la religión evita la degradación moral que puede llevar a un aquelarre en la sociedad. La Iglesia Católica no solo es una religión, es la líder de una civilización: la judeocristiana. En la moral como en el calendario tiene influencias, a pesar de los colosales escándalos que la han zarandeado.   De ahí que promoviera inquietud la oposición contumaz de la Iglesia Católica al uso de los anticonceptivos y al divorcio en lugar de iniciar una cruzada contra las drogas. El hombre contemporáneo quiere sustituir a Dios con los enervantes, aspira a encontrar en ellos la consolación para la orfandad de su existencia. A pesar de esto y de las proclamaciones de su muerte Dios es una presencia muy viva en la sociedad contemporánea. La ciencia solo ha podido atisbar el campo de nuestra ignorancia. Ha fecundado más dudas que certezas. El hombre necesita de Dios para vivir con la fatalidad. Vuelve a él la mirada el hombre apto y fuerte como lo contempla el débil y desamparado. Dios es el gran sobreviviente de la historia. Por eso mismo sorprende gratamente la noticia de que un obispo mexicano iniciará una campaña para evangelizar a los narcotraficantes. Ya era hora que la Iglesia mexicana interviniera en este drama que tanto necesita de ella.