La historia de los pueblos de América Latina está íntimamente ligada a la historia de la iglesia. Por momentos se funden, en otros pasajes, al contradecirse, profundizan la relación desde el antagonismo que es, finalmente, una manera de intimar.México es, quizás, el caso más representativo: el padre de la Patria es un sacerdote católico, es el país iberoamericano que separó con mayor determinación al Estado del iglesia, es el país que ha vivido una guerra religiosa, cruenta y dramática, que derivó en una persecución que produjo, a su vez, un resultado contrario al que pretendían sus impulsores.
El primer obispo nombrado para la diócesis de Yucatán, Fray Julián Garcés, abogó con pasión por los indios, logrando que se les reconociera como seres racionales, pues en los primeros momentos de la Colonia se planteó la omniosa duda sobre la racionalidad de los hombres y mujeres del Nuevo Mundo. A este pasaje han seguido otros, algunos conocidos, otros inéditos, pero que en sus conjunto lograron algo que hoy se antoja imposible: que muchos pueblos cambiaran de religión. La historia de la iglesia de Yucatán, y de su obispado, no distan mucho de la historia de la iglesia en México, aunque no dejan de llamar la atención la sugestivas diferencias: la de Yucatán fue la primera diócesis fundada en la Nueva España y su primer obispo fue Don Julián Garcés, la carencia de un compilador de las tradiciones y sabiduría de la civilización maya, como lo hubo en el altiplano mexicano- la obra de Diego de Landa se antoja limitada al respecto, el celo desmedido de algunos clérigos de los primeros tiempo de la Colonia y la conducta de los mayas frente al dogma y la moral cristianos, la recuperación de algunos edificios eclesiásticos, en los tiempo de la Reforma, por órdenes expresas del presidente Juárez, la violencia ejercida sobre la catedral de Mérida, entre otras.
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