Los últimos obispos de Yucatán

En está imagen podemos ver a los últimos obispos de Yucatán. De pie y de izquierda a derecha: D. Fernando Ruiz Solórsano, D. Martín Tritshchler y Córdova y D. Crescencio Carrillo y Ancona. Sentados: D. Manuel Castro Ruiz y D. Emilio Carlos Berlié Belaunzarán.

Yucatán en el siglo XX ha tenido un grupo de obispos distinguidos, con distintas cualidades, que se han ganado el respeto de los fieles y el reconocimiento nacional. Don Crescencio Carrillo y Ancona había sustituido al obispo Rodríguez de la Gala desde los últimos años del siglo XIX; Don Crescencio se distinguió por su cultura y sus trabajos historiográficos, fue fundador del Colegio Católico de San Idelfonso, el coronel José Cevallos lo expulsó junto con el otro fundador, Don Norberto Domínguez Elizalde, pero el presidente Juárez anuló la sentencia. Cuando fue erigida la Arquidiócesis de Oaxaca Yucatán quedó, junto con Tabasco y Chiapas, como sufragánea. Carrillo y Ancona se destacó como un eficiente administrador de su diócesis, aunque sus trabajos históricos sobre Yucatán fueron los que le dieron fama a nivel nacional e internacional, esto además de que era el interlocutor natural de todos los visitantes extranjeros que llegaban al estado. Al morir, víctima de una progresiva enfermedad, el presente Díaz envío una corona como señal de respeto y reconocimiento para el obispo sabio.

A monseñor Carrillo y Ancona lo sucedió Fray José Guadalupe de Jesús Alva y Franco pero nunca tomó posesión de la diócesis fijando su residencia en Orizaba, según se ha dicho por estar enfermo, aunque también existe la versión que que se sentí desalentado por la fiebre amarilla que azotaba al estado; en cambio su sucesor Don Martín Tritschler y Córdova pronunció una frase que se volvió célebre: «non recurso laboren», y tomo posesión de su diócesis. A lo largo del siglo XX la Iglesia se transformó dándole mayor espacio a los laicos, desarrollando una sólida doctrina social e introduciendo nuevos conceptos en el Pastoral; en México, y Yucatán no fue la excepción, la Iglesia sufrió una dramática persecución, que como suele suceder en estos casos, dio un resultado contrario: reafirmó la fidelidad de la población católica, que si bien en Yucatán no llegó a adoptar las posturas que se adoptaron en el bajío no se alejó de la práctica clandestina de los sacramentos.

Durante el gobierno de Don Martín Tritschler retornaron los jesuitas, llegaron las Siervas de María para la atención de los enfermos, los Hermanos Maristas llegaron a fundar colegios en Mérida, Valladolid, Maxcanú, Motul, Espita y Ticul; se le dio impulso al Colegio de San Idelfonso que quedó incorporado al instituto Literario; se inauguró el Colegio de Jesús María y se erigió la Arquidiócesis de Yucatán; ante la embestida anticlerical del gobierno de Salvador Alvarado, el arzobispo Tritschler salió para Cuba retornando cinco años después, en 1919; Alvarado incautó el Palacio Episcopal y lo convirtió en lo que hoy se conoce como el Ateneo Peninsular, también por aquellos días se saqueo la Catedral y se hicieron múltiples destrozos. Cuando regresó Don martín se restituyeron las antiguas agrupaciones religiosas y se fundaron otras como los Caballeros de Colón y la Asociación  Católica de la Juventud mexicana. En 1926 volvieron las fiebres anticlericales, los sacerdotes españoles fueron expulsados y los colegios católicos nuevamente incautados, como en todo el país quedó suspendido el culto y Monseñor Tritshcler y Córdova fue arrestado, antes de salir nuevamente para el destierro. Con el arresto marcó una diferencia con respecto a su anterior destierro que le había valido fuertes críticas.

Finalmente este hombre que tras su apariencia apacible y su rostro infantil había demostrado un espíritu de lucha falleció el 15 de noviembre de 1942. A Don Martín lo sustituyó un hombre joven y frágil que se había librado de la muerte en los violentos días de la persecución religiosa, al no llevarse a cabo el fusilamiento que ya se había acordado. Fernando Ruiz Solórzano había nacido en 1903 y fue proclamado segundo arzobispo de Yucatán en 1944. Don Fernando era un hombre brillante, culto e inteligente y dueño de una gran simpatía; decía de memoria páginas enteras del Quijote y otros libros célebres, era, que duda cabe, un hombre de avanzada. A él le correspondió celebrar el Segundo Sínodo Diocesano; creó la Comisión de Defensa de la Fe, promovió la Primera Asamblea Plenaria de la Acción Católica de Yucatán, se fundó la Casa de Acción Católica; los misioneros del Espíritu Santo del templo de las Monjas y los Franciscanos retornaron al convento de Izamal; en 1948 se celebró el año Mariano y la Coronación de la Virgen de Izamal; par ala Catedral se encargó el Famoso Cristo de la Unidad, se formaron el Movimiento Familiar Cristiano, el Movimiento Obrero Social Cristiano y el Colegio Bíblico Apostólico.

Al talento de don Fernando se sumaba una actitud caritativa sin límites, incontables anécdotas la describen. El 15 de mayo de 1969, cruzando el Atlántico, a bordo del vapor Miguel Angel, murió aquel hombre disminuido por un mal pulmonar pero que nunca perdió la profunda mirada que brotaba de sus grandes ojos. A don Fernando lo sucedió quien fuera su obispo auxiliar, Don Manuel Castro Ruiz, nacido, como su antecesor en Michoacán. Don Manuel impulsó el trabajo de los laicos con una apertura sin precedentes, conoció el estado como nadie y predicó con sus virtudes, esas que lo hacían ser el «Buen Pastor»; impulsó la pastoral en maya con un congreso y la aprobación de la traducción del Ordinario de la misa al idioma maya. A don Manuel le correspondió un hecho notable: recibir a S.S. Juan Pablo II en su visita a Yucatán. Don Manuel Contó durante un tiempo con un obispo auxiliar yucateco, Don Domingo Jafet Herrera Castillo. A don Manuel Castro Ruiz, quien dimitió siguiendo la sugerencia al respecto, lo sustituyó Don Emilio Carlos Berlié, quien ya era obispo de Tijuana.

Don Emilio ha continuado con especial energía el trabajo de sus sucesores: la celebración del II Congreso Eucarístico Diocesano, el Jubile por los cuatrocientos años de término de la Catedral, la construcción del Seminario Menor de San Felipe de Jesús, el establecimiento de las escuelas de Formación Permanente de la Vida Consagrada, la de Ministerios y Diaconado Permanente y al de Agricultura Ecológica, así como la fundación de la Academia San Juan Diego para la formación del laicado en el Magisterio de la Iglesia. Din duda alguna existe en Yucatán una iglesia en movimiento, una iglesia peregrina que ha entrado al siglo XXI con grandes retos pero cada día más preparada para enfrentarlos, sustentada por su historia multisecular.