Existe, sin lugar a mayores dudas, un armonioso diálogo entre La Catedral y La Casa de Montejo. Cada una le aporta a la otra elementos adicionales que van en el mismo sentido.
Los edificios religiosos tenían mayor interés en La Colonia: Mostraban a un tiempo el poder de la Iglesia y de la Corona, de la cruz y de la espada. Lo notamos en La Catedral: En su fachada solo están discretamente resguardados San Pedro y San Pablo, en la parte de abajo, junto a la puerta mayor; y encima se muestra ostentoso el escudo imperial de Felipe III y sobre de él se puso el de Agustín de Iturbide, primer emperador de México. No es Cristo, ni su cruz, la que preside La Catedral de Mérida: Es el escudo del emperador Iturbide. Llama la atención que en sus arranques frenéticos Alvarado, que destruyó las capillas de San José y de Nuestra Señora del Rosario, así como el retablo y el Cristo de las Ampollas, no la haya emprendido contra el escudo imperial.
La Casa de Montejo nos muestra algo semejante: dos soldados españoles, bien armados, pisan sendas cabezas del diablo que contienen rostros de indios; nuevamente no es ni la cruz ni la Virgen María, quién es la que le pisa la cabeza a la serpiente emblema del demonio, la que domina: es el poder de la espada y la espada del poder. En este diálogo arquitectónico hay otras consideraciones: los edificios religiosos tenían que ser más imponentes que los civiles, sin embargo La Casa de Montejo tiene la más hermosa manifestación del plateresco en una construcción civil en todo México, hay mucho de soberbio en ese exquisito trabajo. Pero la sobriedad de la fachada de La Catedral se compensa con sus dimensiones descomunales, al punto de dejarla un tanto contrahecha. Por dentro la Catedral de Mérida resguarda algo de lo mejor que tiene: sus enormes bóvedas de cruceta, espectaculares en todo el mundo hispanoamericano. En este diálogo se intuye el origen de una doble moral. Verdad que la justificación moral de la conquista fue la evangelización, pero ésta no se logra con el Evangelio sino con las armas del emperador y sus soldados. Esta también constituye una herencia para nosotros. La religión es fuente de legitimidad porque es fuente de poder.