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Anfiteatro de la hacienda Ochil. Fuente: tripadvisor.com

Recibí una amable invitación para asistir a la presentación de la obra de James Turrell en el anfiteatro de la Hacienda Ochil. El programa contenía un concierto de Philip Glass, autor por el que siento particular interés. Más allá de los tres Oscar que ha obtenido y de haber creado la música de la ópera de La Bella y la Bestia, me atraía el que le hubiera musicalizado textos de algunos de algunos de mis autores favoritos: Leonard Cohen, Octavio Paz y, desde luego, Edgar Allan Poe. Sin embargo fue mi amiga Eugenia Rendón Orendain quien se empeñó en que yo saliera del encierro. Le agradezco su insistencia.

Los encargados de las invitaciones fueron generosos, aceptaron mi confirmación un día antes el evento. Don Alfredo Domínguez Sánchez me atendió con nobleza y especial calidez. Eugenia es nieta de don Serapio Rendón y doña Pilar Ponce Cámara. Don Serapio es un héroe: se opuso con vigor, como lo hiciera Belisario Domínguez, al golpe del chacal Huerta. Tras un discurso virulento en la Cámara de Diputados lo asesinaron. Ignoro porque no ha entrado al panteón de nuestros héroes.

Esa noche le presenté a Eugenia a José Manuel Ponce Díaz, su sobrino. Ella me presentó a Turrel, su amigo. Conversamos con Adolfo Patrón Luján y con Teodoro González de León que recorría asombrado los jardines de la hacienda. El anfiteatro está soberbio , con un escenario, presidido por un enorme y extravagante pich, en medio del cenote. La sutil iluminación de Turrel creaba un ambiente íntimo, propicio para una noche de música.

Carlos Millet Cámara me observó con su ojo crítico que el azul de las aguas del cenote era muy “de Las Vegas”. “Pudo haber elegido un azul añil o un aguamarina ”, me dijo Calocho. Sin embargo, en un momento dado advertí la fuerza de Turrel. Un rojo desafiante mostró la bravura oculta de las aguas de un cenote, aguas que tras su mansedumbre emboscan miles de años de sobrevivencia en la naturaleza; atrapadas en las piedras, pero siempre alertas. En ese momento el conjunto era cautivador, espléndido.

Philip Glass ha sido blanco de muchas críticas. Para algunos oscila entre lo complicado y lo ligth. Pero el concierto fue un alarde. Lo evoco desde mi experiencia: la melodía repetitiva, Luis Yturbe la calificó de “música de riachuelo”, tenía el propósito de conducir. Esos sonidos resultaban subyugantes y podían llevar a otros estados donde de manera diferente se apreciaba todo. Cuando volvían los acordes fascinantes, volvía uno a caer en esa extraña sensación. Con ese estado se lograba entender el lenguaje oculto de Turrel, de sus luces y de los ecos de las sombras. El sonido de las cuerdas de un instrumento que tiene sus orígenes en el Africa lograba la vigilia ensoñadora, evitando el despeñadero del sueño. Foday Musa Suso era el mago que logra los estados surrealistas. El arte intensifica la vida, provoca los mejores sentimientos de los hombres. Eso se logró en la mágica Ochil.

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Philip Glass. Fuente: Wikipedia.