Las haciendas son sitios que reflejan la historia de los pueblos. Estilos arquitectónicos, costumbres domésticas y sociales, actividades económicas y leyendas quedaban grabadas en esas unidades que conjugaban a los hombres y a la naturaleza. La hacienda yucateca de la era henequenera es célebre por diversas razones. Algunos ejemplos: en 1910 el estado de Yucatán en su actual dimensión, ya desmembrado de Campeche y Quintana Roo, ocupaba el primer lugar en número de haciendas de la República, con el 13.8% de las haciendas de México, contaba con 1, 170 fincas de un total de 8, 431, mientras que en extensión ocupaba el número 19; esto demuestra que nunca hubo en Yucatán terratenientes de las proporciones en que los hubo en otras partes del país, aunque un solo hacendado o una sola familia tuvieran varias haciendas. Yucatán era el estado, a principios de siglo, con más kilómetros de ferrocarril, muchos de ellos servían para el uso de las haciendas y para comunicarse entre sí.
La hacienda yucateca, particularmente, se hizo acreedora a un mito de esclavitud fundado, entre otras causas, por las famosas tiendas de raya y sus cuentas: la «chichan cuenta» y la «nohoch cuenta», es decir la cuenta chica y la cuenta grande, que constituían en realidad una forma de mantener permanentemente endeudados a los peones, no por el placer de hacerlo, sino por la necesidad de obra de mano que existía; esta práctica proviene desde los tiempos de la Colonia en que a los trabajadores se les llevaba una «carta cuenta» en que se les apuntaba todos los préstamos en dinero o en especie que se les hacía; solo podían abandonar la finca aquellos trabajadores que liquidaban sus deudas, de esa manera entre el inventario de una hacienda se consideraba el importe de las cuentas de los trabajadores.
Antes del henequén la hacienda yucateca era básicamente ganadera y maicera, existiendo también, en algunos casos, plantaciones de azúcar, tabaco y algodón; en 1845 existían en Yucatán 1, 265 haciendas, en 1862, 1, 049 y en 1899, 1, 235, como podrá notarse la guerra de castas mermó el número de haciendas.
La organización que existió en el siglo XlX permaneció en gran medida hasta el inicio del siglo XX: el mayordomo, los mayorales, el mayocol, los luneros, los reservados, los solteros, los muchachos de doctrina y el fiscal fueron figuras que permanecieron en muchos casos hasta la primera década del siglo XX; cierto es que las acepciones fueron cambiando adecuándose a las circunstancias.
El mayordomo era el encargado de la hacienda y representate del dueño, tiempo después éste término fue sustituido por el de administrador. Los mayorales eran auxiliares inmediatos del mayordomo y tenían a su cargo la vigilancia de los trabajadores; los luneros se llamaba a los habitantes de la hacienda que tenían la obligación de dar al amo quince mecates de milpa roza; por este trabajo recibían a cambio permiso de labrar para sí una milpa del tamaño que quisieran en las tierras del propietario; el trabajo de los quince mecates lo hacían generalmente los lunes por lo cual recibían el nombre de luneros. A parte daban la llamada «fajina», que era medio día de trabajo para la limpieza de calles, desyerbas y otras labores que realizaban los días jueves, sábado o domingo; originalmente, al frente de los luneros estaba el mayocol, que era el encargado de vigilarlos; la palabra mayocol es lubrida hispano-maya, y se formó con la voz «mayor» y «col», voz maya que significa milpa; cuando las haciendas ganaderas y milperas se transformaron en henequeneras la figura del mayocol siguió existiendo con funciones similares pero referidas al henequén. Los reservados eran aquellos que por su edad sexagenaria o por algún otro impedimento, se les dispensaba de cargas de trabajo; los muchachos de doctrina eran aquellos que «desde que pueden pronunciar bien hasta la edad de 16 años» se dedicaban a aprender la doctrina cristiana, por lo cual se les dispensaba de mayores obligaciones; de los 16 años a los 20 entraban al grupo de solteros, con otro tipo de responsabilidades; el fiscal era quien se ocupaba de la enseñanza doctrinal de los muchachos.
En 1900 existían en Yucatán un total de 80, 216 peones de campo. Las haciendas henequeneras de principios de este siglo variaban en sus estilos de construcción, pero habían comunes denominadores: la casa principal, a menudo rodeada de hermosós jardines y que era ocupada por el dueño y su familia cuando visitaban la hacienda en compañía de sus invitados para disfrutar del fresco y del ambiente campirano, o cuando se celebraban las fiestas del santo patrono de la finca, cuyos festejos duraban varios días con su acompañamiento de procesiones, corridas de toros, vaquerías y bailes; cerca de la casa principal estaban la capilla, la casa del administrador y el despacho u oficina de éste, el dispensario médico y la bodega de útiles de trabajo; «la casa de máquinas», que era el espacio donde se encontraba el equipo de desfibración; la chimenea; «los tendederos», que servían para tender el henequén a secar, una vez raspado; la huerta; los corrales para el ganado vacuno, caballar y mular; los patios para las gallinas, con sus correspondientes gallineros; indispensable en este conjuntó era el calabozo que servía para castigo de infractores y de borrachitos escandalosos, y que hacían las veces de cárcel pública de los pueblos, sitio este a menudo servía para la consumación de injusticias; la noria o norias de las cuales salían cañerías que «como arterias del cuerpo humano repartían las aguas y con ellas la vida y la fertilidad por todas partes», el tanque; el aljibe que recogía aguas pluviales para abastecer de agua potable a la casa principal; las casas de los trabajadores y, desde luego, los planteles de henequén.
De las productivas y hermosas haciendas que primero se transformaron en henequeneras y que prevalecieron hasta el inicio de este siglo estraemos estos mágicos nombres: Uayalceh, Miraflores, Acu, Yaxcopoil, Sodzil, Mukuiche, Texan, Yaxche, Canicab, Ticopó, Tecoh, Itzincab, Humxectaman, Xcuyum, Kilinché, Holactún, Temozón, Yaxnic, Xcanchacan, Chimay, Conkal, Xcanatun, Tamanche, Chalmuch, Xmatkwl, Cholul; sin prescindir de la famosa Chacsinkin, hacienda donde se hizo el primer intento formal de cultivar henequén.
Otras, posteriormente, se sumaron con éxito a la lista de las grandes haciendas. Una hacienda valía más no sólo por la cantidad que producía sino por la calidad de fibra que ofrecía.
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