El Congreso del Estado le otorgó la medalla Héctor Victoria a José Trinidad Molina Casares , miembro de una dinastía de Trinos. Esta distinción entraña una importancia singular. Las generaciones de jóvenes han perdido la capacidad de emocionarse con Dios y con los compromisos sociales. El fin de las utopías dicen algunos. Y el decreto de algún filósofo exaltado : Dios ha muerto. Ese vacío se ha llenado con placeres y exploraciones dañinas para el cuerpo y el alma. Que un joven de una familia con capacidad económica, con estudios universitarios y con talento se haya entregado a un proyecto de solidaridad social en el campo de los alimentos es todo un ejemplo que merece destacarse. Y se necesita abundar : Trino empezó el llamado Banco de Alimentos cuando tenía veinte años y estaba llegando de un año de misiones en Autlán, con el obispo Lázaro Pérez Jiménez. “ Tu no sabes quien es este muchacho “, me dijo por teléfono don Lázaro. Claro que tenía un idea, mi amistad con su padre me había conducido  a atisbar algo sobre el joven Trino.  Nada puede realizar más a un ser humano que lo que hace para transformar las realidades temporales. Las alforjas del alma solo se llenan con lo que se hace por los demás. Felicito al Congreso del Estado por su designación y abrigo la esperanza de que Trino sea inspiración para una juventud que a menudo parece estar confundida. Al final de su discurso Trino evocó al gran poeta isabelino Jhon Donne y dijo : “ Doblan las campanas por un Yucatan sin hambre“.