11-Jesus-vieja

 

Por Gonzalo Navarrete Muñoz

A los tres Montejo les costó quince años conquistar estos territorios. Finalmente se estableció la alianza con los Xiu, de tanto beneficio para la causa de la conquista. Después de las sangrientas tentativas pudo fundarse Mérida en medio de tres grande cerros que la guarnecían: Baklumcham, San Antón y El Cacique que después fue San Benito.

Pero apenas unos meses  haberse fundado la ciudad de Mérida los españoles conocieron una vez más de la furia indígena. Nachi Cocom, el indómito cacique de Sotuta, se dejó venir sobre la flamante Mérida con más de setenta mil indios. Pudieron ganar los españoles gracias a su superioridad táctica: sus cañones, sus arcabuces y sus caballos. Sin embargo se llevaron una gran sorpresa: los indios que vivían en aquella Mérida y que parecían sus aliados los traicionaron, excepción hecha de los Xiu que odiaban más a los Cocom que a los españoles.

Después de tantos encuentros de violencia los españoles llegaron a establecer  “el pacto de desconfianza” con los indígenas. Así Cocom fue confinado a Sotuta donde siguió siendo el cacique, el halach huinic. Los Xiu , tan amigos y tan leales, fueron ubicados en el pueblo de San Sebastián. Los indios de la ciudad, en Santiago. Los que venían a vender sus mercaderías del interior del estado fueron puestos en La Mejorada y en San Cristóbal los nahuas que vinieron con Montejo.

“El pacto de desconfianza” permitía vivir pero con la guardia bien planteada. Mérida en definitiva era la ciudad de los blancos, esa es la primera noción de la “ciudad blanca”.  Este pacto se rompió en 1847 y se dio lugar a lo que se ha llamado “La Guerra de Castas”. El levantamiento feroz estuvo a punto de tomar Mérida para los indios. Se vivió un momento increíble: los blancos, sintiéndose derrotados, salían despavoridos de la ciudad y los indios, ignorando que ya habían ganado la batalla sicológica, se retiraron a cultivar el maíz, regalo de los dioses.

En este trance bélico don Justo Sierra O’Reilly fue a vender Yucatán a los Estados Unidos que habían invadido México. La invasión norteamericana de 1847 dejó  una mala imagen de los yucatecos, al menos de dos ilustres: don Justo y Lorenzo de Zavala que redactó la constitución de Tejas que pasaría a formar parte de la Unión Americana. Ciertamente Sierra O’Reilly se libró de ir a dar al mismo sitio al que fue Santa Anna: el infierno de los traidores. Los norteamericanos no compraron la oferta de don Justo y lo salvaron del último infierno de Dante.

Nada nos recuerda a la derruida Ichcansihó y mientras las calles tuvieron nombre ninguna llevó uno maya. En el censo de 1900 no había un solo apellido maya en la ciudad de Mérida, claro los centros de producción y de trabajo estaban en los pueblos y las haciendas del interior del estado. Sin embargo Mérida se seguía distinguiendo por ser la ciudad de los blancos.

En el centro histórico no hay una sola estatua para los héroes del lado de los mayas: Jacinto Pat y Cecilio Chí, que si están en el Paseo de la Reforma de la ciudad de México. En cambio están tres de los militares del lado de los blancos: Eulogio Rosado, Manuel Cepeda Peraza y Sebastián Molas en Santa Lucía.

Para ponernos en paz el gobierno federal ubicó a los mayas rebeldes en Chan Santa Cruz, hoy Felipe Carrillo Puerto; y los blancos se quedaron en su beatísima ciudad de Mérida. Cierto, tras su visita de 1906, al retornar a la ciudad de México, don Porfirio dijo: “vengo de la ciudad blanca”, por la limpieza de una ciudad que parecía un museo. Pero, por si hubiera duda alguna, develamos en 2010 una estatua a los Montejo en la entrada del paseo que lleva su nombre, como una forma de celebrar el bicentenario de la Independencia.  Así, en pleno siglo XXI Mérida sigue siendo la ciudad de los blancos.