La asombrosa Chichén Itzá debe su nombre a una tribu, los Itzaes, Chichén Itzá es como decir «la boca del pozo de los Itzaes» (chi: boca; chen: pozo); el nombre Itzá se ha traducido como «brujos del agua» (its: brujo y a: agua). El significado, además de poético, es fascinante por lo que el agua representaba para los pueblos de la antiguedad: vida y muerte, ésta última en forma de diluvios, cataclismos que son frecuentes en la mitología de los pueblos. Sin embargo Chichén Itzá antes de llamarse así tuvo varios nombres de los cuales apuntamos dos:Uuc-Yab-Nal y Uac-Habnal. Chichén Itzá hace un conjunto asombroso por la cantidad de sus edificios y su belleza; se distingue de otras ciudades mayas, entre otras cosas, en su forma de gobierno: se ha asumido que Chichén Itzá fue gobernada por un multepal, esto es no por un cacique, llamado en maya Halach Uinic, sino por una suerte de consejo. Las fuentes primarias sobre la cultura maya son escuetas, esto por varios motivos: cuando llegaron los españoles había pasado ya el esplendor de las ciudades mayas que hoy conocemos, se cree que Chichén Itzá fue abandonada más de dos siglos antes de la conquista; entre los primeros conquistadores y evangelizadores españoles no hubo un cronista como los hubo en el altiplano mexicano; finalmente infinidad de documentos, de los cuales se tienen noticias no han podido sobrevivir. En las últimas décadas del siglo XX las investigaciones científicas han venido a cuestionar muchos de los planeteamientos precedentes, ampliamente difundidos, sobre la cultura maya. Sin embargo hay un conjunto de principios que son generalmente aceptados. Los mayas construían sus ciudades con cierta evocación de la creación y en ellas se podrían reflejar algunos fenómenos de la naturaleza de los cuales hoy conocemos los equinoccios de Chichén Itzá y Dzibichaltún, pero es posible que hayan existido otros que hoy no han sido descubiertos; asimismo los mayas estaban convencidos de que los objetos, y los edificios poseían un espíritu propio al cuál llamaban Kulel; de ahí que se piense que los distintos pueblos mayas podían dominarse unos a otros pero nunca ocupar los ciudades pues de esa forma convivirían con un Kulel extraño que podría resultar poco amigable; más aun: los mayas de los tiempos de la Colonia no vivían en las antiguas ciudades y podían verlas con un respeto grave pues sabían de la existencia de un Kulel que les imponía. Esta situación prevaleció hasta el siglo XIX, según consta en varios relatos.