Desde tiempo inmemorial la comida y el vino han dado lugar a la comunión entre los seres humanos. Con más o menos incidencia todos los pueblos han encontrado en la comida y el vino las fórmulas para la realización de las más estrechas de las convivencias . Mediante ellos los hombres se hacen iguales, dirimen sus diferencias, hasta aquellas enconadas y agravadas por los años, planean el futuro y rediseñan el presente. De aquí su trascendencia en las fiestas. Los mayas prehispánicos eran afectos al balché, que solían consumir en sus fiestas y celebraciones, en adición a las bebidas derivadas del cacao que tomaban en las vasijas de barro o en las jícaras de luch. Hay quien ha sostenido que el balché también era rociado entre los asistentes a un convite, como una suerte de agua bendita, es por eso, se dice, se solicitó a Su ;Majestad Felipe III que se prohibiera la elaboración y el consumo de este licor ritual de los mayas. El pozole cubierto de cacao era ciertamente una bebida ordinaria pero era la que solían ofrecer los caciques en sus festejos.
Tanto los mayas como los españoles eran afectos a celebrar las fiestas con abundante comida y licores especialmente destinados para la ocasión. Entre los . mayas era comunes las aportaciones para quien celebrara la fiesta lo hiciera en la mejor forma posible, práctica que hasta hoy prevalece en muchos poblados del estado. Los mayas también eran muy dados a ingerir licor en abundancia con ocasión de sus festejos y según las crónicas de Fray Diego de Landa hasta las mujeres solían embriagarse sin que esto fuera propiamente censurado.
El sentido comunitario y ritual de la fiesta cobra un momc:;nto estelar a la hora de la comida, de ahí que esta habría de expresar la importancia del evento. Conviene tener presente que los mayas de la antigüedad tenían como animal propicio para las fiestas al venado, aunque el menú festivo solía contener pavo montés en kol, conejos, aves selváticas y según don Juan Francisco Molina Solís hasta perros. Sin embargo, como sucedió en otros ámbitos de la vida de los mayas, los españoles se esmeraron en sustituir el venado por otro animal: el cerdo. Movía a los españoles su celo que a menudo derivaba en alguna forma de paranoia que sospechaba que cualquier elemento distinguido de la vida del pueblo servía para transmitir la religión autóctona. De ahí que la de cerdo fuera, y lo siga siendo, la carne indicada para las fiestas , tanto más cuando se combina con la carne de pavo. Impulsa esta costumbre el sabor especialmente cálido del cerdo y el hecho de que pueda ser engordado en los patios de las casas para la ocasión solemne que lo requiera. Por eso el cerdo, y especialmente la «cochinita pibil «, sea en Yucatán sinónimo de todo tipo de fiesta. Este último menú era frecuente también en los casos en que la boda se celebrara en la hacienda, teniendo lugar la ceremonia religiosa en la capilla de la heredad, costumbre muy difundida en Yucatán en los siglos pasados.
La cerveza tomó, desde principios del siglo veinte, un sitio insustituible en cualquier festejo de Yucatán, fue algo similar a lo que es el pastel, y lo sigue siendo en los festejos de medio día, pero su presencia ya no es tan imprescindible en las fiestas nocturnas. Una constante que ha prevalecido a través de los siglos es la de la fiesta con numerosos asistentes, sea cual fuera la condición social del oferente, cumpliendo así un requerimiento de la naturaleza de la fiesta.