Una de las transformaciones más radicales en la historia del trabajo se dio con la Reforma planteada por el monje agustino Martín Lutero que tradujo la Biblia al alemán. El fraile dominico Johann Tetzel era el encargado de vender indulgencias en los territorios alemanes para recolectar dinero para la edificación de la Basílica de San Pedro, en Roma, así como para comprar un obispado para Alberto de Hohenzollern. Una indulgencia es la manera más expedita de librarse del castigo tras los pecados cometidos. Pero daba para más: se podían comprar indulgencias para los seres queridos que se encontraban en el Purgatorio. Lutero vio en esa venta de indulgencias algo escandaloso y pronunció tres sermones en su contra. El argumento que esgrimía el traductor de la Biblia era la Carta a los Romanos de San Pablo: “Porque no me avergüenzo del mensaje del evangelio porque es poder de Dios para que todos los que creen alcancen la salvación, los judíos en primer lugar y luego a los griegos. Pues este mensaje nos muestra de que manera Dios nos libra de culpa: es por fe y solamente por fe. Así lo dicen las Escrituras: El justo por la fe vivirá”. Es la fe el instrumento de la redención de Dios. Sin embargo introduce un término que marcara la historia de la humanidad: Beruf. Esta voz alemana alude al trabajo, a la profesión, pero con un sentido religioso: Dios nos ha dado este trabajo y tenemos que cumplirlo como un mandato divino. Trabajar bien es expandir la Gloria de Dios. Nunca antes, ni en la Antigüedad Clásica ni en la Edad Media se había tenido una estimación similar del trabajo. El comercio es atávico, en el Renacimiento nació la banca más o menos en los términos que hoy se desenvuelve el financiamiento, pero esta novedosa idea del trabajo determina el futuro del capitalismo. El comercio se desarrolló por siglos sin un explícito ánimo de lucro: prevalecía la urgencia del intercambio, tomar lo que no se tiene dando lo que se tiene. El lucro prevaleció con violencia: tomado con terror lo que se quiere. Europa vivió por siglos en guerras constantes, apenas después de la Segunda Guerra Mundial han vivido en paz introduciendo el concepto de Unión Europea. Posteriormente apareció el lucro en las actividades comerciales. Y luego el financiamiento de las grandes empresas del Mediterráneo. Pero la nación del trabajo como el cumplimiento de un mandato divino desbarató la idea de que el trabajo era un castigo, por el contrario se aspiraba a lograr Mayor Gloria de Dios. Tomás de Aquino pensaba que el trabajo correspondía a la materia, pero Lutero le dio otra dimensión: la única manera de agradar a Dios era haciendo bien el trabajo. El mismo San Pablo veía con desdén la realización del trabajo, la preocupación era el perentorio fin del mundo; así era más importante la muerte que la vida. Mantener una vida aislada, de ermitaño, era ir contra la voluntad de Dios. De este concepto divino del trabajo nace otro no menos importante: hacer bien tu función, sea cual fuese, es amar a tu próximo: trabajas la Gloria de Dios y el bien de todos, trabajar bien es hacer algo por los demás. Lutero, y después Calvino, pensaba que toda la estructura social debería procurar únicamente ad majorem Dei glorieam.
Apenas si se tiene que acentuar lo que esto significo para la vida de los países protestantes. Lutero veía con recelo las ganancias excesivas, pero comprendía que existían consecuencias virtuosas por realizar bien el trabajo pero nunca se deberían aprovechar en demasía. Posteriormente Calvino destaca que Dios no es por los hombres sino que éstos son por y para Dios. Hay en las ideas de Calvino una suerte de principio: todos los hombres, salvo unos cuántos, tienen por destino natural la condenación salvo que se ganen la indulgencia en esta tierra. De aquí Calvino planteara que perder el tiempo era desperdiciar el tiempo que se tiene para lograr la salvación. Más aun el ocio era repulsivo a Dios: no debía dormir más de lo necesario, ni dilapidar el tesoro divino que es el tiempo. Esta última idea contribuye a la productividad y a la acumulación de capital.