Hace unos días con un grupo de amigos comimos en un restaurante de La Colonia México, tan martirizada y desvalida. Manuel Rodríguez Villamil narró una cena en la que un señor de la Ciudad de México lo sorprendió con su conocimiento de la trova y de dos libros sobre Alma Reed: su autobiografía y el epistolario con Felipe Carrillo. Me siento vinculado con ambos libros: el primero lo presenté en Mérida y el segundo en la FIL de Guadalajara. Hablamos de Alma y Felipe. Alguien evocó la película en que se exhibe la cercana relación de Alma con José Clemente Orozco cuando éste se fue a Los Estados Unidos. La conversación se fue por otros rumbos. Aludimos a don Víctor Suárez Molina y su obra “Evolución económica de Yucatán en el siglo XIX”. Ahí se encontraba el hijo mayor de Manuel y, sabiendo que estudiaba arquitectura, le pregunté “¿En qué año vas?” “Ya terminé”, me contestó. “¿Qué estilo arquitectónico es El Pastel de Progreso, casa que fuera de don Víctor Suárez Molina?”. La animada conversación impidió una respuesta.
Me levanté un momento y al volver el joven arquitecto me cuestionó: “¿Entonces qué estilo es El Pastel?”. El laberinto de voces me impidió dar una respuesta cabal. Lo lamenté, al menos por dos razones: me causó una excelente impresión que el joven arquitecto Manuel Rodríguez Casares se interesara en el tema y porque uno de los que posiblemente inspiraron esta construcción estuvo presente.
Hace algún tiempo la Doctora en Arquitectura Marisol Ordaz y yo tuvimos una muy larga conversación sobre El Pastel. Convenimos que se trata de un edificio ecléctico que muestra elementos ornamentales del Art Decó pero que se le advierte la arquitectura de filosofía orgánica: pretende conciliar el edificio con el medio ambiente. Ciertamente la arquitectura orgánica derivó del racionalismo y del funcionalismo pero nos llegó primero que éstas últimas con El Pastel.
Esta espléndida edificación en forma circular constituye un caso excepcional en Yucatán. Se construyó antes de que la Colonia México exhibiera todo la belleza del Funcionalismo que, por segunda vez en Mérida, conciliaba la construcción con el paisaje urbano, la anterior fue en el Siglo XVIII. No en vano las dos esquinas más hermosas de la ciudad eran: la calle 60 en su cruce con la 57 y El Paseo Montejo a la altura de la fuente de la Colonia México, donde se deprimió el paso y el Paseo.
Recuerdo que en nuestra plática, Marisol Ordaz había dicho: “El dueño de El Pastel seguro que anduvo por Los Estados Unidos”, “Si, estudió en Washington, me parece”, respondí. Quizás quien infundió El Pastel fue Frank Lloyd Wright autor, entre otras obras emblemáticas, del Museo Guggennheim con quien tanta semejanza encuentra Marisol. Lo cierto es que Wright conoció la obra de Orozco y se cautivó con ella. Fue Alma Reed quien llevó a Orozco a la reunión con el gran arquitecto. Wright quería firmar un contrato con Orozco para que decorara algunos de los edificios que haría. Alma hizo las negociaciones porque era una suerte de representante del muralista mexicano. Sin embargo Orozco declinó la invitación del arquitecto de talla internacional. Seguramente Alma se sintió defraudada.
Lo cierto es que El Pastel es una construcción extraordinaria en todo Yucatán. “¿Estará protegida?”, me preguntó Marisol a los postres de nuestra dilatada conversación. “En Yucatán nada está protegido, ni la catedral que debería tener acabado y pintura. El INAH secuestra los edificios, no los protege”, le contesté. “Si, es terrible”, fue su sucinta respuesta.
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