Según nos narra López de Cogolludo, en los albores de la Colonia, se dio un caso de profanación o de idolatría, o quizás de las dos cosas juntas. Dice López de Cogolludo: “Dos indios, uno llamado Alonso Chablé y el otro Francisco Canul, aquel se fingió Papa y Supremo Pontífice y el otro obispo y por tales se publicaron entre los indios”.
Tras su autoproclamación Chablé y Canul decían misas nocturnas y predicaban “infernal doctrina”. También “profanaban los santos cálices y los oleos sagrados”.
Actuaban como lo que se decían : bautizaban , confesaban y daban la comunión a los indígenas que creían en ellos. Llegaron a ordenar sacerdotes y revestirse con alba, casulla, estola , cíngulo , mitra y báculo. Desde luego que para sus liturgias el papa Chablé y el obispo Canul contaron con la colaboración de los sacristanes.
Don Pedro Sánchez de Aguilar que era deán de la Catedral de Mérida asentó que las idolatría entre los mayas persistía por tres razones: porque el demonio había cumplido bien su labor al sembrarla en ellos; pero también consideraba que la idolatría persistía por una imperfecta catequesis de los frailes; quizás el punto más lúcido es el que se hacía una autocrítica: prevalecía el mal ejemplo y la incapacidad.
Sánchez de Aguilar en su célebre texto “Informe sobre Idolorum Cultores del Obispado de Yucatán”, señala algo importante: los hijos de esta tierra, esto es : los criollos, eran los más indicados para lograr la Evangelización. Para muchos historiadores la política aplicada en los dos primeros siglos de la Colonia fue de “tabula rasa”: si no aceptas la nueva religión eres el demonio y como tal hay que acabar contigo. Esto no me parece que sea totalmente exacto. A la primera hora de la Colonia apareció Guadalupe: una virgen morena que le habla a un indio. Guadalupe aparece en el cerro del Tepeyac , donde los mexicas adoraban a la “diosa madre”, Tonantzín.
Cierto es que la jerarquía católica de la Nueva España vio por siglos con recelos, cuando no como superchería del diablo, a la Virgen de Guadalupe. Pero nadie podría negar que en este pasaje hay elementos del sincretismo que posteriormente los jesuitas desarrollarían con su habitual talento. Nada semejante ocurrió en Yucatán. Por siglos el único hecho sincrético lo podemos encontrar en los tres reyes magos de Tizimín. Quizás el proclamado papa, su obispo y sus sacerdotes tuvieron algún eco entre el pueblo maya que había quedado en la orfandad tras la pérdida de sus dioses. Los mayas del siglo XVI estaban tras la búsqueda de una respuesta para explicar la tragedia que vivían. El papa Chablé les brindó, así sea fugazmente, una tentativa.
La labor de los evangelizadores fue tremenda y logró algo que hoy parecería imposible: que un pueblo cambiara de religión, desde luego que no lo logró únicamente con el Evangelio y la Cruz Redentora de Cristo, sino que acudió a otras estrategias. Sánchez de Aguilar, en medio de su paranoia, indicó el camino: las nuevas generaciones fueron las evangelizadoras, por eso la catolicismo de América es diferente al del europeo, entre otras cosas es más moderno y más sencillo.