Por Gonzalo Navarrete Muñoz
Soy un minusválido para los afectos. Freud daría la explicación, pero no creo que le interese a nadie. De algunas cosas estoy seguro, una de ellas es mi cariño entrañable por Sara Poot Herrera. Lejana físicamente se ha preocupado por estar cerca de mi con su ternura en los momentos difíciles que la historia nos reserva. De estas finezas nació el que yo la empezara a llamar “Niniaemisojos”. Sin embargo, Sarita es una de las personas más resistentes que conozco a la hora de un debate. Uso el verbo resistir, porque es lo que hace: descalifica con pocas palabraslos argumentos de su adversario o le da la razón, pero no se mueve un milímetro de su posición original: no cede ni concede, resiste. Hace algunos años nos encontramos en Guadalajara y decidimos ir a comer juntos. Convenimos en un restaurante japonés. Guillermo Levine nos llevó en su auto y nos dejó. El restaurante era una belleza , un set de grabación de cine de lo más elegante y hermoso, un museo , un palacio imperial con sus jardines pequeños y cuidados , con sus flores litúrgicas y su ambiente celestial. La comida lograba una analogía con el sitio. La conversación derivó en la obligación de los intelectuales de ejercer la crítica. Aparte de crear, investigar, escribir y enseñar , el intelectual está obligado a ser una suerte de conciencia de la sociedad. A hablar , denunciar , debatir y cumplir con ese compromiso. Sabedor de la devoción de Sarita por Sor Juana- compartida conmigo-, invoqué a la Décima Musa. “Sor Juna, ejerció una crítica tremenda. De doble índole: no solo crítico el sermón de Vieryra sino que contradijo a San Pablo cuando aseveró que las mujeres en el templo a callar”. Abundé, en la Respuesta defiende con genio el derecho de las mujeres a estudiar, a alcanzar el conocimiento. Cierto, gran parte de la obra de Sor Juna fue por encargo y lo que es peor: hubo lisonjas en busca de mercedes de los poderosos. No menos cierto es que sabiéndose protegida hasta en la corte de España se lanzó a provocar la ira del destemplado arzobispo de México: Mons. Aguiar y Seijas. Pero sufrió un asedio feroz que la llevó a entregar su biblioteca y morir finalmente. Hablé de los liberales del siglo XVII, de los Románticos , de la Ilustración y de no sé quien más antes de llegar a tres personajes mexicanos: Octavio Paz, Carlos Monsivais y una mujer bienquerida : Elenita Poniatowska. “Los tres hicieron su obra y ejercieron la crítica”. Aduje un ejemplo: un médico tiene que luchar contra el dolor y contra la muerte que es el remedio fatal para las dolencias, tiene que cumplir esos dos papeles. Me detuve en Elenita. Le dije que Elenita había fundado “el elenismo” en nuestro país. Elenita es un estilo seductor: no presume de sabiduría, por el contrario: guarda silencio, sonríe y habla con llaneza; no tiene ninguna pretensión de escriba , tampoco de farisea; a nadie quiere convencer ni juzgar. Trabaja febrilmente – “es muy matada”, dijo Sarita- y ha logrado todo un género en México: la novela reportaje, al estilo de “A sangre fría” de Truman Capote. Pero a la hora de criticar la voz de esta princesita de ojos claros y divinos y mejillas encendidas de arrebol se ha oído clara y recia. Dos de sus libros no dejan dudas: “Hasta no verte Jesús mío” y “La noche de Tlatelolco”. Elena no se presta a nada: cuando le dieron un premio por esta última obra dio las gracias sin aceptarlo. “¿Quién premiaría a los muertos?”, dijo. Pero hay algo que me seduce en Elenita: con nadie se pelea. La crítica no es tirar piedras para descalabrar al adversario, ni cruzar epigramas salvajes, ni asestar adjetivos como si fueran golpes. La crítica es diálogo , es buscar el acuerdo o en su caso dejar constancias. A la crítica no le sienta bien la bravura y si la valentía. Como la de nuestra linda Elena. Con la Niniaemisojos , desde que nos conocimos, hemos empezado una conversación que nunca vamos a terminar. Ya seguiremos hablando del “Elenismo en México”.