Por Gregorio Luri Medrano
“Mi memoria es propiedad del Estado”, me dijo el exespía soviético en Moscú e inmediatamente comprendí que nunca se deja de ser espía. Había invertido muchos esfuerzos en dar con este hombre, un anciano de 92 años, y lo que estaba descubriendo era que nunca estaría completamente seguro de cuánta verdad habría en la historia que intentaba escribir sobre una mujer bella, inteligente y enigmática: Carmen Brufau Civit.
Carmen Brufau nació el 7 de octubre de 1915 en Agramunt, un pueblecito de Cataluña. Creció convencida de que sería una maestra rural, hasta que la guerra civil española se interpuso traumáticamente en su biografía. Cuando en enero de 1939 abandonó España, siguiendo la riada del exilio republicano, dejaba tras de sí la tumba de dos hermanos caídos en combate. Era una ferviente comunista que en Barcelona, siguiendo las huellas de su amiga Caridad Mercader, se había integrado en el NKVD, el espionaje soviético.
Al llegar a la Unión Soviética, se casó con un brigadista internacional austriaco, Kurt Seifer, al que había conocido en Barcelona. Tuvieron un hijo, que murió de meningitis en Taschkent, cuando aún no había cumplido un año de vida. Carmen había buscado refugio en esta ciudad cuando los alemanes se acercaron a Moscú. Poco después recibió la noticia de que su marido había fallecido en el frente. A finales de 1942, se fue a vivir a Moscú, donde Caridad Mercader la acogió en su apartamento.
En 1945, abandonó Moscú en dirección a Nueva York, donde desembarcó el 18 de octubre de 1945. Llevaba solamente un documento de identidad que le había proporcionado Narciso Bassols y que le permitió llegar hasta Laredo. Resolvió las dificultades para entrar en México con una llamada telefónica a María Elena Vázquez Gómez, que trabajaba en el Ministerio de Asuntos Exteriores y con la que vivió en la ciudad de México. Carme trabajó (admito que este verbo puede entenderse de muy diversas maneras) para la Agencia Noticiero Latino Americano (ANLA). En 1947 adquirió la nacionalidad mexicana.
En 1950 la encontramos viviendo con Alicia San Miguel Díaz y “trabajando” como secretaria privada de Rogerio de la Selva, que era, a su vez, el Secretario privado del Presidente Miguel Alemán. Un informante norteamericano me asegura que tenía acceso a los tratados secretos del gobierno mexicano.
Pasaba el verano en una casa que daba a la bahía de Acapulco, propiedad de la madre de Carlos Lazo. Algunas fuentes me informan que en algún momento de los años cincuenta estuvo trabajando también en una casa de modas, llamada Dobrí, que se encontraba en el D.F, en la esquina de Niza y el Paseo de la Reforma.
No hay duda de que seguía “trabajando” para los soviéticos. En Suiza encontré un amplio expediente sobre ella en el que, entre otras cosas se dice que los servicios secretos británicos y norteamericanos seguían sus pasos. Fue detenida por la policía helvética acusada de actividades de espionaje, en agosto de 1955 y devuelta inmediatamente a México. Durante su estancia en Suiza escribió varias cartas a México, dirigidas –según las referencias de la policía- a Josefina Merino, Maria Arreago Cruz, Lur del Albo R. de Noguera, Antonio Noguera Resinos, Lucero Noguera Resinos, Guadalupe Noguera Resinos.
Al volver a México, encuentra trabajo en la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas como secretaria de Luis Bracamontes, el subsecretario del Ministerio.
A partir de este momento pierdo la pista de Carmen. Sólo sé que a mediados de los 60, sus familiares recibieron una carta suya que incluía una foto tomada en el municipio de Fortín de las Flores. A finales de los 60 está residiendo en Yucatán.
Carmen Brufau murió el 21 de mayo de 1969, con 54 años, en el Hospital de la Cruz Roja, en Mérida. El médico que firmó su certificado de defunción fue Álvaro Hernando Puga Navarrete. Junto a ella estaba doña Rosita Heredia, viuda de Iturralde, presidenta del patronato de la Cruz Roja, que autorizó que fuera enterrada en su mausoleo familiar. Poco después la familia de Carmen Brufau recibió una carta firmada por esta caritativa señora, en la que entre otras cosas se lee lo siguiente: “Fue en abril del año 1966 cuando yo entré a formar parte del Comité de Cruz Roja y a fines de ese mismo año fue contratada su tía como administradora de la misma y ahí nació mi amistad con ella. Así pues trabajó en Cruz Roja poco más de 2 años y ahí mismo fue atendida las dos semanas anteriores a su deceso. Su enfermedad en los pulmones comenzó a manifestarse 6 meses antes. Tenía dolores y se ahogaba. El Jefe Médico de Cruz Roja, Dr. Puga, la atendió, y todos le dimos cariño, a más de lo material, que gracias a Dios, nada le faltó. Vivió en modesta casa a dos calles de ésta que habito, con una criada. Su mobiliario consistió, por lo que yo pude ver, en una mesa y dos sillas; en su cuarto un box-spring, una cómoda, y algunos libros colocados sobre tablas sostenidas por ladrillos de construcción; en un rincón, cuadros sin marcos. En la cocina, estufa de dos quemadores y los trastos indispensables. En su enfermedad las vecinas se turnaban para atenderla día y noche, que N.S. nunca desacompaña y por eso optamos por llevarla a Cruz Roja donde sería más eficaz y fácil atenderla, ya que las enfermeras también la querían. Estuvo ahí 10 ó 12 días y murió. Se la enterró en una de las 4 tumbas de mausoleo de mi familia, única ocupada, con lo que espero pase mucho tiempo antes que sea necesario sacar sus restos”. Un poco más adelante la firmante añade lo siguiente: “Nunca me dijo por qué vino a Yucatán, pero supe que antes de entrar a Cruz Roja, fue administradora del Hotel Chichen, situado en la zona arqueológica de Chichen Itzá, mundialmente conocido. Esto es todo lo que supe de ella y siempre a través de ella misma. Traté de inducirla a comunicarse con su familia, me oía, sonreía, pero está claro que tuvo razones para no hacerlo, tal vez por orgullo. Yo la recuerdo con cariño; era inteligente, culta y encantadora, con su tez blanquísima y sus ojos como zafiros. ¡Descanse en paz!”
Marcos Álvarez Lara, gerente de la sucursal de Mérida del Banco Mexicano S. A., comunicó a la familia de Carmen Brufau lo siguiente: “En lo que respecta a la investigación de las propiedades que pudiera haber tenido a su nombre esta persona, le informo que, en la revisión al Registro Público de la Propiedad del Estado, no aparece nada a su nombre (…). Esta señorita Brufau colaboraba con don Fernando Barbachano Gómez Rul en uno de sus hoteles y tenía mucha amistad con esa familia. Después fue administradora de la Cruz Roja en Mérida”.
El exespía soviético con el que me encontré en Moscú me aseguró que Carmen era “una mujer de extraordinarias capacidades humanas. Era manitas. Sabia arreglar las cosas domésticas. Era buena cocinera. Hacía cajitas de madera muy artísticas para guardar las cosas de bisutería. Practicaba la fotografía y era muy buena fotógrafa. Tenía el carácter suave, humanitario y altruista. Carmen Brufau era la mujer ideal”.
Escribo estas líneas con la esperanza de que alguno de sus potenciales lectores pueda proporcionarme alguna información sobre Carmen Brufau. No importa lo pequeña que sea, porque en una investigación como la mía, cualquier dato es relevante.
Gregorio Luri