El 16 de marzo de 1896, don José Peón Contreras ocupó la silla número IX de la Academia Mexicana. Sucedió a quien había sido su primer ocupante, don Francisco Pimentel, precursor de los estudios indigenistas y de la historia de nuestras letras (1832-1893). En ese mismo año, don José viajó a Europa acompañado de su hijo mayor.
Un ataque que lo dejó paralítico, tal vez causado por una trombosis cerebral, lo hizo regresar a la capital del país, donde falleció el 18 de febrero de 1907. En el momento de su muerte Peón Contreras acababa de cumplir, el 12 de enero, 53 años. Tiempo largo para un romántico, aunque puede decirse que su verdadera muerte había ocurrido once años antes, cuando sufrió el ataque que condenó a una larga década de inactividad a un hombre prodigiosamente dinámico y trabajador, como suele ser la gente de la Academia.
Peón Contreras nació en Mérida, en 1843. Desde niño se interesó en la literatura; fue lector devoto de José Zorrilla (1817-1893) y de Antonio García Gutiérrez (1813-1884). Tenía 19 años cuando se graduó como médico. Un año antes había publicado una leyenda en el estilo de Zorrilla, La cruz del paredón y, en el Teatro San Carlos, había estrenado tres piezas dramáticas: María la loca, El castigo de Dios y El Conde de Santiesteban.
Peón Contreras, que era un hombre inquieto, ejerció la medicina en Mérida, Veracruz y Orizaba, y en 1863 se trasladó 11 a la ciudad de México, donde repitió los cursos de medicina. En 1865 obtuvo, por oposición, una plaza de practicante en el Hospital de Jesús y dos años después, cuando tenía 24 años, la cátedra de Enfermedades Mentales y la dirección del Hospital de Dementes de San Hipólito.
El primer libro de poesías de Peón Contreras, titulado así, Poesías, apareció en 1868. Le siguieron, en 1873, el mismo año en que ingresó a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, una colección de romances históricos sobre diversos episodios y tradiciones del pueblo azteca que publicó en el folletín del periódico literario El Domingo. En 1876, una Oda a Hernán Cortés. En 1880, Romances dramáticos, episodios de la época colonial, apuntes para futuras obras de teatro. El año siguiente, unas Trovas colombinas, en 1883, en Nueva York, Ecos, y en 1887, Pequeños dramas y Flores del alma.
Según el anónimo prologuista de sus dramas, publicados (1897) por Victoriano Agüeros, sus romances históricos «tienen el mérito de explotar los ricos tesoros de nuestros anales indígenas; retratan a los héroes del pueblo vencido en la Conquista, describen nuestros paisajes [ … ] con lo cual el autor demostró que puede ser fuente de poesía y de inspiración nuestra historia antigua».
De acuerdo con el poeta venezolano Pérez Bonalde, autor del prólogo de Ecos, estos poemas muestran «los ideales inaccesibles del poeta; y contienen gritos de dolor, ayes del corazón y suspiros apasionados, así como también aspiraciones indefinidas y sueños vagos de venturas irrealizables». Dice uno de estos poemas:
Después que yo me ausente, no me busques,
niña, en el panteón,
ni busques esta llama que me abrasa
en los rayos del sol,
ni busques mis miradas en los astros,
ni mi aliento en la flor;
ni en las sombras que vagan por las noches
mi ardiente inspiración!
Si quieres encontrarme entero, busca
en mis versos mi amor;
y si buscas mi imagen, no la busques
si no la guarda ya tu corazón!
Las poesías completas de Peón Contreras pueden leerse en los dos tomos que en 1998 publicó el maestro Rubén Reyes Ramírez, de la Universidad Autónoma de Yucatán, quien lo ha estudiado con amoroso detenimiento.
Escribir poemas no fue impedimento para que don José se ocupara de los asuntos de su profesión. Una muestra de sus escritos clínicos es, por ejemplo, «Idiotía macroencefálica», la exposición de un caso de oligofrenia, aparecida en 1872, en la Gaceta Médica de México, el órgano oficial de la Academia Nacional de Medicina. Tampoco fue estorbo para que, típico hombre de su tiempo, fuera varias veces diputado y senador en el Congreso de la Unión, lo mismo por Yucatán que por Nuevo León, ni para que sirviera como secretario en ambas cámaras, la de diputados y la de senadores.
Peón Contreras escribió dos novelas, Taide y Veleidosa (1891), la segunda con prólogo de Gutiérrez Nájera, que termina diciendo: «hay verdad, hay ternura y hay poesía, chispean entre sus hojas, como brillantes luciérnagas, frases luminosas. Se ve que ese drama ha pasado: diríase que Peón asistió como doctor al moribundo y que escuchó como poeta sus íntimas confidencias. Al cerrar el libro, se aplica el oído a la cubierta para oír los latidos de un corazón que en él queda. Está en prosa, pero esa prosa es como la fronda de los árboles: abriga muchos nidos y en los nidos muchos cantos. ¿Por qué es tan breve? ¿Por qué no está en verso?» El género en que don José Peón Contreras destaca, sin embargo, es el del teatro. Desde Manuel Eduardo de Gorostiza (1789-1851 ), que murió en 1851, cuando Peón Contreras tenía ocho, no había tenido la literatura nacional un autor teatral de su importancia.
El poeta y dramaturgo español Gaspar Núñez de Arce, en una carta a don Victoriano Agüeros (19 de marzo de 1880), le dice: «Su compatriota, del cual ya conocía algunos trabajos, tiene inventiva, facilidad en el diálogo y pasión [ … ] creo que se le presenta una larga carrera de triunfos.
Si el genio mexicano no tuviese que luchar con armas desiguales, y sólo en provecho de algunos cuantos empresarios, con la competencia que en el teatro le hacen las obras españolas, tal vez habría ya remontado el vuelo a mayores alturas, porque los dramas del señor Peón muestran bien a las claras qué fuerzas y alientos tiene ese pueblo para ello».
El año de la apoteosis para Peón Contreras es 1876, en el que estrena diez obras: Hasta el cielo, El sacrificio de la vida, Gil González de Ávila, La hija del rey, Un amor de Hernán Cortés, Luchas de honra y amor, Juan de Villalpando, Esperanza, Impulsos del corazón y Antón de Alaminos.
Y de estas diez obras, la de mayor éxito fue La hija del rey. La noche del estreno, en un teatro abarrotado, el autor tuvo que salir diez veces para recibir las ovaciones del público. En los días siguientes, el drama se puso de moda y nadie quería perdérselo. Hubo, cuenta Reyes de la Maza, quien asistió al teatro hasta tres veces seguidas. Los amigos del autor decidieron homenajearlo y publicaron la obra en una edición de lujo. La presentación del libro se realizó también en el Teatro Principal, la noche del 7 de mayo, después de la representación del drama.
A los acordes del Himno Nacional se levantó el telón, y Peón Contreras apareció acompañado de la actriz Concha Padilla, quien enarbolaba la bandera española, y del empresario Enrique Guasp, que llevaba la mexicana. Rodeado por los actores, entre aplausos, el autor recibió de manos del periodista Anselmo de la Portilla, en nombre de los escritores mexicanos, una pluma de oro acompañada de un ejemplar de la lujosa edición. Inmediatamente, el cronista cubano Nicolás Azcárate le entregó un diploma que decía: «Al insigne poeta José Peón Contreras, restaurador del teatro de la patria de Alarcón y Gorostiza».Entre los 44 escritores que lo firmaron se encontraban Guillermo Prieto e Ignacio Manuel Altamirano.
Los dramas de Peón Contreras son de tramas complicadas y trágicas, abundan en pasiones exaltadas y tienen espléndida versificación. En su mayoría tratan temas de la época colonial. Cuenta Martí, de La hija del rey: «Vino a México en siglos ya olvidados el arzobispo Moya de Contreras, y trajo consigo una niña, que no justificaba por su edad Jos desusados respetos que merecía visiblemente al arzobispo.
Albergaron a la misteriosa criatura los muros de las Concepcionistas, y dio ella luego con su raro influjo, toda clase de preeminencias al convento. Corrían años, y a Jos catorce de edad, murió privada de razón aquella niña, motivo de duda para Jos curiosos, para todos de hablillas y asombro, y para el malicioso cronista que esto dice, hija bastarda del rey. Fue infortunada aquella pálida belleza, que no se hizo Felipe II para engendrar vida prospera y feliz».
De esta crónica sencilla hizo argumento el ingenio de Peón, dando, por permisible licencia poética, más años a su Angélica que los catorce autorizados por la crónica. Esclava en . el convento, vivía bajo la custodia paternal de un Santoyo, fidelísimo escudero, y una Guiomar, madre a la par que dueña … No voy a contar la obra. Baste decir que Angélica ama a don Lope de Mendoza, y que a ella la pretende como esposa otro Mendoza, don Gaspar, padre de don Lope, y que los dos llevan espada al cinto y que nadie, ni siquiera ella, sabe de quién es hija … Y ustedes imaginen lo que puede suceder.
Tampoco voy a dar cuenta detallada de las demás obras de Peón Contreras, que siguió escribiendo: El Conde de Peñalva, Entre mi tío y mi tía, Por el joyel del sombrero, Leonor de Sarabia, Vivo o muerto, El capitán Pedreñales, Soledad, el monólogo Herminia, y aquí sí vale la pena decir que con esta obra hizo su aparición la después afamada Virginia Fábregas, para quien Peón Contreras lo había escrito, El padre José, Laureana…
Rendimos hoy homenaje a un académico insigne, a autor prolífico que entusiasmó a su público. «Peón -escribió José Martí en la Revista Universal, el 29 de abril de 1876- ha vencido. Ha puesto alegría en los ánimos, se ha hecho aplaudir de las mujeres, ha exaltado a los hombres de entusiasmo. Allí vencíamos con él cuantos sabemos que la gloria sólo ama a los que la temen al mismo tiempo que la buscan y la esquivan, como desesperando de merecerla. Yucatán debe amar el día en que produjo a este poeta, ilustre por inspirado y, por modesto, más ilustre.»