EJEMPLOS DE UN SIGLO
Nadie subsiste un siglo por efectos de la casualidad, pero más allá de esto se encuentran en estas empresas significados adicionales dignos de ser destacados: «El Correo Francés», propiedad de la familia Eljure, representa a toda la comunidad sirio libanesa que ha venido a enriquecer la vida económica y social de Yucatán. Ciertamente la inmigración sirio libanesa empieza a finales del siglo XIX, sin embargo, aquellos a quienes se les llamaba «turcos», porque llegaban con pasaporte del imperio otomano, es decir de Turquía, no realizaban sus actividades comerciales en establecimientos sino que se dedicaban a Jo que se llamaba «el goleo», esto es, a vender en carretas por tos suburbios de la ciudad y los pueblos cercanos. Asimismo los sirio libaneses, cuando se establecían, preferían los pueblos del interior del estado antes que la ciudad de Mérida, evitando así la ruda competencia que se daba en la ciudad capital.
Existe un caso notable: «La Importadora», casa comercial importadora de mercancías provenientes de Europa, fundarJa en el año de 1890 por Don Nicolás Simón y que, en la publicidad de la época, se protestaba a sí misma como «la única casa turca», sin embargo esta empresa, como tal, no perduró a lo largo del siglo XX aunque algunos de los descendientes de Don Nicolás Simón sigan ejerciendo el comercio especializado en plásticos y en material eléctrico.
La agencia aduanal Escalante parece caminar en perfecta armonía con la historia del Yucatán del siglo XX: importadora de mercancías provenientes del extranjero cuando estábamos vinculados a Cuba, Estados Unidos y Europa más que al centro del país. Exportadora de henequén cuando vivía sus años dorados. Consignataria de buques y líneas marítimas con las que nos vinculábamos al exterior en forma exclusiva pues no existían ni carreteras ni líneas aéreas. Cuando Progreso vuelve a cobrar importancia en las últimas décadas del siglo pasado, y en los días que corren, ahí está la agencia Escalante brindando sus servicios.
DOS CASOS ESPECIALES
Casos de excepción lo constituyen «La Cervecería Yucateca» y el «Diario de Yucatán», ambos merecen mucho más espacio que el reservado para esta ocasión, sin embargo conviene destacar lo bien cimentadas que estuvieron desde su fundación y el rigor con el cual fueron administradas por sus propietarios. Ambas son obras que provienen de las dos únicas familias que a lo largo de un siglo han ocupado una posición destacada en la vida empresarial del estado: la familia Ponce y la familia Menéndez.
Ciertamente la familia Ponce vendió «La Cervecería Yucateca», sin embargo no perdió su impulso empresarial, que provino del siglo pasado y del comercio del henequén, es de destacarse que Don José María Ponce Salís, fundador de la estirpe, era un hombre de extraordinaria visión: se situó en la parte más rentable del negocio del henequén, en el comercio más que en la producción. Las similitudes dignas de observación prevalecen desde sus fundadores, hombres dotados de una energía notable e imbuidos de una pasión por el logro, hasta el hecho de que sus descendientes mantuvieran una conducta que hizo posible que el negocio floreciera a lo largo de un siglo de cambios y traumatismos. Ambas empresas fueron desde su fundación organizaciones abiertas no sólo al mercado local sino al mundo: el primer maestro cervecero de la cervecería fue traído ex profeso de Alemania.
«La Revista de Mérida», y posteriormente el «Diario de Yucatán», han sido las ventanas de Yucatán al mundo. No menos cautivador es atender al hecho de que una de las amistades más entrañables del siglo XX en Yucatán se dio entre Don Carlos R. Menéndez González, fundador del «Diario de Yucatán» y Don Arturo Ponce Cámara, gerente de «La Cervecería Yucateca». Don Arturo fue un gran apoyo para Don Carlos en las horas difíciles que vivió por cumplir con pasión su tarea.
Existe una anécdota difundida que, quizá, hoy merezca ser evocada en obsequio del tema que nos ocupa: a principios de este siglo inmigraron a Yucatán, provenientes de Líbano, tres jóvenes mujeres con sus respectivos maridos, venían a encontrarse con su madre que las había precedido. Una de esas jóvenes, Doña Tamine, estaba casada con Don Juan Felipe quien trajo consigo a su hermano Levy. Se dice que Levy Felipe era un hombre de extraordinaria simpatía y afición por el juego de cartas, en estos lances se encontraba con uno de los Ponce Cámara, administrador de La Cervecería Yucateca. En aquellos encuentros en que se invocaba el azar, se apostó la distribución de «La Cervecería Yucateca», ganó la partida Levy Felipe, quien tuvo que demostrar talento a la hora de ejercer su premio y lo hizo en tal forma que constituyó una empresa exitosa que tenía como objetivo distribuir la cerveza en Yucatán.
Don Levy nunca contrajo nupcias y nunca tuvo descendencia, como tampoco la tuvieron Don Juan y Dona lamine, sin embargo con ellos vivía un sobrino suyo, Salim Abraham Daguer, hijo de Doña Salime y Don Massad Abraham, radicados en Halachó. Don Salim Abraham fue el brillante colaborador de Levy Felipe en la empresa distribuidora, y a la muerte de éste el propietario de la negociación ·Y su director general. Posteriormente los hermanos Abraham, con trabajo y dedicación, constituyeron el hoy conocido grupo «San Francisco de Asis», uno de los más fuertes en el estado.
Curiosa es la forma en que las historias se tejen, pero en ellas ha de advertirse una moraleja: los hombres que están concentrados en lograr sus objetivos, venciendo cualquier obstáculo que se les presente, son sensibles al talento ajeno en el que ven un aliado para su causa, y al que quieren aliarse encontrando en el triunfo del otro un triunfo propio. Esta historia que es común en el Norte del país es, realmente, extraña en Yucatán. Ya se había dicho en el siglo XIX sobre los yucatecos: «su principal obstáculo es la falta de espíritu de empresa o asociación, lo que hace fatigosos los esfuerzos individuales cuando no los nulifica …. »
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