En la prolongación de la avenida García Lavín, cruzando el periférico, frente a la construcción del nuevo hospital, en una pequeña plaza comercial, se encuentra el restaurante James. Dispuesta en un segundo piso, al que se llega por un elevador, se encuentra una terraza decorada en tal forma que todos pueden sentir que no están en Mérida. Asimismo se cuenta con una elegante área cerrada. El ambiente es el de un restaurante estilo Manhattan, a esto contribuye la vista de los edificios que se contemplan desde la exquisita terraza. Tomé una cerveza para abrir la noche. Cuando la cristiandad llegó a Roma y a gran parte de Europa la cerveza perdió la batalle frente al vino. Se salvaron los países nórdicos y Gran Bretaña, a pesar de esto la voz cerveza es de origen francés: cervoise. Jesús se quedó en el pan y el vino, ambos seres vivos y esto pesa en nuestra cotidianidad. El mundo de la cerveza es tan vasto como el del vino, aunque las marcas comerciales nos impidan verlo. Ordené una ensalada César, famosa en todo el mundo pero creada en México y conocida en un principio como ensalada del Aviador. Originalmente la ensalada lleva huevo crudo, me pareció que la de James lo tenía. La ensalada va coronada con unos camarones. Pero me cautivó ese aderezo se quedaba con el queso y la lechuga logrando una armonía deliciosa. Le hice caso al chef y opté por la carne cocinada en el big green egges, un horno de cerámica que permita una cocción tan precisa que los sabores viven amorosamente. Con el fuego nace la cocina, solo el que domina el fuego puede cocinar bien. Hay fuegos que matan los nutrientes y los sabores, y los hay que los regeneran y los exponen. Cocinar en un horno de cerámica es lograr uniformidad e intensidad en el fuego, lo que decanta los sabores. Prescindí del pan que hace de esa carne deshebrada una suerte de torta muy refinada, esto aun cuando ese pan es delicioso. La carne estuvo lujosa, un placer para el paladar. Algo tan especial que se va sintiendo, traspasa las papilas, llega al alma-como decía don Alfonso Reyes-y se aloja en la memoria. A pesar de esto no estaba preparado para la siguiente experiencia culinaria: un postre de plátano cocido en el horno, con algunos polvos mágicos, con helado y almendras. La combinación resulta tierna. Si el postre no es cariñoso con el paladar es un fracaso. Y ese postre de James es entrañable con el sabor del plátano como a las brasas, el helado y ese sabor a almendras que recuerda los amores contrariados como dijera Gabriel García Márquez. Este postre, como la carne, viene a ocupar un sitio ilustre en el mapa gastronómico de Mérida. Así como James, que tiene convocatoria universal: para jóvenes y adultos en plenitud, por ser no uno sino “El” bar gourmet de nuestra ciudad.
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