Las agitaciones políticas de principios del siglo XX se convirtieron en tentativas bélicas. Así se improvisaron varios batallones de ingenuos que fueron a recibir a Salvador Alvarado y a la Revolución Mexicana a balazos. Yucatán nunca tuvo simpatías por La Independencia y la Revolución. Alvarado venía con instrucciones de don Venustiano Carranza de disciplinar a Yucatán. Jovencitos de la sociedad meridana se unieron a esta cándida cruzada, entre ellos Gonzalo Ponce Cámara, Chequech Cantillo, Marat Manzanilla, Antonio Palomeque Pérez de Hermida y los hermanos Hugo y Julio Molina Font. Vencidos sin mayores esfuerzos en Poc Boc y Blancaflor, se llevaron a cabo los fusilamientos de rigor en Halachò. Entre los repentinos soldados se encontraba un joven, Wenceslao Moguel, a quien se pasó por las armas. Le dieron ocho tiros y el de gracia que le atravesó una mejilla y la destrozó la mitad de la lengua. Agonizaba en el suelo, entre los estertores de la muerte y la sangre que brotaba de su lánguido cuerpo. Sus compañeros lo arrastraron hasta la sacristía de la iglesia de Halachó y lo cubrieron con el traje del Santiaguito de Halachó, santo de bulto que presidía la iglesia. Se salvaron los hermanos Molina Font porque así lo quiso Alvarado al saber que eran sobrinos de don Olegario. Quería don Salvador congratularse con la sociedad meridana. Salieron Hugo y Julio a Nueva York a continuar sus estudios. El 15 de marzo de 1918, después de tres años de las batallas, Julio Molina paseaba por Brodway la calle 47 cuando descubrió una imagen grotesca a las puertas del Ripley Auditórium. Se trataba de Wenceslao Moguel, El Fusilado, que se presentaba como atractivo. Julio entró a la sala y oyó la explicación de Moguel que lo descubrió entre los asistentes y le pidió que subiera al escenario. Ripley, buscando casos para su Aunque Usted no lo Crea, contrató a Wenceslao para ir a Nueva York por unos cuantos dólares. Wenceslao mantuvo amistad con los hermanos Molina Fot toda su vida y de don Hugo recibió apoyo económico hasta su vejez.