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El General Salvador Alvarado entrando a la Ciudad de Mérida, Yucatán.

Tras el desalojo del General Toribio V. De los Santos y el ascenso de Abel Ortiz de Argumedo algunos yucatecos creyeron que era necesario defender la soberanía del estado de las presumibles intervenciones del gobierno revolucionario de Venustiano Carranza. Los yucatecos, en términos generales, estaban complacidos con Ortiz de Argumedo, tanto más que éste había nombrado secretario de la Junta de Gobierno al Lic Manuel Irigoyen Lara. Man entendidos de la fuerza del movimiento y con una pobre idea de sus propias limitaciones se fundó un Cuerpo de Voluntarios del Comercio, con comerciantes y hacendados o hijos de éstos. Es sorprendente: miembros de familias acaudaladas y prominentes se enlistaron para una misión que hoy se antoja suicida.

Cierto, los saqueos y préstamo forzoso por ocho millones de pesos establecían unos antecedentes inquietantes, pero ni ellos justificaban los riesgos de la empresa bélica. A este batallón, entre otros jóvenes, pertenecían los hermanos Julio y Hugo Molina Font, hijos del insigne historiador yucateco Lic. Juan Francisco Molina Solís. Ya se sabe lo que la familia Molina Solís significaba en Yucatán de principios de siglo; apenas si se tiene que destacar que don Olegario, tío de los jóvenes voluntarios, fue miembro del último gabinete de don Porfirio. Don Julio Molina, que en el año de 1915 – año de los sucesos- apneas tenía 17 años, llevó un diario sobre los días aciagos de la campaña, por este documento valioso que en los años cincuenta se publicó, conocemos algunos detalles reveladores de la entrada a Yucatán de las fuerzas carrancistas del Gral. Salvador Alvarado. Los hermanos Molina Font, cone l Cuerpo de Voluntarios del Comercio, hicieron una magra resistencia en Halachó a donde avanzaron las fuerzas del Gral. Alvarado.

Los hermanos Molina vieron algo de los horrores de la guerra: fusilados, vientres perforados, cadáveres de camaradas, a don Wenceslao Moguel, «El Fusilado», to tuvieron con la sotana del Santiaguito de Halachó en el mismo cuarto en que apretados se encontraban los prisioneros. Los hermanos Molina Font en la estampida de la huida vieron dos caballos amarrados a un árbol y creyeron que la Providencia los había puesto, sin embargo los caballo tenían por dueños a dos oficiales del ejército de Alvarado que hicieron prisioneros a los «güeritos». A pesar del respeto que el sargento Chanona les tuvo a los prisioneros, la muerte rondaba muy cerca de los hermanos Molina; a este señor Chanona, que le presumió a don Julio que sabía leer porque pudo deletrear el inicio del cuento «La Cenicienta», le expropio a don Hugo, sin violencia alguna, un hermoso reloj que había sido regalo de sus tío Augusto Molina Solís. Con igual espíritu expropiador, e iguales maneras corteses, procedió a tal Chanona con el cobertor de don Julio: «Al cabo ya no la vas a necesitar».

Finalmente unos soldados los van empujando de uno en uno a un callejón de la muerte donde un soldado, un cabo, de un sólo tiro de Mauser daba muerte al prisionero que le habían adelantado. «¡otro!, era el aterrador grito que agitaba la muerte sobre las cabezas de todos aquellos yucatecos que creyeron en esa guerra fratricida. Juntados tres o cuatro cadáveres algunos soldados se daban a la tarea de despojarlos de sus pertenencias, lo que abría una pausa macabra en el oficio de la muerte. Había llanto y súplicas de clemencia. Entre los primeros ajusticiados estaba un jovencillo de 13 años quien lloraba pidiendo a su madre. Don Hugo observaba detenidamente a cada ajusticiado, como queriendo encontrar la posición en que iba a morir. Se acercaba el momento fatal para Julio quien ya tenía la mente en blanco y se encontraba en cierto estado que anticipaba la muerte. No advierte el galopar de un caballo pero si oye las milagrosas palabras: «…alto al fuego… orden de mi general Alvarado». Era la juvenil voz de un ayudante de Salvador Alvarado de quien luego se supo el nombre: Pablo Garza Leal. Tiempo después, un tanto sigilosamente, fueron liberados los hermanos Molina Font, lo que le sirvió a Alvarado para demostrar su espíritu magnánimo. Gracias a que los Molina Font fueron arrancados de la muerte hoy contamos con la descendencia de estos ilustres caballeros, entre la que destacamos a los Laviada Molina, los Peón Molina y los Ponce Molina.