Un Paseo Por la Ciudad de Mérida
Pasear, en su acepción principal, es andar a pie. Una tolerancia lógica acepta que también se puede pasear sobre un caballo y hasta sobre un carruaje. Cuando las “berlinas”, los “featones”, las calesas, las “victorias”, nuestros sobrevivientes “púlpitos” y otros vehículos de la época empezaron a ser desplazados, no sin resquemores, por los los Monarch , los Ford T, llamados primero “fordcitos” y después “fotingos”, los Overland, los Mitchel, los Regal, los Picar-Piete, los Hudson y otros automóviles que se importaban y que hoy se ofrecen en una variedad no menos asombrosa que sus pretensiones, los paseos se transformaron. En cualquier caso un elemento es indispensable: la imaginación. En esto fundo mi convocatoria para dar un paseo por esta nuestra ciudad de Mérida.
Sin embargo, una vez más, empezamos por la mar salobre: Según Díaz del Castillo Hernández de Córdoba llegó en 1517 a Ecab. Según López de Gómara, Landa y Torquemada, el viaje exploratorio había arribado a Isla Mujeres. Lo cierto fue que se atisbó una tierra, que pensaron era una isla, y a la que llamaron Santa María de los Remedios, nombre primero y tentativo que se le dio a Yucatán. Este descubrimiento conjetural contradecía el hecho que desde 1505 la Península de Yucatán y el Golfo de México ya aparecían en la cartografía. Diego Velásquez era un hombre codicioso e intrigante. Él fue quien informó al rey Carlos V sobre la existencia de ese nuevo hallazgo; inclusive se atrevió a informar que ya habían conversos en esos flamantes territorios. Con estas noticias don Diego perseguía adjudicarse la gloria y los derechos del descubrimiento. Dadas las informaciones el Papa León X declaró en 1519: “Con Autoridad Apostólica y por el tenor de las siguientes letras erigimos para lo sucesivo y perpetuamente en la ciudad que será llamada Carolina en el pueblo o lugar de la isla de la Santísima Virgen de los Remedios………”. Esta ciudad fundada por don Francisco de Montejo sobre la antigua Izchcanzihó tuvo por pretendido nombre el de Carolina que se desvaneció para dar paso al de Mérida, asiento de los poderes civiles y militares de la provincia de Yucatán. Los mayas que habitaban “la ciudad de los cinco cerros” si acaso llegaban a mil. Así los conquistadores trazaron la ciudad con la clásica fórmula rectangular y se dividieron las manzanas entre los 115 vecinos primigenios. Las ciudades se hacen de todas las sustancias y acontecimientos que emanan del tiempo. Los valores, las aspiraciones y las costumbres públicas y privadas quedan reflejadas en los edificios y las calles que definen a los hombres que los levantaron. Por eso en las ciudades quedan grabadas las historias de los pueblos. Cierto es que a menudo los pueblos hacen sus edificios con el espíritu de lo que quieren ser o parecer más que con el de lo que son, sin embargo, ya se sabe, multitud de detalles exhiben la realidad.
LA COLONIA
Salvo en las postrimerías de la colonia en que existió un arquitecto en Yucatán, Don Santiago Servían, la función del diseño y construcción de los edificios públicos y privados recayó en los frailes, cuando los planos no eran enviados de España. Los frailes con mayor presencia en Yucatán fueron los franciscanos y los juaninos, ambos de reconocida austeridad, situación que, salvo ostensibles excepciones, marcó la arquitectura colonial. Los muros de mampostería, los acabados sin regla de cal bruñida o de rajuela de piedra, los vanos verticales, los techos planos con gárgolas de piedra para el desalojo de aguas pluviales, los dinteles de piedra, las puertas de madera con postigos y los barrotes de madera en las ventanas, son características sobrias de las formas de la arquitectura colonial; el patio central al que se llegaba por un amplio zaguán, de ascendencia andaluza, o, para hablar con mayor precisión, de origen árabe, fue una aportación de la colonia que junto con el traspatio y la huerta ejercieron una fascinación en la población mestiza que posiblemente encontraba en ellos una expresión moderna del antiguo solar. Las cinco variedades de arcos- de medio punto, mixtilíneo, escarzano, conopial, trilobulado- que rodeaban los patios centrales de los edificios coloniales tuvieron vigencia en construcciones del siglo XIX y, desde luego, la tienen hasta nuestros días en una suerte de homenaje a las casas de los abuelos, con frecuencia sin imaginación suficiente para darles una interpretación acorde a la época. Reparar en la austeridad de la colonia siempre resulta revelador sobre todo por que creó las condiciones propicias para asimilar elementos prehispánicos y por que explica, de alguna manera, todo lo que se vio en el siguiente periodo.
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