Hasta el siglo XIX Yucatán fue exportador de pieles saladas y curtidas de res y de venado. Yucatán tenía un gran prestigio en estas labores al punto de que se enviaban pieles de todo el sur de México para curtirlas. En 1813 salieron por sisal, aparte de lo que salió por Campeche, más de 52 mil pieles curtidas. Estas operaciones fueron decayendo ante la competencia que disponía de mejores técnicas. Lo que si prevaleció hasta el siglo XX fue la exportación de pieles saladas. Para salar las pieles se cubrían con sal en grano y se dejaban en cuartos especiales por tres meses. Sin embargo el cónsul de México en Barcelona se quejó de que las pieles de Yucatán no se desplazaban por ser muy saldas. También se usaba la raíz del chucum para curtir las pieles. El famoso químico don Joaquín Dondé estableció una curtiembre por el barrio de Santa Anna con los adelantos del siglo XIX, el problema fue uno muy común: la resistencia de los operacios a los nuevos procedimientos y el apego a los antiguos. Gracias a Dondé y a don Francisco González Gutiérrez los productos de las curtidurías mejoraron substancialmente y tuvieron mejor aceptación en el mercado. El señor González Gutiérrez tuvo su curtiduría: El Puente. En 1869 Yucatán contaba con 17 curtidurías en Mérida y Umán. En 1878 el número de curtidurías era ya de 39 en todo el Estado. En las talabarterías los cueros curtidos se convertían en monturas, arneses, correas, fuetas y riendas; también se hacían vaquetas para sillones, butacones y otros asientos.