Por Silvia Cano y Arturo Aguilar Ochoa
Los fenómenos aparentemente sin conexión: la invención de la fotografía y el surgimiento de nuevas propuesta de sanidad pública, convergieron a mediados del siglo XIX para crear los registros fotográficos de prostitutas que actualmente se encuentran diseminados en archivos de varios estados de nuestro país. El primero de estos registros se inició en la Ciudad de México, en el año de 1865, con el llamado Segundo Imperio, al que le seguirán otros más.
Desde su aparición, el desarrollo mismo de la fotografía consiguió un extraordinario crecimiento que logró extender su influencia en diferentes aspectos sociales, entre ellos, la posibilidad de registrar todo tipo de delincuentes. Especialmente fue con la invención de la fotografía en papel, desde 1851, que se dio un gran salto en el abaratamiento de la imagen, y las nuevas posibilidades rebasaron el estricto uso en el retrato. En México podemos observar que la fotografía de presos fue la pionera en este rubro.
Con el arribo de nuevas propuestas sanitarias influenciadas por las ideas de la Ilustración, los gobiernos modernos decidieron tomar el control y la vigilancia de algunas prácticas sociales; entre éstas se asignaba un sitio a las mujeres que ejercían la prostitución, que si bien las reconocía, a la vez se les separaba y diferenciaba del resto de l sociedad. De esta forma, el gobierno de Juárez decidió reglamentar la prostitución, tomando para ello las tendencias y los modelos surgidos en Francia a principios del siglo XIX.
La reglamentación en torno a la higiene y la salubridad, que disciplinaba la práctica de la prostitución, apareció en México desde 1862 en pleno gobierno de Juárez, contrario a lo que se ha pensado. El 20 de abril de ese año se estableció el primer Reglamento Sobre Prostitución, elaborado por el licenciado Blas Gutiérrez. No obstante, los conflictos políticos que vivía el país en esos momentos impidieron su aplicación, puesto que es claro que los problemas derivados de la intervención francesa detuvieron muchas medidas sociales. Sería hasta el primero de enero de 1865, ya bajo las autoridades imperiales y a instancias del ejército francés, que se retomaría el proyecto. Ese mismo año se dio a conocer el Reglamento de Prostitución, y se inició dos meses después el registro de mujeres públicas, de acuerdo con las disposiciones establecidas por el emperador Maximiliano, el 17 de febrero de 1865. Cabe recordar que dicho registro contiene, junto a los respectivos datos de la mujer, su fotografía.
La influencia francesa en este rubro es evidente, principalmente en las ideas del higinista Alexandre Jean Baptiste Parent-Duchatelet, teórico del reglamentarismo, quien consideraba a la prostitución como un mal necesario para la sociedad que, por la marginalidad del sector que la practicaba, era imprescindible controlarla, Planteaba como principios básicos: la tolerancia, la inspección sanitaria, la inscripción, el reconocimiento facultativo ordinario y la consignación del estado de salud en las libretas correspondientes. Asimismo, recomendaba ejercer el oficio en un espacio cerrado, a modo de evitar la mezcla de clases y de edades.
A la luz de análisis realizados sobre fotografías de prostitutas durante el Segundo Imperio, resulta notorio que en ellos todavía no se encuentran las características propias de un fotografía de filiación, y que, por cierto, ésta se una constante hasta bien entrado el siglo XX en casi todos los registros. Al parecer las prostitutas asistían a un estudio fotográfico para realizar sus retratos, para posteriormente llevarlos con los inspectores de registro. Regularmente, en esos retratos aparecen tomadas de cuerpo entero y con as imprescindibles decoraciones propias del retrato burgués en tarjeta de visita. Esto generó casos extremos, en los que algunas mujeres registrados no mostraban siquiera el rostro, miraban directamente al piso, como bien lo ha anotado Ixchel Delgado en su tesis sobre el tema , siendo un aspecto contradictorio en un retrato de identificación. En el mismo contexto, otros autores han insistido que las fotografías no responden al punto de vista del caso patológico, y que no es la visión médica la que está ordenando a la cámara cómo aproximarse a la retratada. No hay la mirada del que vigila, inspecciona y examina con asepsia lo que prevalece es la intención de plasmar una imagen «correcta» y «adecuada» de una mujer que la sociedad pretende mantener alejada.
Lo interesante es que dicha práctica de registro con fotografía continuó en años posteriores, sin superar sus deficiencias. En 1869, durante el gobierno restaurado de Benito Juárez y siendo gobernador del Distrito Federal Juan José Baz, se levantó otro registro de similares características.
En la actualidad el libro se custodia en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, en la Ciudad de México, dependiente de la Secretaría de Hacienda, y no se sabe cómo llegó ahí. Lo cierto es que siguió casi el mimo patrón en los datos, sin tener un fotógrafo oficial para el caso, pues nuevamente se solicitaba la fotografía a la mujer para poder incluirla. El tamaño de dicho libro es más reducido y parecido a los álbumes para tarjetas de visita. Lo sorprendente en esta ocasión es la intervención de los encargados o amigos de los inspectores, dejada como la huella más profunda y clara en ciertas anotaciones hechas al margen de las fotos. Anotaciones ofensivas para las retratadas, cargadas de un machismo extremo, que reflejaban la condición social de esos anotadores y de esas mujeres en la época. Importa señalar que la presencia del registro no implicó que los liberales hayan retomado los proyectos del Imperio ya depuesto, pues como hemos mencionado, la propuesta en este sentido se había dado ya desde 1862. Más bien se crearon instancias importantes para lo que podríamos llamar el «buen ejercicio de la prostitución», entre ellas los servicios del Hospital de San Juan de Dios, para atender a mujeres con enfermedades venéreas, y la asistencia de las hermanas de la Caridad, cuando fueran necesarios sus servicios.
Por lo tanto, no resulta extraño que ya en el Porfiriato la práctica continuara, sin muchas variantes en algunos estado de la República. Zacatecas, Oaxaca, el Estado de México, Colima y Puebla son algunos de los lugares donde los reglamentos se mantenían dentro de la línea de la tolerancia y el control, complementados con registros donde se incluían fotografías. Por cierto con la inveterada práctica de que las fotografías continuaran siendo proporcionadas por las mismas prostitutas, como cualquier retrato familiar. Desde luego, reconocemos que hace falta un mayor análisis de estos registros, constituyendo éste otro hoyo negro de nuestra historia fotográfica.
Por lo regular, los requisitos par ala inscripción en las oficinas de registro eran los mismos en todos los estados: ser mayor de 18 años y menor de sesenta, haber perdido la virginidad, demostrar tener el discernimiento suficiente para darse cuenta del alcance del ejercicio de su profesión y padecer ninguna enfermedad, tal como la sífilis, la tuberculosis, o la diabetes, entre otras. Asimismo, para encontrarse en orden den el padrón, era necesario anotar la identidad, contar con el conocimiento médico, llevar tres retratos y realizar una clasificación; la inscripción era gratuita y, en caso de requerirse, la registrada era remitida al hospital. Uno de los retratos de adhería a la hoja de registro, y otro se incorporaba en una libreta que debía llevar consigo la prostituta.